Las urgentes tareas de la juventud revolucionaria frente a los traidores de su propia historia

Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro

A finales del año 2007 en plena contienda electoral sobre la reforma de la Constitución Bolivariana, surgió en el seno de la oposición un grupo de “jóvenes universitarios” que ejercieron en cierta medida un rol protagónico dentro del acontecer nacional. Su rechazo a la propuesta de reforma se cimentó en que la libertad y la democracia sólo podían lograrse bajo un sistema capitalista, en el que el progreso individual egoísta y la propiedad privada jugaban un papel vital e imprescindible. Algunos de sus líderes exaltaron su condición independiente de cualquier grupo político, manifestando que el movimiento de “las manos blancas” surgió espontáneamente, como respuesta a un gobierno “dictatorial y represivo”. Además, se reclamaron continuadores de las luchas sociales que libró la juventud a lo largo del siglo XX, tergiversando la historia, con el apoyo de los medios de comunicación privados. Meses después, los jóvenes “paladines” de la oposición eran premiados por organizaciones internacionales de ultraderecha y se postulaban como candidatos a cargos públicos con los partidos de la oposición.

Parece mentira pero es una simple verdad, como el guion utilizado años antes se repita sin tachones ni cambios de ningún tipo en el presente. Hoy no es Yongo, quien se fue a México con los reales que se ganó por protestar. Hoy no es Stalin González, de quien ya no se sabe ni el rastro. Hoy son la nueva Clasesita de alienados, quienes pretenden adjudicarse la “Luz” que nunca les ha pertenecido.

Un breve esbozo histórico de tres de los acontecimientos políticos más importantes ocurridos en el siglo XX en Venezuela, en los que participó la juventud —generación del 28, derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez y la renovación universitaria (1969)— desmiente rotundamente la idea de que los jóvenes oposicionistas son continuadores de dichas luchas. Por el contrario, los ideales, partidos y grupos políticos a los que ellos pertenecen en la actualidad, fueron los mismos que traicionaron a la juventud venezolana en el pasado. Duermen con el enemigo por ingenuidad o por simple manipulación. Ante sus propósitos confusionistas es necesario mostrar el papel histórico que han jugado las luchas revolucionarias juveniles y el papel que deben jugar en la actual coyuntura política.

El papel de los jóvenes revolucionarios en la historia

El primer gran movimiento de emancipación y lucha revolucionaria juvenil del siglo XX se da en febrero de 1928, en plena dictadura del General Juan Vicente Gómez. En esa oportunidad, un grupo de jóvenes universitarios se reúnen en el teatro municipal de Caracas. El orador de orden, Pío Tamayo, fundador del Partido Comunista de Venezuela, recita un poema considerado subversivo por el gobierno de Gómez. De igual forma estudiantes que toman la palabra, pronuncian sendos discursos “inconvenientes” para la Dictadura. Eran tiempos en los que el látigo y los grilletes no eran vistos desde el cristal con el que podrían verse actualmente. Por ello, la más mínima afrenta contra el Estado y el Gobierno o la simple irreverencia política era pagada con represión y cárcel, en La Rotunda. A pesar de ello, la teoría marxista y las noticias de la Revolución rusa goteaban en los puertos venezolanos, llenando de esperanza la mente de los jóvenes. El sueño de una Revolución social los hizo conspirar. La mayoría de los estudiantes de La Generación del 28 son perseguidos, detenidos y recluidos y en muchos casos asesinados.

