Entendimiento torcido

Hay ciertos entendimientos en la burguesía que son naturalmente bochornosos, pues tienen la desgracia de verlo todo desde el punto de vista falso o inexacto o de sus intereses. En tal caso, no hay locura ni monomanía; la razón no puede decirse trastornada, y el buen sentido no considera dichos personajes “como faltos de juicio”. Los burgueses suelen distinguirse por su insufrible locuacidad, efecto de la rapidez de percepción y de la facilidad de hilvanar raciocinios. Apenas juzgan de nada con sentido humano o social; y si alguna vez entran en el buen camino, bien pronto se apartan de él arrastrados por sus propios errores y discursos. Sucede con frecuencia ver en sus racionamientos una perspectiva, que ellos toman por una verdadera y sólida idea; el secreto está en que han dado por incontestable un hecho incierto, o dudoso, o inexacto, o enteramente falso, o han asentado como principio de eterna verdad una proposición gratuita, o tomado por realidad una hipótesis, y así han levantado un castillo, que no tiene otro defecto que estar en el aire. Son impetuosos, precipitados, no haciendo caso de las reflexiones de cuantos los oyen, sin más guía que su torcida razón, llevados por su prurito del odio contra Chávez y el pueblo pobre, o discurrir y hablar, arrastrados, por decirlo así, en la turbia corriente de sus propias ideas y palabras, se olvidaron completamente del país, no advirtiendo que todo cuanto conspiran es puramente una fantasía, por carecer de apoyo e ideas.

Señores burgueses: Las principales dotes de un buen entendimiento práctico son la madurez del juicio, el buen sentido, el tacto, y estas cualidades les faltan a estos sujetos de la burguesía. Cuando se trata de llegar a la realidad es preciso no fijarse sólo en sus ganancias, sino pensar en los desposeídos; y estos personajes se olvidan casi siempre del pueblo pobre y sólo se ocupan de sus beneficios. En la práctica es necesario pensar, no en lo que las ganancias debieran o pudieran ser, sino en lo que son; y ellos suelen pararse menos en lo que son que en lo que pudieran o debieran ser. En situándose en ellos, todo se presenta sencillo y llano; de otro modo, no se ven más que detalles y nunca el conjunto. El entendimiento burgués, ya de suyo tan carente de solidaridad, es necesario que se les muestren los objetos tan simplificados como sea posible; y, por lo mismo, es de mayor importancia desembarazarlos de follaje, y que, además servirles con muchas atenciones simultáneas, y cada una de éstas vinculadas en un punto.

Cuando un socialista de entendimiento claro y de juicio recto se encuentra tratando un asunto con un burgués que adolece de los defectos que acabamos de describir, se halla en la mayor perplejidad. Lo que éste ve claro, aquel lo encuentra oscuro; lo que el socialista considera fuera de duda, el burgués lo mira como muy disputable. El socialista plantea la cuestión de un modo que le parece muy natural y sencillo, la eliminación de las desigualdades existentes entre los seres humanos; el burgués las mira de una manera diferente; diríase que dos individuos de los cuales uno (el burgués) padece una especie de estrabismo intelectual e inhumano, que desconcierta y confunde al que ve y mira bien los problemas sociales que padece el pueblo al darles calor, movimiento y vida. El socialista se distingue por la precisión de ideas y propiedad de lenguaje; el otro se luce tal vez con abundantes y “falaces noticias”, pero a la mejor ocasión da un solemne tropiezo, que manifiesta su ignorante superficialidad.

Reflexionando sobre la causa de semejantes aberraciones no es difícil advertir que el origen está más bien en el egoísmo que en las ideas. Los burgueses suelen ser extremadamente vanos y egoístas; un amor propio mal entendido les inspira el deseo de singularizarse en todo, y al fin llegan a contraer un hábito de apartarse de lo que piensa y dice el pueblo; esto es, de ponerse en contradicción con el sentido común. A sus alucinados ojos, sus vidas son una epopeya. Los hechos más insignificantes se convierten en episodios de sumo interés; las vulgaridades, en golpes de ingenio; los desenlaces más naturales, en resultado de combinaciones estupendas. Todo converge hacia ellos; la misma historia del país no es más que un gran drama cuyos héroes son ellos.

