Hace un mes Aporrea publicó un artículo que titulé Academia y Revolución.
Profundizando en el tema decidí que tenemos que centrarnos es en el
concepto necesario de “educación” en la revolución.
La LOE nos da un marco plausible sin duda. Pero la tarea es titánica.
Hacer que los docentes se deslastren de la burocracia en la administración
educativa, a la que le rinden tributo permanente, pareciera misión
imposible.
En el discurso todas y todos los docentes admiten la necesidad de cambiar
las prácticas tradicionales que hacen a los niños autómatas impasibles,
pero en la escuela la resistencia al cambio es infinita. Es una
resistencia que se expresa de manera polimorfa: con saboteos inconscientes
a los nuevos programas, con retrasos, con procedimientos inconducentes,
con apego irracional a los procesos establecidos, con desaciertos, con
manipulaciones…¡cualquier cosa con tal de no animarse al cambio!
En lo que respecta a los niños y las niñas, que ya nacieron con Chávez,
las prácticas educativas de la IV República, es decir, las de siempre, que
los pretendían como receptáculos de información acabada, inconsulta,
final, las reconocen como anacrónicas, insípidas, estériles…y es lógico,
porque la vida en esta cultura postmoderna les demuestra otra cosa: que la
información es versátil, que fluye y se transforma a partir de
interlocutores y episodios dinámicos.
¿Es que los docentes no se percatan que incluso en las escuelitas más
humildes un gran contingente de sus niños y niñas, a partir de
INFOCENTROS, CEBIT y otros medios revisan la información en la red y la
contrastan y la enfrentan a la de la escuela? ¿es que no se convencen de
que la comunicación hace rato que dejó de ser unidireccional para ser
múltiple? ¿ que los niños chatean y se copian desde el celular, y si no lo
pueden hacer, al menos saben que es posible hacerlo? ¿que twittear es
posible hasta con el Presidente? ¿que ven en el cable cualquier porquería
plagada de irreverencias mientras la escuela pretende comunicarse con
ellos en un plano de verticalidad caduca en el que se recitan “valores”
que contradicen “actitudes” permanentes en el hecho educativo?.
¿Cómo habrá que demostrarle a los docentes (bien intencionados, sin duda)
que el currículo preestablecido como un bodrio inmóvil no tiene sentido
alguno? que en cambio hay que construirlo en cada escuela de acuerdo a las
circunstancias, a las posibilidades de esa comunidad en función de la
historia local, de acuerdo con lo hábitos y con la vida de cada recóndito
espacio de este país?.
Un docente muy atinado me animó con su respuesta: “pero eso no pasa en el
campo profesora, allí el maestro se las ingenia, con niños de diferentes
grados a la vez, adaptándose a los períodos de siembra, de cosecha,
aprovechando todo lo que le presenta la vida para enseñar” y le pregunté
¿y cómo hacen con los supervisores? a lo que respondió ¡bueeno… eso… se
les dice lo que quieran oír ellos!
Entonces recuperé temporalmente la fe; en otras palabras, los maestros
rurales hacen igual que los niños, dicen a sus mayores lo que ellos
quieren oír, pero ¡afortunadamente! sus cerebros corren libres al
pensamiento creativo, rebelándose ante las arbitrariedades que atentan
contra su aparato cognitivo, así como el pueblo organizado cada vez más
recupera su protagonismo y deslegitima a unos pseudolíderes que sólo
buscan las viejas prebendas.
Serán ellos los que construyan esta revolución, que al menos en educación,
si no la apoyamos con decisión, aún está por verse.
Profesora Titular ULA
myriam@ula.ve
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