Sólo hasta la muerte de Gómez muchos de los exiliados regresan al país. La estadía en el Caribe y Europa les permite una formación ideológica más amplia, influenciada por las ideas socialistas. Sin duda, aquellos que aguantaron el garrote gomecista, sentaron las bases de lo que serían las futuras luchas de la juventud revolucionaria. De la Generación del 28 saldrían las caras de los grupos políticos que a la postre protagonizarían todo lo que ocurre en la década de 1950. Es precisamente por esos años en los que partidos como el PCV, URD y AD (como partido de abierta tendencia socialista) luchan contra una Dictadura militar, la del General Marcos Pérez Jiménez. En 1957, luego de años de desorganización, se crea un Frente Patriótico clandestino liderado por el periodista de 27 años, Fabricio Ojeda. La calle era un hervidero de jóvenes con ideas de izquierda. En este contexto, los estudiantes de la UCV encabezan la ofensiva final contra la dictadura. Todos los manifestantes son reprimidos por la Seguridad Nacional que asesina a 7 jóvenes con edades entre 18 y 21 años y detiene a más de 200 personas, entre profesores y estudiantes. El 23 de enero de 1958, luego de una rebelión cívico-militar, se consigue derrocar a la dictadura. Una vez más los jóvenes revolucionarios y socialistas participan activamente por la libertad y la democracia venezolana. La misma bandera democrática y socialista que se levantó en la lucha contra el general Juan Vicente Gómez, volvía a enarbolarse ahora contra la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez.

Pero las luchas de los jóvenes de izquierda se ven traicionadas por los líderes políticos que se mantuvieron en el exilio durante la tiranía perejimenista. AQUEL PUNTO DE QUIEBRE, se mantiene hasta nuestros días. En 1958 se firma el llamado pacto de Punto Fijo entre AD, URD y COPEI —excluyendo al PCV—, y ese mismo año es electo presidente Rómulo Betancourt, quien en el mismísimo discurso de toma de posesión da la espalda a todos los partidos de izquierda que lidiaron por años contra la dictadura. Además, reprime a todos los que pertenecen a los partidos revolucionarios, y ordena el despido de más de 200 profesores universitarios sólo por su tendencia política. Ante esto, y motivados también por el triunfo de la Revolución cubana, muchos de los jóvenes marxistas deciden seguir el camino de la lucha armada.

El diputado Fabricio Ojeda, líder de las luchas contra la dictadura, con tan sólo 31 años, decide abandonar su cargo en el Congreso y tomar un fusil. En su carta de renuncia expresa: Nuestra decisión de incorporarnos a los estudiantes, obreros y campesinos que hacen la guerra de guerrillas en Falcón, Portuguesa, Mérida, Zulia, Yaracuy, obligados por la brutal represión del gobierno que amenaza con la muerte, la tortura y la cárcel a quienes se oponen a sus designios, obedece a la firme convicción de que la política de las camarillas que ejercen hoy el poder no muestran ningún ánimo para dar soluciones a la crisis política venezolana a través del diálogo y la senda electoral. El gobierno de Rómulo Betancourt desata una cruenta represión contra el movimiento revolucionario y popular, violando los más elementales derechos humanos. Fabricio Ojeda es asesinado 4 días después de ser capturado en el año 1966. En los periodos de gobierno consecutivo del partido AD —Rómulo Betancourt y Raúl Leoni—, se evidencia una de las épocas de mayor represión y actos criminales en contra de los jóvenes revolucionarios. Las desapariciones, los “suicidios” y las matanzas son la orden del día a día.

Con la “pacificación” impuesta años después por Rafael Caldera, culmina una de las etapas de la lucha armada en el país. No obstante, las luchas de los jóvenes de izquierda continúan y algunos nutren a los diferentes partidos políticos progresistas del país (MIR-PRV). Queda claro que durante los años de la democracia representativa los estudiantes de las universidades autónomas (UCV, LUZ, ULA, UC) se constituyeron como un bastión de lucha contra el pacto de Punto Fijo. A la par de todo esto, desde la caída del general Marcos Pérez Jiménez, se produjo un extenso debate ideológico y político sobre el papel que debían seguir las universidades en el desarrollo social del país. Los estudiantes universitarios y de bachillerato se plantearon, no solo acompañar al pueblo en sus luchas, sino también transformar íntegramente la educación. Así, la universidad fue concebida como ente revolucionario, abierto a las ideas de transformación y propenso a los cambios socio-políticos que demandaba la sociedad venezolana. Esta tendencia ayudó a levantar un movimiento de reforma universitaria conocido como el “Movimiento por la renovación” (1968/69), que intentaba dar una mayor participación al estudiantado en la administración y toma de decisiones de las universidades, y cuestionaba tanto la falta de pertinencia social como el método conservador de la enseñanza impartida en estas casas de estudio. La renovación hizo tambalear el modelo burgués de enseñanza en todas las universidades públicas venezolanas.

