Mi casi divorcio total hacia las creencias religiosas llegadas a través de la conquista, no me impiden sonreir ante la alegría de niñas y niños visitados por el Niño Jesús. Como nos ocurre a todas y todos, mi sangre se oxigena al cubo ante cada mueca infantil que desprenden los regalos que deja lo que llamamos Nochebuena. Este año, particularmente húmedo en el último trimestre, baja su santamaría con miles de menores y adolescentes sin casa que no sin techo, porque todos, absolutamente todos y todas, recibieron la Navidad bajo techo seguro y sin miedo a perder la vida bajo una mortal avalancha de lodo.
Al contrario del dantesco escenario que se presentaba para los damnificados en tiempos pasados frente a los embates de la naturaleza que reclamaba sus cauces, hoy la realidad es otra. Diametralmente es otra. Este 2010 clausura sus portones con el socialismo en la calle, en las esquinas, en los refugios y albergues de la mano de quienes creen con toda razón que vuelven a nacer.
Con Hugo Chávez al frente de la operación, cientos de hombres y mujeres poco han descansado en sus casas por estar al lado de hermanas y hermanos en difícil situación. El humanismo de nuestros líderes y liderezas ha quedado en evidencia. Desde el Presidente mismo hasta oficinistas en general, se volcaron para apaciguar en lo posible la tristeza de quienes quedaron sin enseres, amigos y familiares en algunos casos. Este viernes 24, fue especialmente histórico. No hubo en bebé sin juguete. Desde Miraflores hasta el refugio más humilde ubicado en los estados afectados, se repartió ternura, amor, cariño, compromiso, militancia, entrega y felicidad.
La Revolución Bolivariana, encarnada en servidores públicos, hizo cuanto estuvo a su alcance para amainar cualquier asomo de nostalgia. “¡Aquí no se rinde nadie!” pareció ser la consigna. No puede ni debe ser de otra manera. Observar tanta belleza en esos sitios que próximamente quedarán vacíos, nos hizo creer que sí existe el Niño Jesús y que lo mejor de todo es que nació en Venezuela.
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