El espantoso capítulo que entre el 18 y el 19 de abril cerró en Valencia la existencia de la pareja que integraban el boxeador Edwin Valero y la joven Jennifer Carolina Viera aún nos timbra las fibras. Más que nunca, tenemos a flor de piel la sensibilidad que situaciones como esas despiertan en quienes creemos en la necesidad de sostener los valores humanos como instrumento de convivencia entre los mortales. Es algo así como el que ta’ pica’o ‘e culebra, salta cuando ve un mogote. De forma que cuando observamos a una mujer como centro de algún escenario de conflicto, se nos disparan las alarmas.
Eran las 8:50 pm del sábado Primero de mayo, cuando en la estación del Metro Maternidad un varón de unos 25 años maltrataba a una chica, tal vez de 22. Templaba sus cabellos al principio de las escaleras; golpeaba su costado derecho; la empujaba y la gritaba ante el pavor y la inacción femenina típica de casos como este. Fue esta la primera agresión contra la indefensa mujer.
Consciente de que a mi alcance no está el mecanismo para intervenir directamente en situaciones como esa y tampoco en ninguna otra, decidí acudir a la caseta de operadores. Unos 5 de ellos, incluyendo a alguien con chaleco rojo, la ocupaban y desde su interior observaban la barbarie. Lo disfrutaban, diría. Imitaban algunos de ellos, los movimientos violentos del agresor. Sonreían. Mientras aquella fémina era víctima de su pareja, ellos estaban a buen resguardo dentro de las cuatro paredes del cubículo. “¿Ustedes no tienen competencia para intervenir en eso?”, les pregunté una vez, y una segunda cuando sorprendidos por mi intervención a través de la ventanilla, fueron sacados de la concentración que les acaparaba el aberrante show, siendo esta la segunda agresión contra la desgraciada compatriota.
La tercera golpiza se la propiné yo. Aún me pregunto y hasta me cuestiono por qué no intervine. Razonando en principio, con fuerza luego, de ser necesario. ¿Qué me impidió mediar? La respuesta es clara. Como lo expresé hace un tiempo por acá mismo, la lucha por la reivindicación de la mujer va más allá de rubricarle el derecho al uso de una silaba. Creo que más importante que llamarla presidenta o diputada, es aplicar educación hacia todos nosotros a fin de crear conciencia activa para prevenir los atropellos.
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