El movimiento reformista fue enfrentado con la intervención militar de la UCV y la aprobación de la Ley de Universidades bajo el mandato del Departamento de Estado de EEUU., por parte del gobierno de Rafael Caldera, en 1970. A pesar de la intervención gubernamental y su estrategia por despolitizar la universidad y convertirla en un centro destinado solo a la reproducción de mano de obra calificada y de afiliación a la ideología dominante, la discusión sobre la función social de las universidades se mantuvo por lo menos hasta la ofensiva neoliberal de Carlos Andrés Pérez, momento en el que se logra quizás por primera vez, penetrar e incidir en el movimiento juvenil revolucionario y que planteó y plantea aún hoy una profunda rectificación de la ideología neoliberal que lo ha permeado, para recuperar su compromiso con las luchas revolucionarias del pueblo

El paso de la universidad revolucionaria al “claustro” académico conservador

Ciertamente en las luchas históricas que libró la juventud revolucionaria del país se planteó la refundación de los espacios académicos. A pesar de la estructura poco democrática que existía —y existe—, en las universidades publicas venezolanas, hubo espacio para el ingreso de una cantidad importante de estudiantes procedentes de las clases populares y de la clase media con inquietudes y deseos de cambio social. A pesar de la estructura piramidal, antidemocrática y excluyente de la universidad, los estudiantes revolucionarios fueron una fuerza combativa importante y las ideas revolucionarias y progresistas permearon ciertos sectores entre el profesorado y las autoridades universitarias. Pero a partir del año 89, el advenimiento del neoliberalismo aceleró el proceso de transformación de la universidad pública venezolana en centros elitistas. La estrategia de privatización de la educación en todas sus etapas debilitó la educación pública y erosionó la calidad de la enseñanza reduciéndola a unas simple reproductora de la ideología mercantilista. Los jóvenes humildes quedaron excluidos de la educación superior. Al mismo tiempo los jóvenes de clase media que ingresaban a universidades bajo la influencia del neoliberalismo se hicieron cada vez más conservadores. El proceso de privatización de la educación superior trajo aparejado el deterioro de la universidad pública y la apertura de nuevas universidades privadas comprometidas con la lógica neoliberal. El resultado: las universidades que otrora eran centros de debates, de ideas y de luchas, se convirtieron principalmente en un refugio de la derecha reaccionaria del país. Bajo el dogma neoliberal en el que la competitividad y el beneficio propio sustituyeron los valores de solidaridad, el conservadurismo se apoderó de la universidad pública. Graduarse rápido y hacer dinero con una profesión, sin ninguna responsabilidad social, se convirtió en el pensamiento predominante de los estudiantes. Es de esta universidad, que está de espaldas a los intereses del pueblo, de donde provienen los jóvenes que pretenden, en contra de la historia, oponerse al proceso revolucionario que se vive actualmente en Venezuela. Con la llegada de Chávez y su Revolución llena de solidaridad, de construcción colectiva del bienestar de todos, la universidad se convirtió en un centro de resistencia de aquellos que vieron amenazados sus intereses de élites privilegiadas, tendencias reforzadas por la exacerbación del consumismo imperante.

Las luchas de los jóvenes en pro del socialismo

Ante la actitud de estudiantes que defienden las posturas ultraderechistas del neoliberalismo y que se autoproclaman mediáticamente como la voz de la juventud venezolana, los jóvenes en pro del socialismo debemos tomar las riendas de la lucha por la profundización de la democracia participativa y protagónica y ser continuadores de la tradición revolucionaria de la juventud venezolana.

No es tarea fácil. La desigualdad en el ingreso de jóvenes a las universidades públicas limita profundamente la posibilidad de crear una universidad popular, al servicio de la sociedad como un todo integral. El proceso de elitismo progresivo en las universidades públicas ha sido y es hoy vergonzoso. Las cifras de ingreso a las universidades públicas de la masa estudiantil proveniente de los sectores D y E nos hace preguntarnos qué tienen de pública nuestras casas de estudio.

