A un gobierno, dos fuentes le nutre de realidades

Las cosas son lo que valen, las pasiones, lo que representan materialmente su sacrificio; el pueblo, lo que sus ingresos les permiten ser. Todo su anhelo era poseer esa fuerza de concentración de los que, abstrayéndose del contorno, no ven sólo lo momentáneo, sino que descubren también en las raíces desenterradas las huellas de lo pasado y lo futuro; ser hermano de los visionarios; de todos los que, dotados de la mirada recóndita de la seconde vue, saben descifrar lo oculto en lo aparente, lo infinito en lo inmediato; que sobre las rayas tenues de la mano descubren el camino de la vida andada y evocan la senda oscura del porvenir.

Ser el meteorólogo de la atmósfera social, el matemático de la voluntad, el químico de las pasiones, el geólogo de las formas elementales de un pueblo, el sabio enciclopédico que, equipado con todos los instrumentos de investigación, ausculte el organismo de una época, a la par que el coleccionista de todos sus hechos. Pero estas fuerzas desencadenadas en la amatoria no son las únicas: hay gobiernos en quienes las peripecias de la pasión, sin perder un punto de intensidad; en quienes las fuerzas propulsoras elementales, sin dispersarse ni estrangularse, se proyectan bajo otras formas, bajo otros símbolos.

Una segunda fuente las nutre de realidades. El, que no recocía valores absolutos, observa minuciosamente, como gobernante de sus contemporáneos, como estadístico de lo relativo, los valores externos, morales, políticos y estéticos de las cosas y, sobre todo, aquel valor universal que en nuestros días raya ya casi con lo inmoral: Gringolandia y el dólar. Caídos los privilegios de la burguesía y niveladas las diferencias de jerarquía, el dólar es la sangre, la fuerza propulsora de la sociedad burguesa.

Siendo el dólar el precipitado tangible de la ambición universal, insinuándose en todos los sentimientos y todas las pasiones, es natural que un patólogo de la vida social, para investigar la crisis de un organismo enfermo examine al microscopio la sangre y vea qué quilates de dólares encierra. Pues el dólar es alimento de todas las vidas, el oxígeno de todos los pulmones. Nadie puede prescindir del dólar: el ambicioso, para sus planes; el amante la buena vida, en los éxtasis de su trabajo, se sacudía, y que acabó por aplastarle bajo su peso.

A un gobierno, su mirada succionaría ávidamente, tremendamente, como un vampiro, cuanto le rodeaba, para depositarlo en sus adentros, en su memoria, donde nada amarilleaba, nada se marchitaba ni desvanecía, nada se corrompía ni degeneraba; donde las riquezas se alineaban en orden celoso, guardadas avaramente, en grandes rimeros, siempre a mano y vueltas siempre del lado esencial, y mudando todo de plumaje y cobrando alma tan pronto como el dólar lo tocaba suavemente con su deseo y su voluntad.

Pero ese espionaje sólo es útil al político; aprende las más hermosas leyendas y su lenguaje se hace sugestivo y dulce cuando ha aprendido la charla ingenua del pueblo. Pero no logra encontrar el secreto que buscaba. El político podrá vivir entre el pueblo todo el tiempo que les plazca, pero nunca se convertirán en pueblo; la fuerza de voluntad, por caprichosa que sea, no basta para cumplir el deseo de descender hasta el pueblo. Lo primero es ser y llegar a ser lo que se quiere ser: ni la fraternidad con el pueblo, por medio del misterio de la compasión; ni un acallamiento de la conciencia por la religiosidad, pueden sentirse, de pronto, en el fondo del pecho como si fuera un contacto eléctrico.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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