También es válido afirmar que esa vez el sistema cayó en su trampa. Ese día, hace 23 años, fueron derribadas las barreras genialmente concebidas por el mundo del consumismo para contener la apetencia que genera su política de “vea, compre y si no tiene cómo pagar igual vea; algún día, así sea al filo de la muerte, será suyo”.
Fue Venezuela siempre, y aún lo es de alguna manera, presa del escándalo publicitario que promete mágico bienestar con el uso del pantalón marca tal o el vehículo modelo tal.
Agravaba la situación por entonces la mermada, alicaída y disminuida franja de ingresos, sobre todo en los sectores populares, que en materia de consumo estaba programada para gastar-gastar-gastar, bajo la orientación del ya señalado fenómeno que domina mentes y conciencias cuando éstas no están blindadas contra tan sádico mal.
Ese día, producto del chispazo lanzado por el alza brutal de los precios de la gasolina, alza adicionada a la que ya afectaba a productos de primera necesidad, el pueblo salió a las calles. Dejando de lado algunos casos particulares, afirmamos que entonces hombres, mujeres y niños enfilaron sus baterías no contra el pequeño comerciante que sin duda vio arruinada su pequeña empresa, sino contra ese sistema que históricamente le recordó la conseja que marcamos en las comillas del primer párrafo.
La violenta apropiación colectiva de atractivos insumos materiales, paralelo al de bienes alimenticios, fue la mejor demostración de que el Capitalismo no es la fórmula para calmar las demandas naturales de los pueblos; que éstas no deben ser estimuladas por artificiales mecanismos de compra-venta; que es una torpeza mayúscula intentar lanzar a todo un pueblo por el despeñadero de acumular riquezas materiales para “ser alguien”. Como luego lo ha demostrado la historia en otras latitudes, ese camino sólo conduce a la arriesgada sentencia de aquella vez: que el pueblo se despache y se dé el vuelto.
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