Donde las estrellas alumbran sin temor a la contaminación de la ciudad, donde el reloj se detiene y bajo el sol inclemente se respira aire puro, allí está una escuela de Fe y Alegría. Entre casas de bahareque, rostros indígenas, montañas de bauxita y caudalosos ríos hay necesidad de apoyo para más y mejor educación
Hablar del estado Bolívar va más allá de describir la majestuosidad del Salto Ángel o el potencial hidroeléctrico de la Represa del Guri. Es una región de extenso territorio con cabida para grandes ciudades y pueblos rurales apartados, muchos de ellos de difícil acceso, habitados por pueblos indígenas de nuestro país.
Para satisfacer las necesidades de educación y formación de comunidades indígenas, Fe y Alegría llegó a esta zona y hoy cuenta con siete escuelas donde ofrecen educación multicultural bilingüe. Una de ellas está ubicada en Los Pijiguaos, zona donde conviven comunidades indígenas de diferentes pueblos: Eñepá, Jivi, Piaroas, Curripacos y Piapocos. Entre ellos y con el objetivo de ofrecer educación, está la escuela Carmen Sallés, en Morichalito, donde no ha llegado el asfalto, donde la tierra rojiza curte los pies descalzos de niños y adultos. La escuela es conocida por todos como Fe y Alegría Morichalito, por el nombre del sector perteneciente a la Parroquia Los Pijiguaos, Municipio Cedeño del estado Bolívar.
Al salir de Puerto Ordaz hay que recorrer 608 kilómetros para llegar esa comunidad –es más lejos que ir de Caracas a Ciudad Bolívar-. La escuela Fe y Alegría Carmen Sallés es una de las más retiradas de la oficina zonal de Guayana, donde se encuentran los directivos y coordinadores pedagógicos que acompañan a los docentes. Cuenta con una matrícula de 121 estudiantes, donde se atienden los niveles de primaria, de 1° hasta 3° grado en las comunidades y de 4° a 6° grado en la sede de Morichalito.
Centro de servicios educativos para toda la comunidad
La escuela Carmen Sallés nació en 1993 con el impulso de las Hermanas Concepcionistas, quienes ya tenían a su cargo otro centro educativo de Fe y Alegría en Ciudad Bolívar. Con optimismo y entusiasmo soñaron en la expansión para atender a indígenas. Así nació la escuela y comenzó la experiencia de transformación personal y comunitaria. Como todo nacimiento de escuelas de Fe y Alegría, ésta se inició en un pequeño espacio y poco a poco, con el apoyo de unos y otros, se fue convirtiendo en lo que es hoy, un centro de servicios educativos: atiende la educación formal de niños; a través de CECAL (Centros Educativos de Capacitación Laboral), ofrece capacitación a jóvenes y con IRFA (Instituto Radiofónico Fe y Alegría), se atiende a la educación de adultos.
Tres comunidades indígenas de la zona cuentan con núcleos de la escuela Fe y Alegría Carmen Sallés: La Unión y Angostura, ubicadas en la vía hacia Puerto Ayacucho, a 50 Km de la escuela sede; y Las Bateas, a 20 Km. En carro particular se llega fácil a las dos primeras. Es una vía principal, que, si bien no está en las mejores condiciones, se puede transitar. El camino a Las Bateas es un territorio para vehículo pesado, es tierra y piedra, monte y más monte, con bellas montañas de mineral de Bauxita. Allí la naturaleza nos regala un paisaje que nos desconecta con la realidad y logramos olvidar el vaivén del camino empedrado. El problema es el transporte público desde estas comunidades hasta Morichalito. Los habitantes deben trasladarse para atender sus necesidades (ambulatorios, bancos, mercados de comida, etc.), y por el trayecto de ida y vuelta, les cobran 4 mil Bs.
La generosa y desmedida vocación de servicio
En este contexto pasan sus días Socorro e Isabel, Hermanas Concepcionistas. Cada una con su estilo particular. A Socorro Quintana, la soñadora y alegre, la conoce todo el mundo. Durante el recorrido, en cada alcabala, se detiene un momento, le echa la bendición a todo el mundo y sigue su camino. La Hna. Socorro sería una magnifica alcaldesa, siempre optimista y dispuesta a ayudar, siempre con galletas y caramelos para compartir en las comunidades que visita. No ve obstáculos sino oportunidades. Su energía contagia, su juventud acumulada de 74 años es envidiable. Es de poco comer y su alimento favorito es la yucuta, (mañoco con agua) como lo comen los niños de Angostura, donde lo elaboran muy bien.
La Hna. Isabel Cazorla es una luchadora incansable, batalla con sus propios males de salud y lo hace con una entereza increíble. Lleva cuatro operaciones de cráneo, unas tantas quimioterapias y el reposo lo hace en la escuela. Le preocupa y se ocupa de cómo aprenden los niños y cómo enseña el maestro. Prepara, desde su rol de coordinadora pedagógica, sus jornadas para ayudar a los docentes indígenas a planificar y diseñar las clases. Es firme, le gustan las cosas bien hechas, seria, pero con un inmenso corazón que pone día a día al servicio de los más pequeños.
