La ignorancia nos extingue. / A.P.M.
El peor enemigo que tiene la humanidad, no es el capitalismo, el Pentágono o la mediática alienante. El Departamento de Estado es un peluche ante enemigo tan infernal y poderoso. El peor enemigo de la humanidad es EL AZÚCAR. Quizás sea tan importante vencer ese enemigo, que de allí surja la revolución de revoluciones. No existe peor droga exterminadora. Dueña de arsenales de bombas solo mata gente dentro de cada ser humano, muy pocos escapan de sus garras.
Quizás sea el azúcar quien lleve a la humanidad al estercolero, pues es el que gobierna la mente que dictamina quién es terrorista y quién no, o el criterio que apacigua a las ovejas y al redil obedecer, el que dirige las páginas rojas y amarillas, el que otorga premios óscar, nobel, el morbo y las trampas, que maneja gatillo atacante o defensivo, dueño de hospitales, funerarias y cementerios, el imperio de imperios de más imperios de confiterías y corporaciones farmacéuticas, la clave para sostener a la medicina como factor clave complaciente de la perdurabilidad de su poder ¿nefasto?: ignorante más bien, la medicina también es otra marioneta impotente contra el azúcar, con seguridad la peor de ellas porque lo sabe. El azúcar no solo es proveedor de dos terceras partes de las enfermedades del planeta con sus pestes filiales, sino de la impotencia para luchar en su contra, así como del sutil escalón que dice estar claro porque no consume azúcar sin hacer nada por eliminar el empalago de su agenda.
Podemos extender sus tentáculos a los “gustos”, profesiones, ambiciones edulcoradas, la estética y el confort, arquitecturas y diseños, hasta alcanzar cuanto dogma pretenda endulzar la vida dentro de esta matriz de la impotencia como la lectura de cartas, el horóscopo, feng shui y la misma brujería. Es el fiel de la balanza del genio, de la sensatez, la comprensión, y cuanta virtud creemos ser potenciales dueños, como de sus vicios detractores, el mal genio, la insensatez e incomprensión; creemos ser los pilotos de nuestras vidas. En fin, vivimos de parches encontrados hasta que la festiva pelona toque nuestras puertas como tal cual atomiza la de millones diariamente, o que algún infeliz edulcorado se le ocurra pulsar los botones para el borrón instantáneo de la especie enviciada.
Que quizás el mundo fuera otro fuera de los parámetros de la glucosa, no sé qué tanto, pero ciertamente no habríamos llegado hasta donde estamos y la misma luz de la que somos el primer obstáculo, nos estaría bendiciendo sin mucha filosofía con sus aprehensiones. Pero ya estamos aquí. La ignorancia nos ha barrido náufragos a esta playa, aún no sabemos cuánto de bendita.
Surge, en efecto, un producto de lo más inocente, no de hace poco, pero sí de hace poco para acá su proverbial capacidad para sanar a la ingrata estirpe humana, con todos los pro y un solo contra, que bien vale concienzudos análisis sea en ferias o en tomos especializados, no pocos la verán como la enemiga más acérrima de esta humanidad –su exterminador la catalogarían los más enviciados-, pero que los más, como la verdadera tierra fértil donde brote la nueva humanidad, lúcida y preclara que aúne su poder en las luchas diarias en esta noche que pretende robar sus más nítidos principios.
La stevia (Rebaudiana Bertoni) es una planta de la familia de las asteráceas, nativa de las regiones húmedas de Bolivia y Paraguay. No existe en el planeta mejor edulcorante, la miel incluida, pese a que el azúcar emperador no le ha permitido levantar cabeza y menos, un hálito de su voz trepidante. Tiene la peculiaridad de no poseer calorías, en contra del azúcar, casi ocho por cucharada. Si apenas damos un somero paseo por sus bondades, nos avergonzaría que a estas alturas no hayamos descubierto tal calibre de poder alimenticio. Nos ridiculizaría el estadio subdesarrollado en que aún permanecemos, con todas las ínfulas satelitales y cibernéticas que nos identifican como puntos de referencia con otras edades. Es que la humanidad entera está para regreso al preescolar.
Al contrario del azúcar, la stevia es un edulcorante altamente curativo, previene las enfermedades bucales, principalmente la caries, extingue literalmente males gástricos, hepáticos, renales, sanguíneos por su valor antiséptico, antimicótico, antibacteriano, es antioxidante, previene tumores malignos, preparada como crema embellece la piel; con el consumo de este sorprendente producto desaparecen enfermedades cardio y cerebro-vasculares; la humanidad aún desconoce semejante poder (lo más seguro que ni siquiera la denominación muchos de los que lean estas líneas). Pese a que ya manejaban su fuerza alimenticia y enérgica, su influencia había sido y es restada en productos dietéticos, o de uso gimnástico, de manera que sea utilizado de forma subyacente y que no devalúe el poder del azúcar. Se la mezcla a propósito con otros edulcorantes que sí afectan la salud –sacarina, aspartame- para confundir su poder y porque es necesario el sostén de tanto dominio empalagoso sobre la humanidad; el poder de la stevia luce amenazador y terrorista a lo que dictamina el poder del azúcar. La Medicina es quizás la profesión diana de los disparos mortales del azúcar. Nadie mejor que el médico sabe que el cuerpo humano produce más del 70% del azúcar que necesita, pero es quien mejor sabe que el rosario de enfermedades que diagnostica son efectos de la ingesta de ese “fósil” en que transformamos el jugo de caña, combustible de la alta jerarquía de su profesión galena, como de los consorcios farmacéuticos que lo manipulan.
