Me asombra la inmutabilidad de ciertas cosas, su terca capacidad de permanecer intactas, herméticas en pleno tiempo de cambio. Me asombra más esta tendencia en cosas nuevas, esas que fueron creadas para romper viejas estructuras, corroídas por la mezquindad, por la miope visión de lo inmediato, lo individual, lo nimio. Me asombra comprobar la persistencia de la arrogante estupidez cuando casi no hay ni tiempo ni espacio para el error. Me asombra ese mismo camino, esa misma marcha cada vez más solitaria, directo al mismo barranco, quizá hoy más profundo. Me asombra el PSUV.
¿Me asombra? Si ya debería estar acostumbrada. Son tantas las erres relanzadas al vacío y estrelladas contra el duro suelo de la realidad.
¿Cuántas elecciones tendremos que perder para dejar de cooptar, para entender que perdemos, no por la falta de conciencia revolucionaria del pueblo, como les gusta decir a quienes, desprovistos de conciencia revolucionaria, se presentan una y otra vez, con su mochila de derrotas a cuestas, como los candidatos de un pueblo que está cansado de verles las caras?
¿Cuántos espacios más vamos a ceder por la estreches mental de quienes insisten en creer que la popularidad de mi Presi los incluye a ellos cual si esto se tratara de un combo colorado con papitas, refresco, y postre?
Al mío que me lo pongan solo: Mi Presi es mi Presi y el resto es el resto. El liderazgo no se contagia. Apretujarse en la foto para salir al ladito de Chávez no basta.
Y nos hablan la de poder popular desde un partido que decidió, a puerta cerrada, que la cooptación es la expresión máxima de la democracia participativa. Y nos hablan de pueblo desde las alturas de la pantalla de la tele, desde la cúpulas de un partido que era de las bases, usando el nombre de la revolución en vano, candidatos culpables de alevoso ventajismo, aplanadoras de liderazgos locales, naturales, populares. Y nos dicen camaradas -¡por favor!- cuando ya el disimulo está de más.
La alegría secuestrada renace en el Gran Polo Patriótico, rodeada de zamuros, acechando, saboreando de antemano un festín de sueños rotos. Las mismas caras -tan lavadas- saliendo en fotos que piden a gritos nuevas caras, los mismos empujones, endógenos, rojitos, necios…
Necedad que no les deja ver que El Polo Patriótico existía antes de nombrarlo, antes del burocrático trámite de inscripción de movimientos sociales, que no necesitan inscribirse porque, simplemente, son. El polo era, es y será el Chavismo, un cambio profundo, no solo político, sino cultural, que ya no tiene vuelta atrás. Nuestro gran movimiento nacional y popular, con rumbo definido y voluntad propia, que existirá más allá de partidos y polos bautizados, más allá de quienes insistan en caminar, cada vez más solos, derechito al mismo barranco.
carolachavez.wordpress.com