Estoy asustado, me aumentaron el sueldo

Hoy amanecimos por enésima vez con anuncios de aumento salarial. Es un mar de emociones tan contradictorias, como el desbarajuste económico que tiene nuestro país. ¿Será que somos la clase trabajadora más inconforme de este planeta? ¿Será que no somos capaces de administrar nuestro estipendio y solo optamos por quejarnos? Al responder ambas interrogantes rápidamente diría, no y no.

Ya los precios acordados, se pusieron de acuerdo y ahora están superando de manera meteórica la barrera de los mil bolívares soberanos por cada producto de la denominada canasta básica (nombre ostentoso e irreal en la actualidad) que dejó ser una canasta y ahora es una bolsita de productos que se compra con el día a día. Y este nuevo aumento viene cargado de nuevos desalientos, porque de manera automática el índice de precios al consumidor (creo que este termino está en desuso en Venezuela) es una correlación que nos indica, que a mayor incremento del salario, mucho mayor será el aumento de precios y la especulación. Eso en términos prácticos, tangibles y mundanos de nuestra realidad significa, que estaremos en condiciones más jodidas.

Hoy compré el venezolanísimo pan francés y cada ligera pieza había aumentado de precio y disminuido en tamaño y peso, ya que el panadero, argumentó que tenía que hacerlo, porque al reemplazar su inventario de harina, sal, levadura, gas para el horno y nómina de trabajadores, debía tener un colchón de ganancias para soportar los nuevos precios de sus proveedores. ¿Es razonable su apreciación? Bueno, si.
En nuestro país la ecuación de la producción, distribución, comercialización y hasta el consumo, la calcula el mercantilismo usurero de la mafia intermediaria que rige la escasez, la facturación desalmada y hasta la necesidad del pueblo, diciéndonos que comer y que no. Y esta organización no solo está conformada por sectores de la distribución y el comercio, sino de individuos y grupos que se mueven libremente con carné político e identificaciones gubernamentales. Se junta el hambre con las ganas de comer, como dice mi vieja Rosa. Y esta es la organización más "eficiente y productiva" que hay en nuestra nación y es la que fija el ritmo angustiante de nuestras vidas. Para ellos, cada subida de salarios, es una oportunidad más que tienen de justificar la voracidad de los precios que se traga en horas (literalmente) nuestro artificial ingreso.

Aquí no vale control de precios, no vale liberación de precios, no vale importación de productos, la fiscalización es una desvarío y lo que realmente nos podría sacar de este marasmos es producir, pero producir es una puta ilusión, porque el negocio está en el manejo de las divisas para traer despojos desde el exterior, para que la gente coma y se vista no a su gusto, sino a lo que nos imponen; si es que antes no sale en caravanas de camiones hacia Colombia.

He sido durante gran parte de mi vida un carajo que muy poco manifiesta sus emociones de manera pública, sean estas de afecto o aversión hacia algo o hacia alguien. Las muestras de cariño son bien administradas y van hacia mi familia grande, mis hijos, mi nieta y muy pocos personas a las que brindo mi incondicional amistad. Y tengo una máxima personal, que cuando me preocupo, es porque realmente la cosa es de preocuparse y eso no me sucedía tan a menudo. Pero les soy franco, me siento intranquilo, estoy cagado, tengo opresión en mi medio lleno estómago y no son mariposas lo que tengo en él, sino el aleteo de una bandada de murciélagos.

Miré esta mañana a mi gente, a mis vecinos, a mis amigos, a gente que no conozco personalmente pero si conozco su realidad que se parece a la mía y en muchos casos, peor. Son caras que van desde un rostro adusto hasta compungido, que toman su bolsita de mercado y la abrazan como a un bebé, que bendicen o maldicen al comparar su escaso dinero con los exuberantes precios. Sus mentes se han convertido en un prodigio para calcular lo que pueden comprar para comer hoy, entre la opresión de lo que les falta por comer a partir de mañana. Y un pueblo no puede estar viviendo esta ansiedad diariamente, los padres y madres no deben sentir la terrible sensación de que su familia pudo medio comer hoy pero hay un mañana que alimentar. Aquí la gente se olvido de estrenos, de niño Jesús, de reunirnos el fin de año porque ya no podemos viajar para donde los viejos, de decirles a nuestros hijos que nos se vayan a pasar vergas en otros países, de abrazarnos al toque de la medianoche del 31-D y melancólicamente repetir que la felicidad y dicha nos embargará al son de la sempiterna canción Año nuevo, vida nueva y sobre todo, de los mensajes gubernamentales que nos van ha decir, como en años anteriores, que el 2019 será el año del definitivo despegue de la economía de la Venezuela potencia, aunque lo que cambia es el año del discurso, porque la realidad no ha cambiado durante todos estos años, porque las ganancias políticas logradas se han convertido en pérdidas en lo económico y lo mas importante, en lo social, o mejor dicho en lo humano.

Ojala que mi estado anímico sea producto de que al verme al espejo esta mañana, noté que mi barba y mis cabellos se han tornado de grises a blanco muy rápido, de que tuve que abrir otro hueco a mi correa, de que veo muy poco a mis hijos y mi nieta porque mis rodillas no dan mas para caminar y no puedo reparar el carro, de que ya no pueda tomar café mas seguido a mi gusto, de que la proporción entre la salsa de carne y los espaguetis que preparo se haya ampliado hasta ser un pálido plato, de que el pan que compré esta mañana se desinfló al enfriarse o de cualquier otra nimiedad que me ocurra. Pero, por sobre toda las cosas, ojala esté equivocado y alguien me cierre laboca. Lo agradecería.



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Carlos Contreras


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