Ahora, la pregunta cabal, ¿qué impide tanta bondad? Como dijimos, tiene todos los pros y un solo ¿contra?: la stevia priva la ingesta de más dulce, conduce a la inhabilitación del apetito compulsivo; la “picadera” de chucherías dejan de tener razón de ser y extirpa cuanto antojo banal habla por la sensatez. El azúcar tiene su mejor aliado en la harina de trigo, el producto alimenticio de mayor venta en el mundo. Ese otro imperio de antojos, también contiene en su almidón su propia glucosa. Demos otro paso: la leche con su lactosa –otro azúcar- y completamos la trilogía trágica. Miremos el panorama: como me confesara sin rubor un experto panadero, son reales imperios con sus colonias que reciben más ganancias que el narcotráfico. El mejor aliado de la muerte humana y del entorno ambiental no es el petróleo, sino el azúcar, al contrario, la terquedad por el petróleo es efecto caprichoso del azúcar. Es musa inspiradora que “deshumaniza” el talento, prepondera el capricho antes que el sentido común, discrimina y separa al amor generoso por el individualismo, quizás el mejor de los espías que atenta contra el amor y la observación de estar presente, esto lo ignora la grey humana; su discriminación es tal que extermina los sabores; la humanidad no conoce sino de dos sabores, el “dulce”, y “los otros”, pesando aquel el doble de este plural. Ni imaginemos la cantidad de negocios, bolsas, empleos, que tiene el capital y su opositor, el mismo socialismo, si bajaran drásticamente la ingesta de azúcar, y qué revolución de revoluciones estaríamos gestando, cuánto de muerte venceríamos y de alargamiento vital conquistando, cuántas enfermedades desaparecerían, cuánta comprensión florecería y especialidades médicas innecesarias.
La stevia al no poseer calorías, su sabor puede ser multiplicado, como en efecto ya algunas empresas bolivianas sobretodo lo desarrollan en forma limitada (E.N.D. http://www.end-stevia.com/), concentrando el mencionado sabor en un porcentaje de 300 veces al del azúcar. Presentada en pequeños tarros de 80gr, puede edulcorar lo que 22kg de azúcar, y permanecer 2, 3, 4 meses en la alacena, según la frecuencia de uso. Cada tarrito posee una minúscula cucharilla para su uso exacto. Ahora bien, lo más importante de la stevia es que al eliminar la compulsión de comer dulces, y por efecto, sentir sus bondades de salud en los aspectos físico y psíquico, mejora al 100% la resistencia a cualquier tipo de malestar, multiplicando el optimismo sin necesidad de más opiniones mercachifles consumistas.
Si añadimos el otro maleficio del azúcar, el alcohol, identificaríamos mejor el monstruo genocida, el aguardiente, el ron, son portadores de una gama de muertes que dejan pequeño el término masacre. Y aquí hago valedero una reflexión sobre la revolución cubana: Ella es madre de solidaridades, madre de galenos misioneros, pero en tanto no supere la barrera de trocar el azúcar por la stevia, no es sino otro brazo compañero del matón. El azúcar y el ron cubanos son de un alto cotizado, que añadido al tabaco cubano, la cuenta mortal le hace compañía a la suma del capital; miremos de soslayo y tendremos al cubano como uno de los más altos consumidores de cerdo, por supuesto, se hace necesario un alto servicio de prevención de salud, la fachada que capta ingente cantidad vocacional galena, porque toma natural, ejemplar y revolucionaria, tanto su “dieta básica”, como el oficio misionero, y el mal principal, va de la mano en la olímpica marcha al suicidio general. Vemos que una Revolución de Revoluciones, aún luce utópica, pues la lucha de clases es sólo el principio, aunque otros flancos también conduzcan a la liberación humana, pero no son admitidos por los marxistas en la obcecación de creer tenerlo resuelto todo en la lucha de clases. Apenas una brechita ha abierto el camino para un convenio con Bolivia que desarrolle este poder y sea por fin otro brazo en armas contra un viejo vivir; el producto era utilizado por los guaraníes, etnia que al contrario de la quechua posee el menor daño dental en el aborigen continente sur. Hora de que se fomente realmente las bondades aquí expuestas, apenas una portada para una verdadera revolución, la revolución alimenticia, o lo que es lo mismo, con la promulgación sin temores, de la stevia, la revolución anti consumista, la revolución del AMOR, revolución de revoluciones.