Hace 209 años que el hombre más grande América Simón Bolívar paseando con Simón Rodríguez y su sobrino Fernando Toro, camino al Aventino, una de las siete montañas que rodea a Roma, mejor conocida como Monte Sacro, reflexionaban sobre la vida oprimida de la humanidad y sus decadencias espirituales y sociales que le han impedido concretar los sueños supremos de felicidad y bienestar. Allá analizaron las grandezas de la civilización Europea y, quizá desde lo alto del Aventino, detallaron una Roma imponente, pero incapaz de encontrar la empatía social que cada quien anhela para sí y para los suyos. Una cáfila de gobernantes imperiales pervertidos, abominables, toda una degradación moral avasallante que terminó esclavizando y vejando siglos de humanidad.
Visto desde esa perspectiva, Bolívar, el Inmenso, miró hacia adentro, hacia lo propio, hacia su tierra oprimida y saqueada por una España arrogante y criminal; motivo que lanzó ese juramento un 15 de agosto de 1805, impregnado de historia, de poesía, de magnanimidad como toda su obra que terminó dándole la independencia a Venezuela del yugo español.
Toda esa enciclopedia libertaria fue lo que motivó al también gigante Hugo Chávez a un día como hoy hace 10 años, derrotar las pretensiones imperiales electorales de un referendo revocatorio de la oposición apátrida, que terminó siendo un referendo Aprobatorio de las luchas e ideas de un pueblo emancipador que había despertado desde el 92, para gritar “abajos cadenas” a una corrupción y saqueo generalizado de gobiernos adecopeyanos que macularon la dignidad del gentilicio noble, modesto y trabajador que fue relegado a sufrir las frustraciones sociales en barriadas y pueblos deprimentes sumergidos en una pobreza indescriptible.
También Chávez tuvo que sortear todas las dificultades y adversidades de una guerra de mil batallas. No fue fácil salir al paso a las inescrutables mentiras de unos medios manipuladores que enloquecieron una gran parte de la población para dar un golpe de estado. Posteriormente, asfixiaron la economía con el paro de la principal industria del país. Se oye fácil, pero fueron días de aciago, cruentos, mortales, que intentó arrinconar las esperanzas de las mayorías de venezolanos. Sin embargo, ante los triunfos del chavismo apareció la diplomática panameña María Machado y su empresa norteamericana Súmate con unas planas torcidas, pero para no dejar evidencias el comandante Chávez aceptó el referendo y nuevamente, en lo que llamó la actual Batalla de Santa Inés, volvió junto al pueblo a llevarse los laureles de la victoria.
Nada de esto ha bastado para detener una oposición que no encuentra la forma de asirse del poder político y, por ende, de las riquezas del petróleo. Aún persisten sus tropelías, tienen un amplio palmarés de incursiones de la maldad social y política y cada día nos sorprenden con sus atrevimientos e insolencia, es por eso que un día como hoy, que dejó gloria histórica en Bolívar y Chávez, es bueno que recordemos ese Juramento en el Monte Sacro, sublime y firme, categórico, etéreo y tangible, que nos permitirá revivir e imaginarnos los pensamientos del genio Simón Bolívar:
“¿Conque éste es el pueblo de Rómulo y Numa, de los Gracos y los Horacios, de Augusto y de Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano? Aquí todas las grandezas han tenido su tipo y todas las miserias su cuna. Octavio se disfraza con el manto de la piedad pública para ocultar la suspicacia de su carácter y sus arrebatos sanguinarios; Bruto clava el puñal en el corazón de su protector para reemplazar la tiranía de César con la suya propia; Antonio renuncia los derechos de su gloria para embarcarse en las galeras de una meretriz; sin proyectos de reforma, Sila degüella a sus compatriotas, y Tiberio, sombrío como la noche y depravado como el crimen, divide su tiempo entre la concupiscencia y la matanza. Por un Cincinato hubo cien Caracallas, por un Trajano cien Caligüelas y por un Vespasiano cien Claudios.
Este pueblo ha dado para todo; severidad para los viejos tiempos; austeridad para la República; depravación para los Emperadores; catacumbas para los cristianos; valor para conquistar el mundo entero; ambición para convertir todos los Estados de la tierra en arrabales tributarios; mujeres para hacer pasar las ruedas sacrílegas de su carruaje sobre el tronco destrozado de sus padres; oradores para conmover, como Cicerón; poetas para seducir con su canto, como Virgilio; satíricos, como Juvenal y Lucrecio; filósofos débiles, como Séneca; y ciudadanos enteros, como Catón.
Este pueblo ha dado para todo, menos para la causa de la humanidad: Mesalinas corrompidas, Agripinas sin entrañas, grandes historiadores, naturalistas insignes, guerreros ilustres, procónsules rapaces, sibaritas desenfrenados, aquilatadas virtudes y crímenes groseros; pero para la emancipación del espíritu, para la extirpación de las preocupaciones, para el enaltecimiento del hombre y para la perfectibilidad definitiva de su razón, bien poco, por no decir nada. La civilización que ha soplado del Oriente, ha mostrado aquí todas sus fases, han hecho ver todos sus elementos; mas en cuanto a resolver el gran problema del hombre en libertad, parece que el asunto ha sido desconocido y que el despejo de esa misteriosa incógnita no ha de verificarse sino en el Nuevo Mundo.
¡Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”