Reales y pontificias

Herederas del claustro pontificio

En aquella Mérida de casas solariegas, de potreros verdes y frondosos, el Obispo Fray Juan Ramos de Lora, en un documento fechado el 9 de marzo de 1785 disponía la creación de: “una casa de educación de los jóvenes inclinados á seguir el estado eclesiástico, en donde se les imprima máximas de religión, y se les enseñe la lengua latina, é instruya en las materias morales…”. 

     El 21 de septiembre de 1810, en medio del tamborileo independentista, la Junta Patriótica de Mérida le concedía al Seminario la gracia de “Real Universidad”, considerada posteriormente la primera universidad republicana de Latinoamérica, donde se conferían grados en Filosofía, Derecho Canónico y Teología; siguiendo la orientación educativa de la iglesia católica. 

     Ochenta y nueve años antes (1721) el rey Felipe V había erigido a “Universidad Real y Pontificia” (por estar bajo la tutela del Rey y del Papa) el antiguo Colegio Seminario de Santa Rosa, en Caracas. Aquella universidad se adhería a los intereses de la Corona y formaba profesionales dentro de la “pureza” de la religión católica. Teólogos, canonistas, juristas y médicos, egresaban de esta institución luego de pagar grandes sumas de dinero por el derecho a recibir dichos títulos académicos. Quienes querían ser admitidos debían presentar un testimonio de vita et moribus (vida y buenas costumbres). El aspirante a alumno debía, además, demostrar que era: “persona blanca, hijo de legítimo matrimonio, descendiente de cristianos viejos, limpios de toda mala raza”. Se excluía de la comunidad universitaria a los negros, zambos y mulatos y a quienes habían tenido en su familia alguna infamia, por razón de un penitenciado por la Inquisición o alguna nota pública inmoral (Fundación Polar, 2000).  

     Nuestras más reconocidas casas de estudio nacieron al cobijo de viejas instituciones católicas, en las que la Iglesia custodiaba celosamente “el saber”. Eran dignas herederas de toda una tradición que había comenzado hacia el siglo XII, cuando se crearon las primeras universidades medievales, provenientes también de antiguos monasterios y seminarios. Todavía la Universidad de Los Andes ostenta el siguiente lema: Initium sapientiae temor Domini (El principio de la sabiduría es el temor a Dios). Eran tiempos de enseñanza memorística, de metodologías repetitivas, del latín como vehículo de la “cultura”, de disciplina severa y contenidos inútiles. Centros de saber de distinguidos “doctores”. 

Olviden todo lo aprendido y comiencen a soñar 

     Muchos intentos se han hecho por reformar las universidades tradicionales, sin embargo todos han sido en vano, a pesar del esfuerzo de muchas generaciones de universitarios soñadores y transgresores, que han luchado contra la vieja y carcomida estructura de las instituciones académicas. El más emblemático fue la revuelta lúdica y política del Mayo Francés, cuando jóvenes estudiantes y obreros de París se unieron en una protesta sin precedentes, inspirados por intelectuales como Jean Paul Sartre. Sus objetivos eran principalmente la reforma universitaria, las reivindicaciones en el sector laboral y el aniquilamiento del conservadurismo en general. Mayo ’68, con su espíritu irreverente y festivo, generó una renovación en el pensamiento moral y social de los universitarios del mundo entero, sin embargo, no todos sus ideales fueron alcanzados.  

     En la Venezuela actual, ante el reto que significaba reformar las universidades tradicionales, la solución fue crear, en el seno de nuestra Revolución Bolivariana y fundamentada en el espíritu de nuestra Carta Magna, una universidad acorde con los nuevos tiempos: la Universidad Bolivariana de Venezuela. Una universidad que viene a satisfacer las necesidades del pueblo, partiendo de su propio corazón. Que se debe integrar de manera coherente y responsable con su contexto histórico nacional e internacional. Que sin ignorar la tradición, sino tomando lo mejor de ésta busque caminos más justos y asuma los retos que nuestro proceso revolucionario y el momento histórico nos impone. Una universidad que se involucre, que se comprometa, que salde la deuda con quienes históricamente permanecieron excluidos de la educación superior. Que se libere de la empolvada toga y la ruinosa fachada de claustro medieval y sobrepase los límites de su espacio físico. La Universidad Bolivariana debe proponer nuevos procesos de integración acordes con nuestros propios intereses y necesidades; combatir los mecanismos de dependencia y subordinación; pero sobre todo debe comprometerse con la organización y concienciación de nuestro pueblo. Este es su mayor reto.

bazocatherine@gmail.com



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Catherine García Bazó


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