Periodista de Time narra la violencia y sometimiento de los venezolanos al llegar a El Salvador

La pasada noche del 15 de marzo, 261 hombres, de los cuales 238 eran venezolanos, fueron señalados por el Gobierno de Estados Unidos (EEUU) como delincuentes pertenecientes al grupo delictivo el “Tren de Aragua”, sin el debido proceso judicial, y deportados a El Salvador donde fueron recluidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT).

Todo el proceso desde su arribó, traslado y llegada a ese centro de prisión de máxima seguridad, fue documentada en imágenes y narrada por el periodista de Time, Philip Holsinger, quien destacó la violencia que ejercieron los agentes de seguridad contra los deportados.

Afirmó que pudo sentir el miedo de los venezolanos al bajar del avión y ver un ejército de soldados y policías reunidos para detenerlos, presenció cómo sus rostros cambiaban de la furia y parecía que hubiesen envejecido 10 años.

“Los venezolanos que descendían del avión no vestían ropa de presos, sino vaqueros de diseñador y chándales de marca (…) Sentí el miedo de los detenidos mientras marchaban entre guardias vestidos de negro, con las armas en alto como las lanzas de una tribu terrible”, indicó.

Posteriormente, fueron trasladados en 22 autobuses que eran flanqueados por vehículos blindados y policías, mientras soldados y policía alineaban los 40 kilómetros de ruta hacia la prisión, con densas patrullas en cada puente e intersección.

Al llegar al CECOT, mencionó que el director de prisiones le informó a los guardias que debían estar extremadamente alertas. Les dijo claramente: “Demuéstrenles que no tienen el control”.

Desde ese momento, asegura que todo cambió, “los hombres fueron sacados de los autobuses tan rápido que los guardias no pudieron seguirles el paso. Encadenados por los tobillos y las muñecas, tropezaron y cayeron, y algunos guardias cayeron al suelo con ellos. Con cada caída venía una patada, una bofetada, un empujón. Los guardias los agarraban del cuello y empujaban los cuerpos contra los laterales de los autobuses mientras obligaban a los detenidos a avanzar. No hubo sangre, pero la violencia tenía ritmo, como un teatro de terror”, indicó el periodista.

«Dentro de la sala de admisión, un mar de fideicomisarios se abalanzó sobre los hombres con afeitadoras eléctricas, despojándoles de pelo a toda prisa, y los desnudaron», narró el periodista que fue testigo del momento.

“Había un muchacho que lloró cuando un guardia lo empujó al suelo, decía ‘no soy pandillero. Soy gay. Soy barbero’. Le creí. Pero quizá solo fue porque no se parecía a lo que esperaba: no era un monstruo tatuado”, indicó el periodista, añadiendo que el joven juntó sus manos en señal de oración mientras se le caía el pelo, “Le abofetearon. El hombre preguntó por su madre, luego se tapó la cara con las manos encadenadas y lloró mientras lo abofeteaban de nuevo”.

“Muchos empezaron a gemir; los rostros duros que vi en el avión se habían evaporado. Era como ver a hombres que habían pasado por una máquina del tiempo. En dos horas, envejecieron diez años. Su ropa bonita no fue recogida ni catalogada, sino simplemente metida en bolsas de basura negras para tirarla junto con su cabello”, relató.

Finalmente, todos fueron llevados a sus celdas frías con capacidad para 80 hombres, con tablones de acero como literas, sin colchonetas, sin sábanas, sin almohadas, sin televisión, sin libros, sin hablar, sin llamadas telefónicas ni visitas.

“Para estos venezolanos, no era solo una prisión a la que habían llegado. Era un exilio a otro mundo, un lugar tan frío y lejano que bien podrían haber sido enviados al espacio, sin nombre y olvidados. Con mi cámara en la mano, fue como si los viera convertirse en fantasmas”, dijo Holsinger.



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