Cualquier persona, ostentando o no la condición de abuelo, colocará la atención en el futuro posible, particularmente la juventud estudiosa y profesional ocupa un espacio en sus preocupaciones existenciales.
Para la ciencia económica el tema no es despachable como una cuestión individual de expectativas o inquietudes, es un tema societario, específicamente de las políticas públicas que se implementen. En la visión del tipo de sociedad y sus transformaciones necesarias estará implícito el horizonte temporal, el futuro.
Para esta reflexión tomo prestado el título de una magnifica conferencia dictada por el economista John Maynard Keynes, año 1930, Madrid. Más allá del intento de presagiar lo que sería la economía 100 años después, fundamentado en el progreso de la eficiencia técnica y la acelerada acumulación de capital que, en su opinión, llevaría a la especie humana a la sociedad del ocio y la abundancia, importa el método que permite extender la mirada de la ciencia hacia el porvenir, lo que nos es común llamar el largo plazo.
Es posible que la coyuntura, dominada por una delicada estanflación de cuatro años, reducción de las operaciones petroleras, caída del valor de exportación del crudo y la agudización de la polarización y violencia política, genere tal pesimismo que parezca extemporáneo referirse al futuro de los venezolanos, incluidos mis amados nietos Miranda y Gilberto.
El horizonte es inevitable en términos históricos, la experiencia planetaria de las sociedades industrializadas se explican, en buena parte, en las crisis que cerraron y desencadenaron ciclos. Venezuela vive un quiebre, tiempo de mengua ya anunciado en la rigurosa investigación del capitalismo rentístico petrolero del insigne economista Asdrúbal Baptista.
El flujo de renta petrolera que captura el Estado ya no es suficiente para sostener los viejos equilibrios referidos a la inversión y el consumo, la acumulación de capital se estrecha impactando a la baja el producto y acelerando la concentración de éste en torno al capital y, por tanto, forjando desigualdad y pobreza, desandando la inclusión social lograda entre 2004 y 2013.
Este es el punto de partida para nuestro despegue económico, quizás el único consenso que tenemos como sociedad política: El modelo rentístico petrolero se agotó, el crecimiento económico sostenible no es posible bajo sus parámetros estructurales. Veamos unos números: con la actual estructura económica, crecer a una tasa PIB del 3%, de 2017 a 2030, requeriría un precio del barril petrolero no inferior a 130 dólares. En economía no hay milagros. Se ha cerrado un ciclo.
Imposible resolver en este espacio los horizontes económicos de Venezuela, solo que al pensar sobre principios de la estrategia de desarrollo productivo y las experiencias exitosas en el siglo XX y XXI, visualizo tres estrategias de largo plazo y una reforma de corto plazo.
I. Requerimos construir un Estado fuerte, con gobernantes altamente capacitados y radicalmente honestos, que establezca políticas de amplio consenso a través del dialogo, convirtiéndose en el generador del crecimiento económico como base de la estabilidad política y social, capaz de reconocer y regular el poder del mercado sin sustituirle y, con ello, ejercer el liderazgo-gasto social- en la batalla contra la desigualdad, la exclusión y la pobreza, mediante políticas sociales-educación, salud, vivienda- y tributarias de distribución justa del excedente. Estado guiado por una política económica que reconoce la naturaleza sistémica de la economía real y circulatoria, con reglas fiscales claras y esquemas anticíclicos eficaces de resguardo de la inversión que enfrente la volatilidad macroeconómica. Solo así será garante de soberanía e independencia.
II. La insuficiencia dinamizadora y extrema dependencia de la renta petrolera obliga a una apertura económica que permita establecer una política industrial de especialización para las exportaciones que promueva la innovación tecnológica y el incremento de la productividad. Ello requiere una deliberada promoción gubernamental de la Inversión Extranjera Directa con transferencia de tecnología y procesos gerenciales.
Para alcanzar el desarrollo productivo la industrialización exportadora es el corazón de la estrategia, el desafío mayor de cualquier transformación. Japón, Hong Kong, Corea de Sur, Singapur, Malasia, Tailandia, Indonesia, Taiwán, Vietnam, Brasil, India y China lo ensayaron con éxito desde economías intermedias. La experiencia histórica es insuperable.
III. Uno de los cambios tectónicos que vive nuestra civilización se registra en la innovación científica tecnológica creciente e indetenible; los avances espectaculares en la robótica, la informática y las telecomunicaciones son el mejor ejemplo. Venezuela esta urgida de una revolución en esta materia, la brecha con los países desarrollados se mide en décadas. El consenso requerido es darle a la educación la prioridad principal para que forme excelentes científicos, tecnólogos y profesionales capaces de hacer ciencia, innovación, técnica y operar tecnologías avanzadas.
Destinar el 6% del PIB a la educación y apoyar la investigación en las universidades deben ser los primeros pasos.
IV. Finalmente, La economía requiere una reforma petrolera. Todos los países que producen petróleo en los últimos quince años han incrementado su extracción menos Venezuela y México. Los dos planes de “siembra petrolera” aprobados entre 2006 y 2013 se incumplieron. El esfuerzo operacional será muy exigente, la actual PDVSA puede, con arreglos jurídicos y económicos, arribar a los 6 millones de b/d hacia 2025. El discurso de las mayores reservas mundiales que no se explotan es una afrenta a las dificultades que padecen miles de venezolanos. La renta no desaparece, no debe confundirse con el colapso del modelo rentístico.
Las posibilidades económicas de nuestros nietos no serán las que vaticinó Keynes, pero merecen vivir una Venezuela con más inclusión, equidad, igualdad, ciencia, industria y empleo, mejor ambiente, menor pobreza y superior bienestar.