Cuando nos aproximamos a las realidades globales del siglo XXI, nos percatamos de que sólo hay dos opciones políticas: socialismo o capitalismo salvaje (neoliberalismo). Las opciones intermedias desaparecieron del mapa. ¿De quién es la culpa? Algunos le echan la culpa a los grupos de izquierda radical, que plantean la confrontación con el capitalismo y su desaparición de la faz del planeta. Pero realmente creo que el generador de esta separación entre extremos irreconciliables, es el propio capitalismo y su afán por ejercer la hegemonía absoluta del poder político. Sólo se admite un Estado que garantice el pleno y normal desenvolvimiento del mercado. Nada de intervencionismo, ni de sueños de redistribución de la riqueza. Todas esas fantasías deben quedar enterradas. Ni Estado benefactor, ni Estado Social. Eso queda sepultado como fósiles del pasado.
Este afán de hegemonizar el mundo por parte del poder económico global, se apuntala en el hecho de la caída de la Unión Soviética y las reformas ocurridas en China, que hacen pensar en la inexistencia de dos polos mundiales. Todo se inclina hacia un solo lado, el capitalismo, y, por ende, ante esta realidad de un mundo unipolar, el imperio norteamericano sueña con ejercer el dominio absoluto. Frente a eso se trata de sembrar la idea de que no hay alternativas, o te pliegas y sometes al poder imperial o estás condenado, más tarde o más temprano, a la desaparición.
Los modelos de Estado Social o de Bienestar, que se aplicaron y que se desarrollaron especialmente en Europa con eficacia, hoy se ven sometidos a fuertes restricciones. La razón estriba en que su mantenimiento contradice los postulados neoliberales. Son inadmisibles en ese contexto. Pero el mundo adormecido va despertando y se indigna. Ya no los convencen con la falacia de que el progreso supone deslastrarse de las premisas que hicieron surgir el Estado benefactor. Hoy quieren retomar las banderas enterradas, para hacerlas flamear con mayor intensidad. Atrás quedaron los temores al socialismo, hoy se sabe que el verdadero infierno es el desarrollo sin frenos del capitalismo salvaje, destructivo y depredador.
Latinoamérica se ha adelantado y ha dado ejemplos claros y efectivos de que el futuro del mundo que conocemos depende de la lucha contra la locura neoliberal que nos lleva al abismo. Las esperanzas de un futuro mejor y más justo hoy se vinculan con un nuevo modelo de sociedad alejado de la deshumanización profunda que sembró ese modelo capitalista, fundado en el egoísmo y en la explotación del hombre.
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