¿Hasta cuando podrán imponer con dólares y bayonetas la voluntad de unos pocos y miserables?
¿Hasta cuando, en este mundo patas arriba, podrán callar así la verdad con los limpios rostros de los perfumados en televisión.
Gorilletti, desde su escudo de metal y hueso, acaba de decretar el estado de sitio por cuarenta y cinco largas noches, para dar así garrotazos y miedos a los que osen contradecir su terca usurpación.
Los otros en el mundo, nos quedamos estupefactos, con los ojos como en la espalda y con el amargor de presenciar como unos pocos arrastran la larga cabellera del pueblo por las calles polvorientas de Juticalpa, Yuscarán o San Pedro Sula.
Claro que no está solo. Una manada de cobardes uniformados cuida su enjambre y su reino de diputados, jueces, religiosos y empresarios.
Los que gobiernan, y quieren mantener la República bananera, se quitan la máscara hoy ante el mundo. Asesinan estudiantes, cierran radio y televisión, golpean mujeres y festejan sobre los cadáveres de una comunidad internacional ciega, sorda y muda.
Tegucigalpa arde de la vergüenza; la rabia inunda un pueblo esquilmado y obligado a morderse la lengua y tragarse su propia voz.
Nosotros aquí ya no sabemos que hacer, si golpear la mesa o también tragarnos la saliva en la contemplación del que nada puede.
Mucho hemos hablado, poco hemos hecho.
Las naciones unidas parece muerta en su eterna discusión y en su ubre seca no caben más resoluciones desoídas ni consejos que poco aconsejan. Una piedra parece tapar la cañería, una piedra de habla inglesa, que siempre se planta en el camino de la justicia, el progreso o en los sueños de los niños.
Goriletti se ufana y se burla, amenaza y festeja. Nada ni nadie parecen detenerlo. Acaba de poner su fotografía en la larga galería de los dictadores del tormento, bajo la mirada silenciosa del Tío Sam.
La palabra “contundencia” se confunde hoy con la contumacia, mientras los que pueden dar, sólo amagan, y los que queremos, no podemos.
Hoy pienso en la madre, en lo que debo de hacer. Pienso en los caminos, y en los cauces de los ríos que enfrían los volcanes. Pienso en el verdadero Presidente preso.
Aquel sufrido pueblo hermano del maíz, los catrachos, esperan por nosotros. ¡Honduras, que hondo dolor verte desangrar sin poder recoger los retazos de tu pena.
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