La responsabilidad aún no asumida por la intelectualidad venezolana

En estos días, cuando esa condición que el Che consideraba el escalón más alto que pueda alcanzar persona alguna se le atribuye a todo el mundo y todo el mundo se la auto atribuye; en estos días cuando las palabras y conceptos, hasta ayer aplicados con ponderación, parecen desdibujarse por el uso excesivo y hasta irresponsable en una suerte de cambalache filosófico; en estos días cuando el vocablo justo es sustituido por vulgares eufemismos transformándose los presos en “privados de libertad” (poesía pura), las consultas populares adquieren ribetes de constituyente por obra y gracia de la reiteración gebeliana (pura manipulación), y con “ajustes” se contrabandean escandalosos aumentos en los precios de artículos básicos de la mesa del venezolano (pura debilidad); en estos días cuando lo dicho se distancia cada vez más de lo hecho y todo disentimiento es diálogo de sordos, en estos días cuando hasta la palabra socialismo con todo y apellido siglo XXI se ha hecho más y más nebulosa en aras de diferenciarse de todo lo concreto; en estos días, urge, de parte de aquellos a los que la historia ha reservado el papel principalísimo de la elaboración de la teoría que guíe la acción cotidiana, asuman su responsabilidad de una vez por todas y hagan las precisiones a que hubiere lugar para definir el sendero que ha de conducir a la sociedad justa que aspira todo venezolano.

En más de una década los pocos y tímidos esfuerzos han retrocedido ante el gesto arbitrario. La crítica se despoja de su mejor atributo: la valentía, para retirarse trémula y silenciosa y dejar espacio a la alabanza mediocre y la exaltación mesiánica, mientras el tiempo deposita sobre toda existencia su inexorable deterioro que garantiza la segunda ley termodinámica. Ni un tantico así, hemos avanzado en la caracterización de este proceso. Que se han operado transformaciones importantes nadie lo niega, que ha habido mejoría sustancial en las condiciones de vida de los más necesitados y de la población en general, tampoco se puede ocultar, nadie, por mezquino que sea, puede restarle méritos a Chávez, pero, acaso es suficiente, se puede mantener el ritmo de transformación sobre los precios del petróleo dejando al pueblo de simple espectador de los cambios realizados, acaso no sonó ya la campana que nos alerta sobre el fin de “la regaladera”.

Nadie, ni siquiera el presidente Chávez –que hasta ahora pareciera ser la única fuente de invención que va de lo organizativo al simple eslogan publicitario, pero que no trasciende su formación militar- puede garantizar un buen puerto donde atraque este experimento, y menos cuando se cree aplicar brillantes tácticas y estrategias allí donde sólo la burda maniobra politiquera y la imposición autoritaria tienen cabida. Empezar a enrumbar el discurso que se maneja con tanto descuido, intentar el análisis concreto de nuestra realidad, perfilar los actores reales del proceso para determinar dónde están los amigos y aliados potenciales, visualizar escenarios posibles que nos depare el futuro mediato e inmediato para evitar dolorosas sorpresas y administrar con buen tino nuestros recursos, no dejar nada al azar y actuar con determinación cueste lo que nos cueste, es tarea impostergable.

De no acometerse sin dilaciones ese trabajo por parte de los intelectuales, este proceso corre el riesgo de no salvar su carácter de asomo experimental y sumarse a la larga lista de sueños frustrados que la humanidad entera ha tenido a lo largo de su historia.


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Juan Torres Rodríguez


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