La juventud no puede asumir una actitud pasiva y de resignación ante esta situación. Debemos luchar por una nueva Ley de universidades que fomente nuevas formas de ingreso a la universidad y que promueva la integración al campus universitario de las clases más desposeídas de la sociedad, además de formas realmente democráticas de conducir la Academia. Es necesario abrir un debate en el que se reflexione sobre las desigualdades y deficiencias existentes, no solo en el nivel superior, sino también en el nivel medio y básico del sistema educativo venezolano. No hacemos nada luchando contra la alineación en el campo universitario, si los futuros estudiantes cargan a cuestas el inefable peso de una educación media y básica marcada por el individualismo, la ambición y el deseo de riquezas. Chávez lo sabía, y por ello su primer gran logro fue alfabetizar, cultivar en el pueblo el deseo de aprender para vivir viviendo. Hoy, los jóvenes debemos exigir al Estado y trabajar conjuntamente con éste en la elaboración de un plan educativo que enseñe al niño desde sus primeros años los valores esenciales para la formación posterior del hombre nuevo. Una educación inicial, infantil y juvenil, en la que el niño aprenda algo más que números y datos, que aprenda sobre la solidaridad, el amor, el respeto, la cooperación, etc. Esta lucha precisa convertirse en un bastión de la revolución socialista, y somos precisamente los jóvenes los que debemos tomar la iniciativa en este aspecto.

Es fundamental el cambio de paradigma epistemológico, ético y estético en nuestras casas de estudio medio y superior, apelando a nuevas metodologías de producción de saberes que tomen en cuenta los escenarios de la vida real: la fábrica, el campo, la comunidad y todo lo que sea dirigido a la satisfacción de las necesidades sociales antes que a la acumulación del capital. Las tecnologías de información y comunicación, las aldeas universitarias —o descentralización de las centro de investigación y enseñanza— son una opción necesaria para una educación inclusiva.

Además, es fundamental participar activamente en el cambio REAL de la sociedad venezolana. No podemos luchar sólo por reivindicaciones propias de nuestra identidad. La revolución socialista implica crear una conciencia colectiva integral, en la que el ser humano logra una comunión efectiva entre su vida y la de sus semejantes, y esto sólo es posible cuando cada uno de los individuos de ese colectivo entiende y expresa valores humanos que le permiten dicha integración. Un joven alienado, con las fracturas psicoafectivas y sociales propias del individualismo egoísta posesivo no podrá ser, NI QUERIENDO, un revolucionario pleno.

Por ello la lucha debe ser en todos los espacios: políticos, sociales, económicos, culturales; contra la propiedad monopólica privada de los medios de producción; contra la economía de mercado; contra la explotación laboral; contra el racismo social y la alienación cultural; contra la utilización individual de los saberes construidos COLECTIVAMENTE. Especial papel tiene que jugar la juventud y la universidad en el desarrollo de una nueva ciencia, una nueva tecnología y un nuevo arte al servicio de la satisfacción de las necesidades sociales, la soberanía nacional y la construcción del socialismo, todo lo cual debe realizarse acompañando las luchas de los trabajadores, los indígenas, las madres, los pobres y todos aquellos que claman por la igualdad y la justicia. La consecución del socialismo requiere de una lucha a largo plazo y por ello la revolución debe innovar y renovarse constantemente si pretende alcanzar para el pueblo la mayor suma de felicidad posible. Somos los jóvenes de corazón y de mente, llenos de ideas y deseos de luchar y trabajar por el socialismo, los encargados de dar esa continuidad necesaria que permita vislumbrar un futuro prominente. Tuvimos suerte de nacer en un contexto histórico que nos da la oportunidad de desarrollarnos como seres humanos plenos, con una ética y moral capaz de confrontar radicalmente el capitalismo. Tuvimos suerte de nacer en tiempos de Chávez, y ahora de compartir el camino con el primer presidente obrero de Venezuela, Nicolás Maduro. Debemos tomar conciencia de esto y formar un carácter y una conciencia con valores humanistas y revolucionarios. Es la única forma de ganar esta batalla.


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Moises González


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