"Cuando te pregunten quien te dejó ciego del único ojo que tienes, dile que fue "Nadie" quien te hirió"
"Odisea" (Ulises le habla a Polifemo luego de haber clavado en su ojo de cíclope una afilada lanza)
Estimado maestro: Me había prometido no responder a sus extáticos correos dirigidos a mi buzón personal por aquello de no caer en el "ritornello" odioso y narcisista al que suelen sucumbir los intelectuales de su estatura. A veces el silencio resulta, sin duda, más aleccionador que una retahíla de verdades. Por otro lado, siempre he seguido la máxima de uno de los hexagramas del I Ching que me recuerda que el odio y la revancha son una manera de conservarse unido al objeto repudiado, y nada más lejano de mi espíritu libre de nimiedades pasionales que enfrascarme en una batalla perdida contra alguna celebridad; en términos logísticos, porque yo no tengo un ejército de seguidores religiosos como usted, quienes en su obsecuencia, se han dedicado una semana entera a insultarme y a degradarme como ser humano -vía correo electrónico- sin ningún argumento que refute lo que yo le reclamé, sino aludiendo a la afectación anímica en la que ha dolido más la "afrenta al maestro" que mis refutaciones sobre la grave situación económica y moral por la que atraviesa nuestro país.
Pero lo más oprobioso de ese accionar ha sido que usted se ha encargado, metódicamente, y como un abad del siglo XII, de reenviarme, personalmente, cada una de esas afrentas, incluso la de una de sus ménades que ayer, luego de proferir un promedio de treinta obscenidades por párrafo, culminó su correo con un: "Aah, carajita boba, ojalá que nunca se te olvide: ¡Aquí no se habla mal de Luis Britto García!" (sic). Las identidades de esos emisarios, así como el contenido de sus descalificaciones a mí como mujer, me las reservo por respeto a los lectores de esta nota y por un acto de cortesía que siempre me acompañará hasta el día en que un fanático como esos que lo alaban a usted, se encargue, por un asunto de honor, de dispararme un tiro en la frente por bocona. La verdad es que no escribo para defenderme o acusarlo, mucho menos para defenestrarlo de su sitial honorífico, que bien se ha ganado en la historia contemporánea de mi país. Le ruego que hagamos un ejercicio de humildad y que por el instante en que dure la lectura de esta carta, desplacemos su ego de este texto. No se trata de demostrar que el maestro está herido, ni de medir sus fuerzas insondables con las mías: mujer anónima que se atrevió a rebatirlo desde mi realidad común y corriente de profesora universitaria. Demás está decirle que no hace falta que acuda, como bien lo ha hecho, a mezclar mi carta abierta con mi rol como experta lingüista en el caso López y a sus consideraciones sobre mi imperdonable conversión a la derecha venezolana. De eso me encargo yo y ese asunto lo he asumido con la responsabilidad histórica que a cada uno le ha tocado en estos diez y ocho años de gobierno bolivariano. No es por allí por donde va herirme, pues como dijo Ulises en "Odisea", yo soy "Nadie" y de la reconstrucción de mi éthos me ocupo sola.
La estructura medular de esta segunda carta es hacer de su conocimiento que ayer, en el programa televisivo dominical "Los domingos con Maduro", una joven liceísta le dijo a nuestro presidente que muchos de sus compañeros se desmayaban de hambre por falta del comedor estudiantil. (http://www.aporrea.org/educacion/n303796.html) Ahora bien, si esa adolescente se atrevió, con absoluto respeto y espontaneidad, a decirle eso al presidente Maduro es porque ella tiene compañeros que desfallecen en el liceo, ergo, obviamente no deben comer en sus casas. Pero lo más interesante, y que juega en su contra y sobre todo demuele sus estadísticas celestiales (las de usted), es que el mismo presidente Maduro, en un atajo de sinceridad, lamentó "haber llegado hasta acá para saber esa verdad", ordenando al viceministro de Seguimiento e Inspección de la Gestión de Gobierno, Carlos José Vieira, que se encargara de resolver ese caso. Ante esa brutal realidad -como le expresé hace una semana porque mis estudiantes bajan de peso en cada semestre- ¿cómo quedan usted y sus estadísticas de aumento de talla en los últimos años? Ello sin contar que hace años el BCV no publica ninguna cifra oficial de absolutamente nada, con lo cual habría que revisar cuáles y de qué fecha son las cifras que usted maneja para sostener el silogismo de su premisa mayor de razonamiento. Veamos y pensemos si vale la pena centrar esta diatriba en desmantelar nuestros éthos. Lo reto.
Ante esa realidad, ante ese hecho palpable de hambre entre nuestra gente, la que anda a pie, la que hace colas de horas bajo el sol y la lluvia por comprar algún alimento "regulado"; ante esos ancianos que se desmayan en las filas mientras esperan que les paguen el Seguro Social; ante esas mujeres que hurgan en la basura para darle de comer a sus hijos; ante esos niños que pululan en el boulevard de Sabana Grande de su Gran Caracas descalzos y llenos de mugre; ante esos neonatos que fallecen en los hospitales de nuestro país por falta de insumos; ante esos pacientes oncológicos o que padecen de HIV que regatean por un tratamiento que no les llega y se mueren en la antesala; ante los asalariados que ganan sueldo mínimo y con eso tiene que alimentar y "resolver" el mes, ante todos ellos ¿cree usted tener cara para dedicarse una semana entera a enviarme correos a mi buzón personal para hacerme saber lo mucho que me insultan sus seguidores? ¿a estos venezolanos sin dolientes cree usted que les importa que usted sea usted y que yo sea yo? ¿de verdad cree tener la moral revolucionaria para dedicarse con tanto esmero en hacerme saber lo mucho que le ha dolido mi carta abierta sobre la inimputabilidad senil en vez de meditar sobre mis razones? ¿no será mejor salir de su estudio y asumir que debe esgrimir argumentos de peso para interpelar a este proceso que usted apoya? ¿no será más práctico que usted se dedique a tratar de resolverle un problema a algún vecino que no tenga su antihipertensivo a tiempo, por ejemplo? Lamentablemente, maestro amigo, con los libros que usted escribe no se rellena una arepa, no se hace un jugo, ni se compra un litro de fórmula láctea, ni una matica de acetaminofén, ni un mega mercado en Aruba en un jet privado. Nada de nada, maestro.
Más bien, deponga las armas que ha usado en su estéril contienda durante una semana de su vida; lo invito a que entre y salga de su espuma erudita y se empape de calle. Yo enseño griego antiguo y entro y salgo del Olimpo varias veces al día a comprarle el desayuno a algún estudiante con hambre para que no se me desmaye mientras traducimos o estudiamos fonética homérica. Lo invito al Hades, le aseguro que Caronte lo recibirá con los brazos abiertos. El Hades finalmente lo llevamos en los ojos y en el corazón, así seamos seniles a los setenta o cuarenta años, total, es un asunto de números, así como los muertos en manos del hampa común y del sicariato que engrosan las cifras que usted jamás mostrará en sus entrevistas.