Me refiero a los acontecimientos políticos en Honduras, al golpe de estado que acaba de consumarse con la parodia llevada a cabo por su congreso espurio. Escribir, particularmente sobre este golpe, es una tarea que debe hacerse necesariamente en tiempo condicional perfecto, ése que expresa lo que pudo haber sido y no fue. Y es así, pues este asunto del golpe de estado, además de mostrar el cinismo sin rubores de los Estados Unidos y de su comparsa europea, que en cuestión de horas, se plegará abiertamente a su posición, demuestra que “negociar” con los poderes imperiales es una ingenuidad que se paga caro. Digo ingenuidad para no utilizar otro adjetivo que podría no ser justo con Zelaya, pues no dispongo de la información completa sobre las razones que lo impulsaron a este “entente”.
Y es que uno no termina de entender cómo es posible firmar el llamado acuerdo Tegucigalpa-San José, conociendo las posiciones de Estados Unidos el mismísimo 28 de junio, día del golpe, cuando condena el golpe, pero no exige la restitución de Zelaya. O cuando clamaba como prioridad “la restitución del orden democrático y constitucional…” Así, intencionalmente genérico, más nada. ¿Acaso el gobierno de Zelaya no era constitucional? También cuando el vocero del Departamento de Estado de ese país declara sobre el estancamiento en el cumplimiento del acuerdo, diciendo que: “Eso era cuestión de timing”. ¿Por qué no fue esto suficiente para romper el acuerdo y buscar otra estrategia de lucha? Se me dirá que Estados Unidos firmó la resolución del Consejo Permanente de la OEA, donde se pedía la restitución de Zelaya. Ciertamente así fue, pero sólo sirvió para enterarnos de cómo actúa ese “poder inteligente” (smart power) y ese “nuevo modo de pensamiento” (mindset), de los cuales nos habla Hilary Clinton. Esa “combinación entre principios y pragmatismo”. Y que a mí se me antoja, más bien, como “el pragmatismo sin principios”. En todo caso, esta política nada tiene de “nueva”, ni en el modo ni en el pensamiento”. Es el mismo afán inalterado de establecer la centuria de dominación norteamericana.
Ahora bien, ante estos antecedentes y ante la evidencia de que Estados Unidos fue quien realmente dirigió el golpe (el 25 de junio, tres días antes de éste, se designa un nuevo comandante del Comando Sur, del cual depende la base hondureña de Soto Cano); y conociendo la oposición declarada de los poderes económicos, militares y mediáticos hondureños, ante medidas tímidamente progresistas como la de incrementar el salario mínimo o ante la iniciativa del gobierno de hacerse de medios de comunicación, ¿cómo se cayó en la trampa de una restitución por “mutuo acuerdo” con estos poderes? Con esta oligarquía industrial-comercial que recelaba un acercamiento al ALBA, es decir a Chávez; no por los posibles devaneos de Zelaya con el “comunismo”, sino más bien por el riesgo de perder las preferencias de intercambio con el gobierno norteamericano; lo que al final fue el detonante interno del golpe. Aquí la estrategia de los Estados Unidos fue clara: el desgaste de la resistencia en las calles, mediante el ardid de un acuerdo para restituir a Zelaya. Se desmovilizó a la gente y se perdió el mecanismo de presión ante el acuerdo. Así cuando el secretario asistente del Departamento de Estado, Philip Crowley, le dice a Zelaya: ”No regrese, porque es peligroso y podría crear tensiones y violencia”, está mostrando, no la preocupación por Zelaya, sino por el éxito de la estrategia de desmovilización de su gobierno.
En fin, Zelaya optó por el acuerdo, por la desmovilización popular, por la no agitación política y por el timing gringo. Me pregunto, ¿si Zelaya hubiera retornado a Honduras en los primeros días del golpe y encabezado la agitación popular, en vez de exilarse en la embajada de Brasil, se habría consumado el golpe? No lo sé. Lo que sí sé, es que estoy escribiendo en condicional perfecto.
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