Si algo quedó tallado en mi cerebro infantil fue la decisión de mi mamá de no sintonizar Radio Continente, emisora que en Caracas ocupa el dial 590 AM. La cosa era suave pero casi que tajante. Tan clara que como era lógico, en una ocasión arrancó la inevitable pregunta: “mamá ¿y por qué?”.
–Porque ahí lo que hacen es decir mentiras sobre Cuba y Fidel- respondió con ternura y aplomo. “Ahí son adecos”, remató al final de aquellos tormentosos años sesenta.
Lo amaba y ese amor me llevó, como seguro ocurrió en tantos otros ranchos de aquella Venezuela indómita, a buscar información sobre el personaje. ¡Y vaya que no fue difícil! A pesar de la cortina de hierro que la dictadura representativa intentaba imponer, alguno que otro libro, alguna que otra charla, alguna que otra película, alguno que otro diario mostraba su perfil. Siempre fue tan inmensa su estatura moral, que hasta los párrafos más cobardes y tergiversados que sobre él plasmaba la Gran Prensa, nos hacían suponer que el barbudo era todo lo contrario a lo que aquellos escritos pretendían reflejar.
Aquel hombre, héroe del asalto al Cuartel Moncada en 1953, héroe en su propia defensa en prisión, héroe del yate Granma, héroe de la Sierra Maestra y héroe ante los gringos, acaba de ganar otra batalla. Cede a su hermano Raúl la responsabilidad de estar al frente del Primer Secretariado del Partido Comunista de Cuba, cargo que ostentaba desde 1965, año en que fue fundado el PCC.
¿Y por qué es una victoria?
Porque deja a la gusanera babeando con las ganas de verlo morir, primero como Presidente de la digna República de Cuba y luego como máximo jefe del Partido. Pues, ni una cosa ni la otra. “Adiós, Fidel” tituló uno de los disímulos de diarios que circulan en la ciudad, al conocer su renuncia al Secretariado. Estéril manera de tragarse su envenenada rabia y frustrados deseos de escribir “Cayó Fidel”, “Cayó el tirano” o “Cayó el dictador”. Hombres como él, jamás mueren. ¡Viva Fidel, carajo!
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