Desde que apareció el petróleo en la vida nacional, los auges de los precios del petróleo han tenido un impacto negativo sobre el aparato productivo nacional. La percepción de una cuantiosa renta petrolera confiere un extraordinario poder de compra externo que permite adquirir en el resto del mundo lo que se debería producir internamente. Esta tendencia se ve acentuada por el anclaje de la tasa de cambio oficial que -en comparación con el tipo de cambio de mercado-, se revela como un subsidio al dólar que estimula la importación masiva de toda clase de bienes. Esta es la verdadera causa de que el mejor negocio en Venezuela siga siendo importar, en lugar de producir para sustituir importaciones o exportar.
La cultura rentística tiende a consumir, en lugar de invertir, el ingreso petrolero. Mientras Venezuela disponga de un significativo ingreso en divisas por concepto de exportaciones petroleras, aun cuando resulte necesario diversificar la economía para alcanzar la soberanía productiva, este proceso no tiene un carácter urgente o impostergable. De hecho, para conjurar los problemas de escasez, acaparamiento y especulación, permanentemente se apela a la importación de los productos más elementales que deberían abastecerse con el esfuerzo productivo interno.
A la mentalidad rentista siempre le será más fácil importar en lugar de producir. Los problemas que confrontan la agricultura e industria para responder oportunamente a una creciente demanda -atizada por la inyección de la renta petrolera-, se agravan ante las permanentes importaciones que desplazan la producción nacional. Solo cuando se desploman los precios del petróleo es que se retoma la idea de impulsar en serio el crecimiento del aparato productivo nacional.
El círculo vicioso de la economía rentista
Importamos porque no producimos y no producimos porque importamos. Salir de este círculo vicioso exige industrializar la economía nacional, pero en lugar de reeditar el fallido intento de una industrialización basada en la explotación del trabajo ajeno, el uso intensivo de materias primas y energía, la depredación del ambiente y los desequilibrios territoriales, se impone ahora impulsar un nuevo tipo de industrialización sustentado en diferentes formas de propiedad social, nuevos principios para la justa remuneración del trabajo y la inversión social de los excedentes, el uso intensivo de conocimientos científicos y tecnológicos, la preservación del ambiente y el desarrollo armónico de las regiones.
La industrialización no puede quedar a merced de las fuerzas ciegas del mercado. Debe ser un proceso deliberadamente promovido y apoyado por el Estado a través de toda una gama de incentivos arancelarios, fiscales, financieros, cambiarios, compras gubernamentales, capacitación productiva, asistencia técnica y fortalecimiento de las capacidades tecnológicas e innovativas. Solo así será posible impulsar un nuevo tipo de desarrollo industrial en armonía con la naturaleza, capaz de asegurar la producción de los bienes que se requieren para satisfacer plenamente las necesidades básicas y esenciales de la sociedad.
Política cambiaria para la industrialización
Al priorizar la lucha contra la inflación, se optó por el anclaje cambiario bajo el supuesto de que así se abarataría el componente importado y se contendría el alza de los precios. Pero los hechos han demostrado que la rigidez cambiaria no es garantía de estabilidad de precios, si la misma no va a acompañada de disciplina fiscal, monetaria y financiera. De hecho, el sector alimentos al cual se le suministraron dólares preferenciales a lo largo de 2014 fue el que registró la mayor inflación: 102 % en comparación con el 68% promedio del INPC. La inflación durante los años 2013 y 2014 llega a 163,3 % y deja en evidencia el agotamiento del anclaje cambiario como instrumento de política antiinflacionaria. Más allá del necesario objetivo de estabilizar los precios -al cual no se puede renunciar-, el incumplimiento de la meta inflacionaria impone revisar la política cambiaria y reorientarla en función de transformar la economía rentista e importadora en un nuevo modelo productivo exportador.
Para reactivar el PIB, sustituir importaciones y diversificar la oferta exportable, es necesaria una tasa de cambio real que exprese la verdadera productividad del aparato productivo nacional. Así se podrá apoyar la reactivación de la agricultura e industria, sectores seriamente castigados por las importaciones baratas que se siguen haciendo con las tasas subsidiadas de Cencoex y Sicad. Una tasa de cambio competitiva ayudará a atraer nuevas inversiones asociadas a la transferencia tecnológica, calificación del factor humano, asistencia técnica a las Pymes y máxima incorporación de contenido nacional en los proyectos de inversión. A su vez, respaldará la competitividad cambiaria de las exportaciones, estimulará el turismo internacional e incentivará la repatriación de capitales.
Urge cerrar el diferencial inflacionario entre Venezuela y sus principales socios comerciales. Mientras persista el anclaje cambiario esta diferencia no será corregida y la inevitable consecuencia es la sobrevaluación de la tasa de cambio oficial, lo cual estimula toda clase de importaciones que arruinan la producción nacional. Para fortalecer la competitividad cambiaria de las exportaciones no petroleras hay que evitar la recurrencia de sobrevaluaciones y maxidevaluaciones que -si bien suponen un ajuste nominal en la tasa de cambio-, este de inmediato se pierde debido al encarecimiento del alto componente importado con el que opera la economía nacional.
Una tasa de cambio que exprese la verdadera productividad de la industria es un paso necesario más no suficiente. La competitividad internacional no se logra solamente a través de la tasa de cambio. Tan importante es producir con creciente productividad, calidad y cantidad para ofrecer productos competitivos en precio, calidad y oportunidad de entrega. De allí la importancia de armonizar la política cambiaria con las políticas agrícolas, industriales y tecnológicas que faciliten la transformación de la economía rentista e importadora en una nueva economía productiva y exportadora.