La intervención del presidente, Nicolás Maduro, para solicitar poderes habilitantes contra la corrupción y la guerra económica no pudo ser más oportuna. Fue un discurso impecable, contundente y muy bien hilvanado en el momento justo. A estas alturas, nadie puede llamarse a engaños, ni pecar de cándido o inocente, la coyuntura política-económica plantea un cuadro complejo que amerita acciones ejemplarizantes contra un flagelo que ha entorpecido por décadas nuestro verdadero desarrollo.
Pero tampoco hay que perder de vista que en río revuelto, ganancia de pescadores. El reciente incidente con funcionarios diplomáticos de la embajada norteamericana, y su contraparte criolla en los poderosos “amos del valle”, ratifica que a los desatinos de gente supuestamente nuestra hay que sumar la ambición de estos factores de poder, siempre ávidos de truncar el proceso revolucionario y poner freno a la dignificación social impulsada por Hugo Chávez.
De manera que la revolución esta seriamente amenazada por enemigos internos (tanto de la derecha amarilla, blanca y verde, como de la boliburguesía roja), así como por operadores externos (fichas de la embajada norteamericana y sus ansias por controlar fuentes seguras de petróleo). Por eso el discurso de Maduro en la Asamblea Nacional dio en el blanco. Demostró que tiene claro quiénes son los enemigos del pueblo y de la patria.
Contra Maduro se ha desatado una atroz campaña de guerra sucia y descrédito, esta táctica es vieja, cuántas barbaridades no se dijeron de Chávez; es lógico que el objetivo es descalificar al actual primer mandatario para inhabilitarlo política y moralmente.
Pero con su vibrante alocución Maduro logró agitar de nuevo ánimos y conciencias y la historia enseña cuan importante es la moral en el fragor de la batalla. Nadie dijo que sería fácil, pero hay que seguir luchando. Ahora que las palabras consigan asiento en los hechos.