Ahí viene el lobo

De la situación vivida este sábado 4 de agosto comentaré muy poco. No puedo colocarme de manera irresponsable en "suponer" del hecho en si, porque sería fabular en algo serio, aunque algunos lo hayan tildado de algo chusco. Hay muchas elucubraciones en este portal realizadas por articulistas algunos con cierta información y otros que expresan sus subjetivas emociones, varias de ellas aventureras. Desde aquellas que creen que fue un burdo montaje a otros que definitivamente aseguran que fue realmente un atentado al presidente, hasta los que de manera "soterradamente abierta" justifican este hecho. Lo que si debemos estar de acuerdo es que la violencia en estos momentos (o en cualquiera) es inaceptable y esta situación ojala no genere más violencia como respuesta, sobre todo en un país contenido pero crispado. Se debe realizar una investigación seria sin atajos, sin improvisaciones, sin retaliaciones de carácter político, sin buscar chivos expiatorios e informando en el momento adecuado sin dejos de dudas, cuando todas las piezas encajen, no solo arrestar a los supuestos autores materiales sino los intelectuales (que en este país raramente los capturan) ya que esto no sólo quedará como tema de conversación sino que puede generar replicas indeseables. Por los momentos hay que esperar, pero si creemos necesario exponer algunas consideraciones que generan provocaciones hacia estos escenarios precipitados.

El contexto nacional da para una consulta psicológica colectiva. El país todo está absorto, impávido, entumecido y en término menos rebuscado y más de la académica jerga popular, estamos "aguevoniados". Este cataléptico estado de las masas es preocupante, porque es una contención y pérdida de las emociones que puede deparar en un momento dado (y a pesar de un largo preaviso) en una explosiva reacción encadenada, que puede ser aprovechada por el sector más reaccionario de la política venezolana, para crear un nuevo 27 de febrero. Y las razones que confluyeron para que se diera esa terrible pero histórica fecha, hoy en día están multiplicadas por mil (por colocar una cifra grandilocuente) pero en el caso actual la reacción está contenida, no por el gobierno, ni mucho menos por la oposición, sino por un pueblo anonadado de manera indescifrable. Al igual que el Síndrome de Estocolmo, los venezolanos estamos cautivados y ocupados en una encerrona de calamidades que la hemos hecho parte de nuestra vida, como si la desgracia la tenemos bien merecida y deberíamos acostumbrarnos a ella. Pero si las manifestaciones de la clase trabajadora, obrera y campesina hoy protestando a lo largo y ancho del país, sin guarimbas, sin desmanes, sin violencia y no tuteladas por grupos políticos ni del gobierno ni de la oposición, pero un tanto aisladas en su nicho gremial, se van uniendo en un efecto dominó, puede despertar esa muchedumbre que en estos momentos esta sumida en este lapsus alucinógeno. No soy agorero, pero si ese momento llega, las consecuencias para el país serán medibles únicamente cuando esto suceda.

Mas que desilusión, el pueblo ve que su sacrificio no ha sido valorado por el gobierno que amparándose única y exclusivamente en el bloqueo económico internacional y no en la ineficiencia y la intacta corrupción (siempre he dicho que son sinónimos) ha visto en esta situación, la excusa perfecta para fundamentar esta terrible y miserable realidad que vive la gente. Pero ya esta justificación ha sido sacada de su contexto de preeminencia en que había sido colocada por la alta vocería política-gubernamental, ya que el portavoz con mayor autoridad dentro de este binomio, como es el presidente, le ha restado importancia a este pretexto al de decir: "No quiero escuchar más excusas. Se tiene que acabar el lloriqueo. Que por el bloqueo, que por la guerra económica… Hay que pasar del lloriqueo a las soluciones." Ojala esta sentencia presidencial sea el inicio tangible de que el gobierno va ha gobernar para la nación venezolana. Pero aun quedan interrogantes, no sólo para contestarla con retóricas llenas de simbología y lugares comunes de sentimientos revolucionarios impalpables, sino para que de una vez y por todas hagan algo:

  • ¿Hasta donde este pueblo expectante y testigo de excepción seguirá sumido en su letargo ante el descarado contrabando diario de miles y miles de toneladas de alimentos, medicinas, materiales estratégicos, gasolina y hasta dinero que pasan a través de la frontera enemiga de Colombia y a la vista de nuestros "custodios" uniformados, que han perdido el honor de su divisa por el olor de la divisa extranjera?
  • ¿Hasta cuando este pueblo soportará la corrupción del aparato público que ha creado una legión de gestores que proliferan en cada esquina de las calles y en cada sitio de Internet o actuando de manera insolente en las oficinas y empresas gubernamentales cobrando en pesos y dólares, por los "servicios gratuitos" con la venia de sus "superiores", como una especie de logia mafiosa?
  • ¿Hasta cuando la usura comercial nos aumenta el hambre con los precios de manera descarada y lo peor, en las narices de un estado indulgente al que le sobran leyes pero le falta agallas para aplicarlas, convirtiéndose en socio activo de este asalto a las familias?
  • ¿Hasta cuando la crítica fundamentada no es válida ni permitida en ningún lugar y fecha para exponerla, ya que levantar la voz ante la injusticia se ha convertido en sinónimo de traición revolucionaria y a la patria?
  • ¿Hasta cuando esta "democracia participativa y protagónica" se rige por la cooptación del dedo poderoso de los que "mandan" y no permiten los liderazgos que emergen por el verdadero trabajo social y la decisión de un colectivo?
  • ¿Hasta cuando vamos ha tener un país de desfavorecidos donde un grupo de privilegiados le dicen a sus seguidores que deben tener disciplina partidista, cuando los que "dirigen la política" no respetan las reglas que ellos mismos crearon?
  • Y una penúltima pregunta ¿En verdad los que integran el gobierno van ha dejar de lloriquear y actuarán para buscar soluciones?

La pesadilla no es quien despierta a este pueblo, es la realidad y esa realidad no lo deja descansar y por eso está fatigado. ¡Ya basta de celebraciones simbólicas, de interminables fechas patrias creadas, de recordar a cada momento eventos de una "revolución desencantada"! ¡Ya basta de seguir aletargando al soberano! Es hora tardía de dar respuesta a la nación pero hay que darlas, porque de tanto decir que viene el lobo y no aparece, este podrá llegar en el momento menos esperado y ese momento puede ser cualquiera. No esperemos que llegue.



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Carlos Contreras


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