Dentro de todo el conglomerado de opiniones se haya la posición de la contrarrevolución, donde manifiesta su visceral repudio al socialismo; perspectiva que responde a su reaccionario interés de clase. Existe otro bando que defiende una especie de coqueteo con el capitalismo, aduciendo que es posible aplicar reformas a este sistema para hacerlo realmente “benévolo”. Otras tesis –aún más descabelladas desde nuestro punto de vista– consisten en trabajar de la mano con el capitalismo. Esta última versión plantea en constituir un hibrido al que sus acólitos consideran el “sistema perfecto”: capitalismo-socialismo. Es decir, tomar lo bueno de ambos y fusionarlos en un único proyecto político y económico.
En la otra esquina se encuentra el llamado “izquierdismo radical” que propone, entre otras cosas, endurecer las políticas de la revolución, cosa con la que estamos de acuerdo a plenitud. La diferencia radica en que los izquierdistas viscerales plantean la nacionalización de todo lo referente a la economía; proyectan ir desde un medio de producción hasta todos los comercios pequeños. Si se observa desde una óptica intermedia (que no es lo mismo que una inexistente tercera vía) se puede concluir que los extremos, tanto de izquierda como de derecha, le hacen daño a la revolución, más aún si se tiene en cuenta los antecedentes de ésta y cómo se originó.
La nacionalización de los medios de producción, conjuntamente con las grandes cadenas de distribución de bienes indispensables para la vida y, asimismo, la estatización de la banca nacional, no está en discusión en la mesa de los socialistas; debe ser así. Las discrepancias están en proponer la nacionalización de la pequeña propiedad privada. Eso es una locura que, por supuesto, el Gobierno no tiene previsto hacer. De hecho, Marx y Engels lo explicaron de manera magistral en el Manifiesto Comunista.
“Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantía de toda independencia”.
Si el Estado toma el control de lo que en realidad tiene incidencia en la economía, es una excentricidad pensar que una bodega, abasto o pulpería pasarán a control del Gobierno. Quienes plantean lo anterior le hacen un placo favor a la revolución y más bien terminan beneficiando al terrorismo anticomunista promovido por la burguesía y sus lugartenientes.
Queda claro
que es necesario radicalizar y repolarizar la marcha hacia la construcción
del socialismo y esto pasa por la responsabilidad de sus cuadros. No
puede haber concesión con la burguesía ni tampoco se debe caer en
las políticas ultra izquierdistas. Quienes promuevan una de las dos
vías –el reformismo o el anarquismo– para edificar los pilares
del socialismo incurren en un error.
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