Los mismos ideales del cuatro de febrero 1992 los mantuvo sin alteraciones profundas hasta el día del descanso eterno de su cuerpo, aunque su pensamiento se pregona como el viento las 24 horas.
La formación propia de un cuadro, el Comandante Supremo, Hugo Chávez Frías, la incrementó de manera progresiva mediante el estudio constante y la escuela de la experiencia. Sin embargo, sus inicios constituyeron una fortaleza política que permitió el avance de su carrera.
Chávez era de los hombres que creía que el modelo por el cual debía regirse Venezuela debía salir de sus propias entrañas, costumbres y condiciones, sean éstas objetivas o subjetivas, como lo planteó en su momento Simón Rodríguez, maestro principal de El Libertador Simón Bolívar.
“La América no debe imitar servilmente, sino ser original”, indicó Rodríguez, basado en la concepción de “inventar o errar” que él mismo defendió.
Quizás por esta razón, Chávez consideró que “en la médula” de ese precepto se encontraba un nuevo proyecto de sociedad establecido en la educación popular y con base a una idea de república con líneas geohistóricas que perduren en el tiempo.
GÉNESIS DE UNA REVOLUCIÓN
Aquel arañero que corría la sabana detrás de sus sueños dijo que las ideologías en su conjunto parecían haberse extinguido de los cuatro puntos cardinales de la nación, en medio de la década de los noventa, en una suerte de “fin de la historia”, propuesta por el politólogo estadounidense de origen japonés, Francis Fukuyama, con quien tuvo marcadas diferencias conceptuales de fondo.
Chávez enfatizó que la banalización ideológica se debió, en gran medida, a que la gran mayoría de los partidos políticos, surgidos paralelamente al proceso de industrialización, “derivaron en organizaciones de corte populista, totalmente vacías de contenido ideológico”, que, asimismo, mantenían la tendencia de buscar modelos en otras latitudes para importarlos y tratar de implantarlos, como el caso del sistema neoliberal que predomina en el planeta, especialmente en los Estados Unidos.
Chávez sostuvo en su obra, el “Libro Azul” que a raíz de esta separación las masas populares se alejaron de sus raíces históricas, las mismas que, según él, constituían las claves para descifrar “el terrible enigma que nos mantiene en un ir y venir por el abismo de la historia, ya a las puertas del siglo XXI”.
“Las ideologías son ayudas de navegación para surcar los tiempos y los espacios, dándole rumbos precisos a las sociedades y a las naciones”.
“Y es, precisamente, en este marco desideologizado y con el propósito de hallar recursos válidos para que nuestro pueblo avance por el mapa intrincado y complejo del futuro que nos hemos atrevido a invocar un modelo ideológico autóctono y enraizado en lo más profundo de nuestro origen y en el subconsciente histórico del ser nacional”, explicó en el preludio de la obra que enfatiza en la necesidad de rescatar la idiosincrasia venezolana.
Y ECHARON RAÍCES…
Las matas que durante la Cuarta República no fueron regadas, casi por efecto natural de la inercia echaron raíces que arroparon el suelo nacional. Un fuerte movimiento popular basado en el Árbol de las Tres Raíces, con el Padre de la Patria como guía; con el general de los pueblos libres, Ezequiel Zamora y Simón Rodríguez, quien defendió una pedagogía liberadora fueron los pilares fundamentales del plan que lideró Chávez para ese entonces.
“Este proyecto ha renacido de entre los escombros y se levanta ahora, a finales del siglo XX, apoyado en un modelo teórico-político que condensa los elementos conceptuales determinantes del pensamiento de aquellos tres preclaros venezolanos”, manifestó en el documento que para algunos constituye una profecía de lo que más adelante se materializó en el país.
Chávez precisa en el componente denominado “Proyecto Nacional Simón Bolívar” la fijación de 20 años, como meta, a partir del comienzo de las “acciones transformadoras de la situación inicial, para que los actores y las acciones se ubiquen en el objetivo estratégico” y se acuerde instaurar un modelo que deje atrás las estructuras burguesas de dominación que han prevalecido en 200 años.
Más allá de lo individual, el líder revolucionario visualizó una razón colectiva, que trascendiera los límites de las “miserias humanas”, ubicando en un ámbito fértil a las “relaciones sociales solidarias y con profunda dosis de racionalidad”, donde se centren las líneas gruesas de la “utopía robinsoniana”, en el marco de una sociedad que tenga como centro fundamental al ser humano por encima del capital.
DE LO REPRESENTATIVO A LO PARTICIPATIVO
Lo que en algún momento llamaron los dirigentes conservadores “democracia representativa” fue superado por el concepto participativo. Es decir, aquello de que el poder del pueblo “residía intransferiblemente en el voto” quedó atrás con la repartición de competencias y responsabilidades al poder popular para determinar su propio destino.
Chávez sugirió que la “Democracia Popular Bolivariana”, como la denominó, debía avanzar del esquema de “engaño y vasallaje”, para llevar los límites de la acción hasta el nivel de protagonización en la toma de decisiones.
“Es decir, el pueblo como depositario concreto de la soberanía debe mantener su fuerza potencial lista para ser empleada en cualquier momento y en cualquier segmento del tejido político, para reparar daños a tiempo, para reforzar algún desajuste o para producir transformaciones que permitan el avance del cuerpo social en la dirección estratégica autoimpuesta”, reflexionó.
Como ideólogo de esta propuesta, Chávez auguró, 25 años atrás, que este propósito nacería dentro de las comunidades y su “savia benefactora” se extendería por toda la nación “para nutrir con su vigor igualitario, libertario y solidario al Estado Federal Zamorano”.
