¿Existirá el “autogolf”? El autogol sí, y mire que mucho daño hace cuando define el partido entre dos oncenas. Igual, ofrezco disculpas a los puristas del deporte de bastones porque la osadía del término podría ofenderlos; pero le echo mano a raíz de amables reacciones que generó mi artículo de la semana anterior titulado “Si juego golf ¿soy contrarrevolucionario?”, redactado a propósito de los comentarios levantados –incluyendo la del presidente Hugo Chávez- por la figuración que en Estados Unidos tiene por estos días Jhonattan Vegas, hasta ahora desconocido monaguense, seguido desde entonces por los medios de comunicación de allá y de acá.
Quienes aludieron mi reflexión, siempre con alto sentido del respeto, no la compartieron. Con evidente lógica, argumentaron que el golf no es un deporte de masas, que prioriza el individualismo sobre lo colectivo y que en el mejor de los casos para su disfrute habría que habilitar enormes extensiones de tierra, que mejor uso y destino tendrían en la construcción de viviendas. Tan valioso detallazo lo respaldo ampliamente y no está reñido con mi posición inicial, como trataré de demostrarlo a continuación.
Insistí en la entrega de la semana pasada que en revolución, todos y todas tenemos derecho a todo, más cuando de deporte, salud y vida se trata. Y reitero sin ánimos de polemizar, recular o dármelo de fino teórico político, que en revolución los sueños son válidos… hasta para jugar golf. No sería pecado imaginarnos un “hoyo en uno” en el patio de una casa grande. Tampoco, armar una caimanera sabatina con parrillada y todo en la cancha del barrio, pegándole a la pelota con un palo de escoba como se hace con las chapitas. ¿Es mucho exigir a las utopías? Creo que no. Tanto una como otra distracción –junto al pana Daniel Morón- las gocé cuando fui inquilino en casa de sus padres Martín y Lina en Catia.
No dejemos que nos roben el derecho a penetrar y aportar cambios al conocimiento universal. Ese, también, es perpetua propiedad colectiva.
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