Siempre he sido, durante toda mi vida, un defensor ideológico de la educación pública. Por eso siento mucha lástima cuando veo algunos planteles oficiales ad hoc cuya estructura arquitectónica es mucho mejor que la de cualquier plantel privado, encontrándose esos edificios del Ministerio de Educación, por desidia, indiferencia o descuido, en un completo abandono tanto físico como académico.
No vamos a echarle la culpa a nadie y menos a los gobiernos de la revolución bolivariana que tanto han invertido en educación, mucho más que cualquiera de los gobiernos anteriores. Lo cierto es que la educación pública en Venezuela, en los últimos cuarenta años se ha venido deteriorando cada vez más, y no es un secreto para nadie que el proceso de la enseñanza-aprendizaje en ésta es de menor calidad que la impartida por la educación privada, lo cual no tiene ninguna justificación.
En un arrebato educacional he dicho y lo sostengo que es posible, si el gobierno se lo propone en menos de un año, convertir, por lo menos, uno de estos planteles, en estado deplorable, en un centro pedagógico experimental de mayor calidad y rendimiento que el mejor de los colegios privados existentes en Venezuela. Un proyecto educativo experimental, de esta naturaleza es perfectamente factible. Serviría para entender, probar y aplicar muchas innovaciones educativas capaces de vencer los retos educativos del siglo XXI y sobre todo para la creación de nuevos paradigmas pedagógicos con una educación creadora y del pueblo mucho más atractiva, creíble y confiable que la decimonónica educación privada.
El trípode comunidad educativa- docentes - alumnos en la educación pública, carece de vitalidad, energía, moral, motivación y de una filosofía de la educación revolucionaria. En la educación privada hay de todo esto pero con una filosofía neoliberal. No puedo hacer un diagnóstico general de la educación pública porque sería una irresponsabilidad. Apenas conozco lo que he visto de manera informal, casual y dispersa. Pero lo poco que he podido recoger por mi interés, en la pedagogía, al conversar con alumnos, padres y trabajadores de la educación, complementada, esta investigación de campo, con la visual de las edificaciones escolares, me han llevado a la consideración, a primera vista, de que nuestra educación pública es caótica y desastrosa, sin haber hecho un estudio riguroso sobre la materia.
Una de las respuestas, a mis preguntas, formuladas en lugares, tiempos y con interlocutores diferentes ha sido siempre la misma de la cual se desprende que hay un déficit de personal docente para cubrir por completo todas las unidades curriculares previstas en el programa educativo del Ministerio de Educación. Esta es apenas una de las fallas pero demasiada grave para pasarla desapercibida.
La educación privada, en los últimos años, no se ha escapado de esta calamidad pero tiene mecanismos más eficientes para superarla y sigue aventajando en calidad de instrucción a la educación oficial. Claro estamos hablando de una calidad educativa meramente en el plano de la transmisión de conocimientos, sin relevancia en el aspecto formativo en lo cual la educación pública es considerablemente superior. Sólo por el hecho nefasto de existir en los colegios particulares el fomento de antivalores alienantes, discriminadores, individualistas y deformadores de la personalidad, la educación pública es mejor que la privada. Eso es así, no porque exista una gran mística educativa y la moral en alto, las cuales son precarias y están disminuidas, en la educación oficial, sino porque en la educación privada son botados a la basura, en forma deliberada, los valores formativos y éticos de una sociedad democrática, participativa y protagónica dentro de un Estado de derecho y de justicia para la formación de ciudadanos honestos, solidarios y amantes de la patria. Los objetivos son diferentes: la educación pública educa para servir al país mientras que la educación privada lo hace para servirse del país.