"Lo que Yahveh de ti reclama: tan solo practicar la equidad, amar la ternura, y caminar humildemente ante tu Dios"
Miqueas 6:8
"Un profesor trabaja para la eternidad:
nadie puede predecir donde acabará su influencia"
H.B.Adams
I. Introducción
¿Cómo llegamos los humanos a ser aquello que en nuestra más recóndita entraña anhelamos alcanzar, necesitamos realizar y estamos destinados a vivir? Mientras que el animal nace equipado con una serie de recursos para instalarse en su medio y sobrevivir, el humano en cambio nace desprotegido por la naturaleza, quedando remitido a los demás tanto en sus necesidades primarias al nacer como en las restantes al ir creciendo. Existimos desde los demás, llegamos a ser con los demás y logramos nuestro mejor yo cuando vivimos para los demás. Ese proceso mediante el cual nos ayudamos los unos los otros para el descubrimiento, realización y plenificación de nuestra existencia humana es la educación. La educación no es un simple trabajo, una rutina cuyo objetivo sería obtener ciertos tipos y cantidades de productos .La educación no es una mera cuestión cuantitativa, sino principalmente un cambio cualitativo para los individuos y la sociedad. La buena educación transforma a las personas, las humaniza, las desarrolla. .Transformando a las personas colabora en la transformación de la sociedad. Por ello la educación es trascendente, porque sus efectos están más allá de los signos visibles de la acción escolar cotidiana. Uno de los factores que determina la trascendencia de la educación es la persona del docente. No solamente sus conocimientos académicos, su lucidez política, su pericia didáctica, sino la riqueza de todo su ser desplegándose a favor de "sacar fuera" (educar) lo mejor de cada uno de sus alumnos. La educación se convierte en trascendente, cuando los educadores se brindan plenamente, van más allá de lo establecido en un libro, un contrato laboral, un programa, una planificación, un examen: desde su riqueza interior influyen de manera decisiva en la transformación del espíritu de los alumnos.
Los buenos educadores son personas trascendentes y desarrollan una actividad pedagógica trascendente. Pero la trascendencia tiene un nivel más abarcado, profundo y significativo que los conformados por las acciones humanas. En ese nivel nos topamos con la presencia de Dios, dimensión donde toda acción relevante es iluminada de otra forma, más plena e integral. Toda vida lleva en sí mismo un destino, hacia el cual orienta –de la mejor manera posible- su proyecto. Gracias a este rasgo propio, el ser humano puede superar lo contingente y alzarse hacia lo trascendente. La educación eleva al humano y por sus características dinámicas, progresivas, indeterminadas y abiertas a múltiples posibilidades a lo largo de la vida, por ella podemos encontrarnos con Dios. Todo lo bueno para el hombre es querido por Dios: por medio de la buena educación, Dios puede llegar al corazón del docente y de los alumnos, aunque no lo conozcan, no lo nombren ni piensen en El. Dios sabe "colarse" a través de los educadores para plenificar la vida de las personas.
Si el educador es creyente, si el educador considera a Dios como algo más que una idea, como una Persona que lo ama, lo espera y lo acompaña a lo largo de la vida, es importante que ponga su tarea educativa en las manos del buen Dios. En ese momento, la fe del maestro o del profesor –elemento central de su espiritualidad- se transformará en sostén para la misión. En los instantes de duda, tensión o incertidumbre, cuando los argumentos técnicos no alcancen y las fuerzas interiores disminuyan, la fe sostendrá y lo animará a continuar con su tarea, aquella misma que asumiera cuando descubrió la vocación de educador.
II. ¿Que pide Dios a los educadores?
En el camino de su propia realización, el ser humano se mueve por deseos contradictorios. Existe en nosotros una fuerza que ha de ser orientada y canalizada para que se convierta en energía constructiva. Esto requiere un dominio de si y una educación de nosotros mismos para transformar el querer en un poder bueno. Es voluntad de Dios que el educador se eduque educando, que crezca haciendo crecer, que desarrolle su parte mejor en el empeño de educar a los otros. Dios pide que nos empeñemos en hacer mejores a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes que nos son confiados; pide que los ayudemos a crecer en sabiduría, a desarrollar sus potencialidades, a negociar con sus talentos con prudencia y equilibrio. Está en juego su crecimiento humano, profesional, y también su crecimiento interior, espiritual en el sentido pleno de la palabra, que les haga capaces de afrontar también una sociedad exigente, dura, despiadada, competitiva. En este sentido y en este horizonte educativo, necesitamos una educación "global", para prepararles a los desafíos de la vida. El crecimiento humano y profesional ha de ir unido con la responsabilidad "ética", que significa convertirse en "buenos ciudadanos", honrados y responsables. La tarea educativa, que involucra muchas energías, es una verdadera misión "humanitaria". Por lo demás, ¿Qué cosa hay más grande que hacer crecer a personas que mejoran la calidad de vida propia y ajena, porque se han mejorado interiormente?
III. Coda
La educación (docencia) necesita de gente muy despierta y animada, y sobre todo, consciente de su responsabilidad. Necesita de una respuesta diaria. Quien es llamado para la educación, tiene que saber que es responsable ante el llamado para educar. Si somos llamados para las clases es porque tenemos madera, no de santo tal vez, pero sí de alguien que puede transmitir e influir en otros de manera positiva y duradera. Quien es llamado a la docencia, es llamado a tener una conversación constante con la verdad, con el conocimiento, con el ser humano, con la humanización de la persona. El llamado es la huella trascendente del docente.