Construir una cultura de paz, reto que nos propuso el Presidente Maduro y que nos ha invitado a construir colectivamente, es realmente gigantesco. Pero, ¿cómo hacerlo?
La violencia social existe y es terrible. Atacarla es una difícil tarea que debe abordarse tanto desde una estrategia de largo aliento como desde tácticas concretas a los problemas que exijan inmediata atención. Las primeras, soportadas en transformaciones estructurales soportadas en un nivel educativo, cultural y comunicacional, tríada indivisible y germen para la construcción de una nueva conciencia social que confronte las formas de violencia social desde la construcción de una sociedad de justicia, presupuesto indispensable para hacer realidad la pretendida cultura de paz. Las segundas, buscan atender las consecuencias de esa violencia social, expresadas en su faceta más evidente y también más injusta: la violencia delincuencial, esa que transgrede el orden social porque antes ese mismo orden ha transgredido al transgresor, siendo éste en muchas ocasiones más víctima que victimario. Parece juego de palabras, pero de juego no tiene ni eso ni nada.
Volvamos a la pregunta crucial. Para crear una cultura de paz es necesario que todo espacio desde el cual se socialice esté sumado a esta meta, especialmente si educa en valores y sin menoscabo de que lo haga formal o informalmente. Así lo ha entendido el Gobierno Nacional, cuando por ejemplo fomenta esta camino hacia la paz desde la educación a través de nuevos programas pedagógicos tanto en educación básica como en media y diversificada, lo apoya en políticas culturales tales como los sistemas de orquestas infantiles y juveniles y ahora le suma el llamado a la comunicación mediática y especialmente a las televisoras privadas para que coadyuven a esta cultura de paz desde contenidos que alienten valores como el humanismo, la solidaridad y la justicia.
Avanzar firmemente en esta dirección es una tarea tan compleja que no puede ser exclusiva responsabilidad del Estado, sumando esfuerzos del sector público y privado; es tan impostergable que debe atenderse de inmediato, con la mirada fija en que la solución de este problema reportará beneficios a todas y todos por igual; y es tan importante que no basta con tener fe en los actos de contrición que recién han asumido algunas televisoras privadas.
Hagamos la paz. ¡Ganemos todas y todos!