Empiezo esta segunda parte advirtiendo que el título del trabajo lo tomé de unas declaraciones del presidente Maduro en las cuales señaló que la derecha tiene como meta privatizar la educación, lo que si bien no es una novedad, sigue siendo cierta y premisa irrenunciable si llegase a gobernar. “Nada en la vida puede ser gratis”, dijo el presidente chileno Piñera, expresión de lo que aquí es Capriles. Lo que trato entonces, desde la primera parte de este trabajo es dejar claro que buena parte de la escuela, en todos sus niveles, ya está privatizada y determinar los hechos que nos condujeron a dónde ahora estamos y empujan la tendencia a ampliar y profundizar el fenómeno. Es cierto que el gobierno brinda educación gratuita a una matrícula muy superior a la privada, pero esta no deja de ser significativa, tiene sus impactos en la política y la vida social, contradice y hasta obstaculiza la meta socialista.
Dijimos en la primera parte que lo acontecido con la escuela está dentro del proyecto global que se impulsa desde el FMI y sus recetas neoliberales de reducir lo que ellos llaman gastos, como lo invertido en educación. Entonces si se reduce la inversión o no se hace en la medida necesaria la escuela pública se deteriora, pero los sectores pudientes y de la amplísima gama de la clase pueden, según los cálculos de los tecnócratas, hacer uso de la educación privada que absorbe esa matrícula y de paso hace el trabajo necesario para domesticar a la juventud.
Por supuesto, la reducción de la inversión en educación, pasó por prestar malos servicios o prestar los más elementales, dejar que la planta física de la escuela se deteriora, no dotarla de los elementos didácticos más esenciales, en fin, convertirla en un verdadero adefesio en todos los sentidos. Estando como estábamos en la IV república y seguimos estando, desestimular al docente en ejercicio y a quien, bien dotado, pudiera orientar su vida profesional por ese camino, pagando los más bajos sueldos posibles.
Los problemas señalados anteriormente, dentro de la clásica concepción capitalista de los partidos de la derecha, la cultura o “el sentido común del educador”, configuraron una estrategia de lucha, de la cual la izquierda se dejó impregnar, de enfrentarlos mediante la huelga o el paro demasiado, quizás excesivo, de las labores docentes.
Los gobiernos le cogieron el gusto al asunto, tanto que los ministros de educación, sabiendo que al siguiente año debían pagar una deuda contraída mediante contrato firmado el año en curso, al elaborar el proyecto de presupuesto del despacho, de manera deliberada, no incluían el monto respectivo. Esperarían que llegado el momento de pagar, declararía no poder hacerlo por no estar en presupuesto, a sabiendas que reventaría una huelga de grandes proporciones que le sacaría las castañas del fuego. Es decir, había huelgas ya planificadas de antemano por el gobierno, aparte de las que se producían por otros incumplimientos y las cinco o seis huelgas, que podían extenderse por quince o veinte días hábiles, que acompañaban la discusión de cada contrato.
Los dirigentes gremiales, incluyendo los de la izquierda, fueron arrastrados por aquella vorágine o comparsa, con la falsa idea que eran ellos los héroes, los dirigentes y quienes determinaban forma y ritmo del movimiento. Hubo casos en que no haber pagado la quincena a las diez de la mañana el día previsto, era motivo para suspender las clases.
Ese triste cuadro, diseñado, empujado, nada irracional, desde los mandos de la derecha y de la economía neoliberal, que los gremialistas creían un portento de lucha en beneficio del pueblo, generaba el caos, determinó el pensamiento de aquellos maestros del sector público que dijeron que su hijo no cursaba en su escuela porque:
-“Lo que pasa es que, en esta escuela se pierde mucho tiempo; generalmente estamos parados y la planta física está demasiado deteriorada. ¡Ni baños tienen los muchachos!”.
Rebajar la inversión en educación, lo que significa pagar malos salarios a los trabajadores del sector, docentes, administrativos y obreros, deteriorar los servicios escolares o no prestarlos, fue la estrategia de la derecha, orientada desde arriba, para deterior la escuela pública en todos los sentidos y empujar la matrícula, hasta los hijos de los maestros hacia la escuela privada.
Fue esa la estrategia de la derecha privatizadora. No el cobro de una discutida y módica contribución del representante, por demás en ningún caso obligatoria, lo que en buena medida empujó que en Venezuela creciera vertiginosamente la matrícula escolar privada. Ahora mismo, desde las universidades privadas, sus dueños, autoridades y docentes, apoyan una huelga en el sector de las universidades públicas autónomas, por presuntos “reclamos salariales”, mientras en aquellas los salarios son una miseria y los estudiantes deben pagar sumas que demasiado pesan en el ingreso familiar de la mayoría de ellos.
Si algo hay que reconocerle al gobierno revolucionario, es haber acabado con la epidemia huelgaria en el sector educativo. Digo esto, por hacer referencia al asunto que dañó en el pasado a la escuela. Pues son muchas las cosas que se pueden decir en favor de las políticas educativas del gobierno chavista; si uno comienza a enumerarlas no sabría cuándo parar y en qué espacio colocarlas.
Pero esos daños quedan. Como que es demasiada la cantidad de jóvenes en el sector educativo privado y eso tiene un peso fundamental en la estrategia del cambio. Pero queda la tendencia a que muchos sectores populares o clase media, hasta progresistas, prefieran la escuela privada. Esta se ha posicionado como una marca de mercancía que todo el mundo quiere comprar o poseer.
Pero también temo que el docente, como en el pasado, atribulado por sus dificultades se deje absorber por cosas diferentes a su obligación fundamental y descienda su calidad y disposición para un trabajo tan importante para construir la patria. Así mismo que, se generalice la tendencia entre los jóvenes a rehuir incorporarse a escuelas de educación porque perciben que allí parecieran “no tener futuro”.
Estando la revolución en el gobierno, la derecha no le podrá seguir sustrayendo la matrícula que debe atender el sector público si la escuela funciona cómo debe ser y el docente se siente identificado y satisfecho con su labor y el trato que le es dado. Por eso, debemos poner empeño en atender la escuela y al maestro, cómo les corresponde. Eso significa, como lo ha venido haciendo el gobierno, continuar invirtiendo en educación de conformidad con la demanda, para impedir la privada siga creciendo y hasta se reduzca al mínimo en concordancia con los fines socialistas.