Hablar de estas elecciones internas del pasado domingo y hacer alusión a la baja participación, relacionando el fenómeno con las deficiencias del gobierno, los asuntos de la economía, con Giordani o sin él, sobre todo en política cambiaria, donde parece no damos pie con bola, y hasta de la ausencia de Chávez, es como llover sobre mojado y hacer que nuestra opinión se pierda entre tantas.
Por eso, prefiero referirme a un asunto del cual pocos hablan y aunque no parezca medular, a nuestro parecer tiene mucha importancia a la hora de medir la movilización hacia cualquier evento. No es lo mismo un llamado persistente, por todos los medios, bajo un estado emocional y competitivo para votar por un presidente y por una política, cuyos efectos el pueblo percibe sin mayores dificultades, que hacerlo por congresistas, concejales y menos aún que por unos candidatos en unas elecciones internas.
Para empezar partimos de una premisa falsa; aquella según la cual el Psuv tiene 7 y más millones de militantes. Una cosa es estar inscrito en partido y otra ser militante. El militante es un activista que participa en las tareas cotidianas de la organización, lo que le permite tomar plena conciencia de su responsabilidad; por todo ello adquiere una disciplina y el compromiso de cumplir con su condición militante.
El número de militantes, estrictamente hablando, es inferior a esa millonada que antes mencionamos. Justamente de lo que se trata es hacer de todos militantes revolucionarios.
Por eso, es indispensable que el congreso estudie bien acerca del tipo de partido y militante que necesitamos no sólo para ganar elecciones, sino para impulsar el cambio, disciplinar al militante, generarle plena conciencia de sus responsabilidades y compromisos.
Además, las UBCH, unidades de base, como altos dirigentes del partido, entre ellos Elìas Jaua y Aristòbulo Istùriz, lo han reconocido, son organismos con fines estrictamente electorales, lo que implica movilizarse para la propaganda y buscar votos en pro de nuestros candidatos, enfrentado a un adversario externo de manera esporádica. La gran mayoría de ellas no están en movimiento diario, entre el pueblo, cumpliendo sus fines inherentes al cambio.
No se le puede crear al militante una sólida idea acerca de la importancia del partido, sino no la tiene la propia dirigencia. Porque la práctica de colocar al partido en un nivel de dependencia ante el gobierno le descalifica. Llegó la hora de entender que el gobierno es el instrumento que maneja al Estado y éste, en nuestro caso, es capitalista y por ello, quienes le dirigen suelen reflejar los intereses de aquél aun en contra de su voluntad. No puede un ministro estar por encima de un alto dirigente del partido y tampoco ser dirigente de este. Sobre este asunto hemos hablado en demasía y llegó la hora de tomar las medidas correspondientes. Hay que darle al parido la prestancia que se merece y por lo tanto su rango de conductor y no de dirigido. De esa manera, el militante tendría una nueva perspectiva.
También es bueno analizar, hasta dónde es buena esa idea muy burguesa de manejar el partido de manera impersonal, por vía electrónica, produciendo la falsa idea que es signo de los tiempos y de la tecnología.
Aunque las unidades de base sigan siendo las UBCH, con toda la carga de electoralismo que ellas llevan implícitas, es necesario revisar la estructura organizativa. Para quien esto escribe, pareciera haber entre las direcciones nacionales y las regionales un insondable abismo, un espacio que nadie cubre, salvo mediante la comunicación electrónica que convierte a la organización en unidireccional y sin rostro. Por eso, es frecuente escuchar a dirigentes hablar que “con una sola llamada telefònica basta para poner a partido en movimiento, como si fuese una enorme máquina y no una organización de humanos, con todo lo que ello implica. Lo mismo sucede entre las estructuras regionales y las bases. Eso mata la creatividad, hasta iniciativa, fosiliza la costumbre que las ideas de abajo allí se queden y que los de arriba evadan sus compromisos con el pueblo.
¿Cómo puede uno entender, teniendo experiencia en asuntos de organización de un partido gigantesco que su secretario de organización nacional sea gobernador de estado, lo que implica una responsabilidad que le absorbe y de paso residir lejos de la capital donde se haya la máxima instancia de la organización?
Por supuesto esto no agota el tema, pero pudiera servir de entrada a un debate más amplio y profundo y, al mismo tiempo, contribuir a recordar estos asuntos al momento de debatir los problemas todos que nos son inherentes.