Estas dos grandes mujeres llevan parte de su vida en esta misión, acompañando a las comunidades Jivi y Eñepá. Para ellas no hay distingo a la hora de ayudar… Al conocerlas te das cuenta de que te falta mucho por recorrer, que para alcanzarlas necesitas de una fuerza mayor, que solo la da papá Dios.
Un día camino a La Unión nos fueron contando sus anécdotas, una de ellas muy curiosa: hace muchos años un joven Jivi llegó corriendo, buscando a la hermana Socorro para pedirle que llevara a su mamá a la gran roca, un lugar en la montaña donde son llevados los indígenas cuando fallecen. Su madre enferma y moribunda, le pedía a su familia que la llevaran a la gran roca y la dejaran allá, sentía muy cerca su muerte. Como era tarde, ya entrada noche, las hermanas de la comunidad, no dejaron que la Hna. Socorro sacara la camioneta… y gracias a Dios que así fue. Han pasado 14 años y la madre de aquel joven desesperado sigue viva y feliz. Hoy es un cuento que genera risas.
La alegría de una comunidad donde el tiempo se detiene
La Hna. Socorro tiene una risa contagiosa y en cada comunidad llega con alegría, con actitud de respeto y escucha de las necesidades de su gente. A decir verdad, se quejan poco ante tanta miseria por la que pasan. La mayoría de sus alimentos son de su propia cosecha, aprenden a su ritmo, la autoridad radica en el capitán y los ancianos (shamanes), las personas consideradas con mayor sabiduría.
Los niños son inocencia auténtica. Tienen genuina curiosidad para aprender, valoran lo que se les dice, se les enseña o se les da. En su mayoría tímidos, calladitos, pero observadores por naturaleza. Después de clases juegan entre ellos, otros se van al río a bañarse. No hay reloj que diga se terminó la clase, es hora de esto o de aquello. Nada de eso, allí se vive cada momento, se reposa en chinchorros, en el suelo o en una piedra. Para descansar y contemplar se tiene mucho tiempo.
Docentes comprometidos con la educación indígena
El equipo que dirige la escuela Fe y Alegría Carmen Sallés está compuesto por la directora que es una laica comprometida y por las dos hermanas Concepcionistas. Le acompañan once docentes convencidos de su misión, con una vocación auténtica, con claridad en lo que buscan y hacia dónde quieren ir. Este año escolar, como expresión de compromiso de la congregación por seguir apoyando a la educación indígena, se incorporó a la escuela la Hna. María Colina.
En su mayoría los docentes son indígenas. Junior Rodríguez es uno de ellos, es un joven Jivi que lleva a Fe y Alegría tatuado en su corazón. Escucharle hablar es el mejor taller de identidad que un maestro criollo puede escuchar. La pasión, el cariño, el respeto que siente por la institución es digno de describirlo y compartirlo: "Desde niño mi sueño era estudiar en la escuela Fe y Alegría, cuando todavía estaba en construcción. La experiencia fue única, bonita e inolvidable".
El testimonio de Junior es inspirador para muchos docentes: "Yo era un niño cuando jugaba a que yo era maestro, una tabla era mi pizarrón y un carbón era la tiza. Mi padre decía: creo que este será un buen maestro. Seguí formándome hasta que me gradué de bachiller en el internado de Fe y Alegría, San Javier del Valle, en Mérida". Junior cumplió su sueño. Actualmente combina su trabajo como docente con sus estudios universitarios en el Centro de Profesionalización Fe y Alegría: "toda mi formación ha sido en este movimiento educativo, no tengo apuro por graduarme, quiero darme tiempo para aprender a ser cada día mejor maestro, un educador innovador y seguir ayudando a mi comunidad", dice con seguridad.
Un niño sin escuela es problema de todos
En Morichalito, La Unión, Angostura y Las Bateas Fe y Alegría es una esperanza, es una oportunidad. En cada comunidad todos son copartícipes en la formación y edificación de sus centros educativos. En Angostura, la escuela fue construida con la colaboración de la comunidad; ellos buscaron la madera, la palma para el techo y la levantaron. Sin piso, sin paredes y sin pizarrón, pero con estudiantes deseosos de aprender, docentes que quieren enseñar y con Fe y Alegría dispuesta para apoyarles.
Hoy la escuela Fe y Alegría Carmen Sallés y sus tres núcleos necesitan apoyo. En Angostura sueñan con una edificación de bloque, como dice su capitán: "yo quiero para mis niños una escuela bonita como la tienen los criollos o en otras comunidades indígenas". También de mucho provecho resultaría dotarlas de material didáctico, deportivos, mobiliarios, pintura y útiles escolares.
Fe y Alegría asume la educación multicultural bilingüe como un gran reto. Está convencida y sigue trabajando para dignificar la vida en las comunidades Indígenas. El apoyo de todos es importante. Como movimiento educativo de inspiración cristiana, Fe y Alegría pone en manos de Jesús y María, para que sean ellos los intercesores para las ayudas espirituales y económicas requeridas. Anima e invita a todos aquellos que puedan contribuir a la dignificación de las comunidades indígenas a través de la educación de calidad.
Te invitamos a apoyar y a conocer más sobre el trabajo de Fe y Alegría en Los Pijiguaos.
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