Todo el tiempo, María lo ha pasado trabajando. Su casa, compartida con dos hijos que le dejó un marido que no supo valorarla, fue y sigue siendo “una tacita de plata”.
Cuando salió del Pedagógico de Caracas, los valores inculcados en la casa materna, allá en un pueblo casi perdido en el mapa, acerca de la entrega al trabajo con honestidad y persistencia, respeto por la gente y compromiso, se habían acendrado, transformados en herramientas y hasta armas para el combate.
Por esas cosas viejas, valores “anacrónicos”, según el decir de los pragmáticos, María asumió, que si bien es bueno luchar y estudiar por un salario respetable, es más alto y digno, hacerlo por elevarse y útil a la gente a quien un educador debe servir.
Como docente de aula, y hasta directiva, en una seccional, una demasiado discreta posición en la escala docente, roles que desempeñó durante su muy larga actividad profesional, jamás pensó descuidar o evadir sus responsabilidades para hacer postgrado o maestría, de paso en asuntos que poco ayudarían a mejorar en su tarea de enseñar muchachos o elevar la categoría de su escuela, sólo por obtener una prima o una nueva escala salarial.
Tampoco, por su rectitud, se le ocurrió la idea de acercarse a los jefes políticos o sindicalistas, unas veces disfrazados de educadores, procurando permisos remunerados para ausentarse del trabajo a hacer esos cursos. Cuando fue posible hacerlos en la localidad donde siempre se desempeñó y fuera del horario escolar, ofrecidos al voleo por distintas universidades ansiosas de acopiar recursos, no pudo por carecer de medios para pagarlos.
María, no obstante, tan estudiosa que sus amigos le llamaban “traga libros”, alcanzó un nivel cultural que todavía asombra a sus contertulios y la hace consultora obligada de todo aquel inteligente y sin mezquindad que quiera un buen consejo u oír una sabia palabra.
Su intensa y rica experiencia laboral, tenacidad e increíble disposición para el trabajo, unidos a su sólida formación intelectual, le convirtieron en una docente estrella, de alta eficiencia que, en ejercicio de otra profesión en empresa privada, pudo haber alcanzado más altas posiciones y aprobado rígidos e inteligentes sistemas de evaluación.
Pero María es docente. Y como tal, trabajó sujeta a las absurdas disposiciones de un Reglamento del “Ejercicio de la Profesión Docente” y las omisiones que imponía un sistema putrefacto. Tanto que los papeles tenían mucho más valor que servicios prestados, honradez, entrega, formación cultural y hasta cumplimiento con el trabajo.
Por eso María no concursó y si lo hizo nunca ganó. Pues podría derrotarla o le derrotó, una o un colega suyo que tenía todos los papeles, con cursos aprobados sobre cosas inimaginables que poco o nada tenían que ver con la vida de ambos y sus responsabilidades. Es más, muchas veces se vio obligada, por eso del compañerismo y amistad, a hacerle trabajos a unos cuantos que hacían maestrías y hasta doctorados.
Colegas de María, obtuvieron esos papeles dejando a sus alumnos al garete y a ella con más preocupaciones.
Por todo eso le alegra que se haya aprobado esta nueva Ley de Educación (LOE) en la cual se establece, mediante el artículo 40, que el ejercicio de la profesión docente, “En los niveles desde inicial hasta media, responde a criterios de evaluación integral de mérito académico y desempeño ético, social y educativo..”
Piensa María, que si hubiesen aplicado esos criterios de evaluación en sus tiempos de docente activa, quizás no tuviésemos tantos “ bi borlados”, entre los educadores venezolanos, pero quizás fuesen mejores y más humanos. Además, no hubiese sido posible ver a analfabetas funcionales, adornados con títulos académicos, aunque parezca contradictorio, e incompetentes para entregarse al trabajo, pasarle por encima.
Tampoco hubiese visto en exceso a universidades ofrecer en todo el territorio nacional, hasta a cientos de kilómetros de distancia de sus sedes, ofrecer post grados como quien ofrece en venta queso, como dijese una vez sobre otro asunto, Aquiles Monagas, al gusto de la clientela que tuviese capacidad de pago.
Menos que el sistema educativo venezolano se llenase de supervisores V, tantos como sorgo, sin disposición, aptitud ni actitud para el trabajo y vacíos como cascarones.