El 2002 no fue un año sereno, nuestra historia tampoco lo fue. Los acontecimientos sociales y políticos que signaron los albores del siglo fueron caldo de cultivo para la conformación de un pensamiento crítico y comprometido que se expresaba en las páginas de los diarios. Las tecnologías de la información y la comunicación con sus sistemas de medios, que hoy sirven de engranaje a las distintas corrientes que a todas horas se desplazan en las autopistas cibernéticas, no eran ni siquiera una utopía.
En nuestra historia todo fue accidental. Cada acontecimiento crucial que cambiaría el rumbo de nuestras vidas sucedió, digamos, “de vainita”.
La ruleta infalible de nuestra suerte nos puso en la misma dimensión el 13 de enero de aquel año rabioso, en la sección “Nuevas Firmas” del diario El Nacional. Entonces no advertimos el milagro prodigioso del destino al poner nuestros nombres en una misma página, del que era para entonces el periódico de mayor circulación del país, en su edición dominical. Este espacio de opinión permitió cohesionar las voces de quienes representábamos una fuerza que emergía de la naciente revolución. La necesidad de expresarnos y la falta de medios para hacerlo, nos hizo conformar un frente de comunicadores del cual surgieron con el tiempo reconocidos personajes que llegaron a tener espacios en grandes medios.
La casa de un nieto de Juan Vicente Gómez fue el escenario de nuestro primer encuentro “real”. Por su forma de escribir me lo había imaginado más viejo, por lo que no pude ocultar mi asombro, o digamos más bien desengaño, al ver entrar por aquella puerta a un jovencito de unos pocos veintitantos que minutos después nos tenía cautivados con su verbo. Nunca necesitó grandilocuencia ni artilugios retóricos. Lo suyo es poética caraqueña acompañada de una sonrisa fulminante.
Unas horas más tarde dábamos él y yo, de manera fortuita y en pleno corazón de la plaza Altamira, nuestro testimonio fervoroso sobre el reciente 13 de abril, a un canal internacional de noticias. “Pero tengo novia”, “Pero tengo esposo”, fue la despedida.
Culminaba aquel trémulo 2002 con una Navidad que sería recordada años más tarde por las colas en las gasolineras y la derrota de la segunda gran embestida facha del nuevo milenio en Venezuela.
El fervor de las sucesivas victorias impulsó nuestro espíritu rebelde y determinó nuestras acciones. Nuestros padres habían querido cambiar el mundo y revolucionar el pensamiento moral e intelectual de la posguerra a punta de poesía. Éramos herederos de la Revolución Cubana, del Mayo Francés, del materialismo dialéctico y de Lennon; éramos posmodernos, altermundistas y hippies tardíos. Argamasa ideológica militante y febril.
Para nuestra generación, por primera vez, todas las utopías eran posibles. Quizá ese afán subversivo nos llevó a juntarnos finalmente. Ya el destino, como un imán de neodimio, había hecho lo suyo. La magnitud de la fuerza que nos separaba era proporcional a la de la fuerza que nos unía, lo que es igual a: “tenía que casarme con otro para que ÉL -alma intrépida y rebelde- se casara conmigo”.
Esa fuerza magnética resiste, manifestada en dos seres que llevan en sí la esencia de aquel tiempo y de esta historia. Dos subversivos, temerarios e intrépidos que heredaron la sonrisa de su padre, del que me enamoré cuando lo vi comiendo arepas, no por la arepa, sino por sus manos.