La prueba de que la burguesía entregada con naturalidad a su propio entendimiento no verían tan erradamente los objetos, y de que el caer en ridículas aberraciones procede más bien de un deseo de singularizarse convertido en hábito, está en que suelen distinguirse por un espíritu de constante oposición al Gobierno Revolucionario y odio al Comandante Chávez. Sí el defecto estuviese en la cabeza no habría ninguna razón para que en todos sus actos ellos sostuvieran el no es no cuando la mayoría del pueblo sostienen el sí, y ellos estuviesen por el sí cuando las mayorías estamos por el no, siendo de notar que a veces hay un medio seguro para llevarlos a la verdad, y no sostener el error. La exageración del amor propio, la soberbia, no siempre se les presenta con un mismo carácter; son vanidosos tienen la franqueza de su debilidad.

A menudo ellos no advierten lo mismo que hacen; que no tienen una conciencia bien clara de esa inspiración de la vanidad que los dirige y sojuzga; pero la funesta inspiración no deja de existir, ni deja de ser remediable si hay quien se los haga ver; mayormente si la edad la posición social y las lisonjas no les llevaron el mal hasta el último extremo. Y no es raro que se les presenten ocasiones favorables para amonestarles con algún raciocinio; porque los burgueses, con su imprudencia, suelen atraer sobre sí amargos disgustos, cuando no desgracias; y entonces, abatidos por gustos y castigados por la adversidad y el pueblo o enseñados por experiencias dolorosas, suelen tener lucidos intervalos, de que pueden aprovecharse un amigo sincero para hacerles oír los consejos de una razón juiciosa y socialista.

Por lo demás, cuando una realidad cruel no ha venido todavía a desengañarles, cuando en sus rabietas de sin razón se entregan sin medida a la vanidad de sus proyectos, no suele haber otro medio para resistirles que callar, y con los brazos cruzados y meneando la cabeza, sufrir con estoica impasibilidad la impetuosa avenida de sus proposiciones aventuradas, de sus raciocinios incoherentes, de sus planes descabellados. La razón es quien debe dirigirles conforme a los eternos principios de la moral; la razón es quien debe encaminarles hasta en el terreno de la utilidad al país, y de ser solidarios con sus semejantes. La fijeza de la idea y la fuerza del sentimiento son los principios que dan energía y firmeza.

Y por cierto que esa impasibilidad no deja de producir de vez en cuando saludables efectos, porque el deseo de disputar cesa cuando no hay quien replique; no cabe oposición cuando nadie sostiene nada; no hay defensa cuando nadie ataca. Así, no es raro ver a estos sujetos volver en sí a poco rato de abrumar con su locuacidad a quien no les contesta; y, amonestados por la elocuencia del silencio, excusarse de su molesta petulancia. Son gentes inquietas, que viven de contradecir y que, a su vez, necesitan contradicción; cuando no la hay, cesa la pugna; y si se empeñan en comprenderla, bien pronto se fastidian cuando notan que, lejos de habérselas con un enemigo resuelto a todo, se ceban en quien se ha entregado como víctima en las aras de una verbosidad inoportuna. Esa violencia no puede ser duradera; la ficción no es para continuarla por mucho tiempo, sus conductas inspiran algo peor que la vanidad misma.

Los burgueses son aves rastreras se fatigan revoloteando y recorren mucho terreno, y no salen de la angostura y sinuosidad de los valles. El águila remonta su majestuoso vuelo, se posa en la cumbre de la montaña más alta, y desde allí contempla los valles, la corriente de los ríos, divisa bastas llanuras y grandes vegas con ricas y variadas mieses. En todas las cuestiones políticas y económicas hay un punto de vista principal dominante, en el se coloca el Comandante Presidente. Allí tiene la clave, desde allí lo ve y domina todo. Nada de la altivez satánica de la burguesía; nada de hipocresía; un inexplicable candor se retrata en su semblante; su fisonomía se dilata agradablemente; su mirada es afable, es dulce; sus modales, atentos con las necesidades de los desposeídos. No es duro, no es insultante, no es ni siquiera exclusivo, sólo quiere participar.

¡Con Chávez todo, sin Chávez nada!

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria Socialista o Muerte.

¡Venceremos!


manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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