Hay diferentes sentidos de la expresión "Populismo". Pudiera plantearse en sentido positivo, como una relación entre Gobernante y pueblo, en la que el primero vela por acatar el mandato popular satisfaciendo sus demandas, generando un clima de gobernabilidad. Gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo como afirmara Abraham Lincoln, el cual resumió el modelo ideal de democracia, nunca alcanzado plenamente, mucho menos en sociedades capitalistas donde la desigualdad social se convierte en obstáculo insalvable para alcanzarlo. Esto tendría que ver con un estilo de gobernar alejado de la demagogia, en la cual se cumplen demandas sólo para ganar apoyos, aunque dichas acciones no sean las más adecuadas, ni persigan resolver de manera plena los problemas de equidad y justicia social existentes.
Igualmente se debería evitar caer en el "clientelismo" y en el "sectarismo", que tienen que ver con satisfacer las apetencias de personas, sin tomar en consideración méritos ni esfuerzos, sólo tomando en cuenta el amiguismo o compadrazgo con los líderes políticos o su adscripción a las filas del partido. Defectos graves porque desmoronan los cimientos éticos del sistema político. En consecuencia, el que no es afecto a la línea política no sería tomado en consideración y sería más bien objeto de sanciones o descrédito. Demagogia, sectarismo, clientelismo, son términos que denotan serios defectos que lesionan gravemente a todo sistema político, pudiendo generar síntomas de ingobernabilidad, más tarde o más temprano. El populismo se tornaría en un concepto negativo, como fue utilizado por la mayoría de los politólogos latinoamericanos en el siglo pasado al analizar la realidad política nuestra. Argentina, Perú, Venezuela, entre otros, fueron ejemplos en los que se habló de populismo en este sentido crítico, por la suma de los vicios que aquejaron a sus sistemas políticos.
La relación estrecha gobierno-pueblo puede ser indicador de eficacia y eficiencia en la ejecución de la gestión de gobierno, lo que produce satisfacción óptima de las demandas sociales, pero puede ocurrir que si tal satisfacción se realiza de manera desordenada y sin planificación adecuada, ocasione un efecto positivo temporal, mientras haya suficientes recursos, que se convertiría en su extremo opuesto (insatisfacción, ingobernabilidad) al disminuir los recursos, por el desorden administrativo. Como ya ocurrió en la Venezuela puntofijista, lo que generó la pérdida de legitimidad y gobernabilidad ya conocidas. Este retrato en negativo, no debe repetirse, pero el proceso bolivariano no está exento de estos riesgos. La demagogia, el sectarismo, el clientelismo, son síntomas que surgen como sombras que oscurecen el panorama y alejan el logro de las metas. Hay que estar permanentemente auscultando el organismo estatal para sanearlo ante la aparición de todo rasgo negativo. La acción sanadora para que sea eficaz debe evitar la complicidad que se produce cuando los "pecadores" pertenecen a la misma tolda del gobierno. Una burocracia creciente y deficiente podría dar al traste con cualquier gobierno por muy socialista que se denomine. Las tres “R” muy mencionadas, constituyen una necesidad urgente e inaplazable. Revisión, Rectificación y Reimpulso, deben constituirse en herramientas indispensables para la buena marcha de la gestión pública.
De otra parte, hay que estar conscientes de que por muy buena que sea la intención de favorecer y proteger al pueblo, especialmente al más frágil en la escala social, se puede generar un paternalismo que convierte al ciudadano en un parásito del Estado, poco creativo y pasivo. Un ciudadano que no se parece, en nada, al hombre nuevo que debiera surgir del seno de una democracia participativa y protagónica. En este contexto, lejos del protagonismo popular, lo que crece es una relación vertical, muchas veces autoritaria, en la cual la élite política o el burócrata sólo pide a los ciudadanos que digan amén, como en los cultos religiosos, sin aportar nada o muy poco, muy parecida a la que se observaba en la llamada democracia representativa. Por supuesto que en el papel hay mucha normativa que intenta sustentar con fuertes bases el llamado Poder Popular, pero hay mucho lidercillo, anclado en los vicios partidocráticos del pasado, que le cuesta ceder espacios de poder y trata de manipular y distorsionar cualquier esfuerzo por convertir en realidad el liderazgo popular.
Es precisamente en este punto donde hay que subrayar la importancia de fundar el apoyo al sistema político, no en una relación utilitaria, interesada que, en definitiva, es una relación superficial, sino en una verdadera conexión ideológica que se sustente en profundos valores que garanticen la perdurabilidad del apoyo, no dependiente de un interés supérfluo. Justicia social, igualdad (de condiciones y de oportunidades), solidaridad social, democracia popular, son valores que deben sembrarse como elementos esenciales de nuestra nueva cultura política y que deben ser puestos en práctica por los líderes que encabezan este proceso revolucionario para que se conviertan en ejemplos a seguir por todos los ciudadanos. Cualquier falla en este sentido, afectaría seriamente toda la estructura del sistema político que pretende ser un modelo socialista y bolivariano.
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