Carlos Escarrá Malavé dejó de acompañarnos, físicamente, hace un año. Partió de esta dimensión antes de mediodía del 25 de enero de 2012. La noticia entre la mayoría de nosotros produjo, con justificada razón, un largo “¡no puede ser!” que se hizo acompañar con los ojos fuera de órbita.
Mucho invirtió Carlos por nuestra naciente Revolución. Mucho más pudo haber aportado, como seguramente lo planificaba desde los escaños del Derecho y desde los tormentosos espacios de la Asamblea Nacional.
Esos recodos parlamentarios guardan aún su fina agudeza por el análisis a tiempo y la implacable intolerancia ante las serpenteantes opciones que -desde lo interno y lo externo- en más de una ocasión estuvieron a la orden de la desestabilización.
Vivas estará siempre sus hábiles lecciones, que sobre teoría política, desarrolló tanto para quienes somos ignorantes de tan compleja realidad como hacia los eruditos que por su condición de tal nunca de dejaron de propugnar por torcer el sentido de normas y leyes revolucionarias. Fue un docente de 24 horas al día y 365 días al año.
La historia de las rebeldías, el patriotismo, el orgullo humano y ¿por qué no? el mundo de las anécdotas atesoran aquel momento de marzo de 2011 cuando cual gladiador ante molinos de viento, desobedeció las órdenes de despojarse de los zapatos en el aeropuerto de Washington. Ni las amenazas de deportación quebraron su decisión de no acceder a tal requerimiento.
Hoy, cuando recordamos y rendimos honor a tan valioso soldado del socialismo, no podemos menos que rechazar y condenar que un diputaducho lo haya tildado de truculento hace algunas semanas. Sólo en un Capitolio sin su presencia física, cobardes y despreciables como ése se atreven a tratar de mancillar su memoria.
Materialmente no está, lo cual no impide que sí ande y desande a diario promoviendo una legislación que tiene como centro y objetivo a su pueblo. Por ello, este año transcurrido también fue con la compañía de su lucha. Con él.
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