La oposición critica al Gobierno: es su deber y su oficio. Pero dispone, para ello, de dos tácticas: criticar lo que no haría si estuviese ella en el poder, o bien discutir en bloque, y por principio, todas las decisiones del Gobierno. Al adoptar sin reservas esta segunda táctica, al explotar a fondo las posibilidades que se le ofrecen a corto plazo, la oposición acaba necesariamente condenando, no sólo los errores del Gobierno, sino también sus aciertos; no sólo sus acciones positivas, sino también las transformaciones inevitables e independientes de su voluntad. Protestará contra la decadencia de la producción o contra la regulación. Desconfiará de los agentes de cambio, de aquellos cuya actividad contribuye, a pesar de sus abusos, a dar un rostro nuevo al país.
Al final, puede caer a su vez en el “Pequeño miedo del siglo XX” y asustarse de los progresos. Al principio, su objetivo era el Gobierno; al final de su carrera, puede ser únicamente el cambio. La oposición puede llegar a ser, de esta manera, la expresión política del “contra-pueblo”. La hipertrofia de la oposición hace inverosímil la hipótesis de un Gobierno de derecha. Y le resta también sufragios que normalmente conquistaría.
Es justo que la oposición abrace la causa de los “lisiados del crecimiento”, de los que, frecuentemente a causa de una sociedad mal organizada, no llegan a seguir su ritmo. Estos necesitan, más que nunca, representantes eficaces. Como la riqueza tiende espontáneamente hacia la riqueza, es muy fácil olvidarlos y sacrificarlos. Pero no siempre se encarga la oposición de proteger a las víctimas, sino que muchas veces se limita a hacerse eco de sus protestas tal cual han sido formuladas.
La derecha teme desaparecer si renuncia a signos distintos, en los cuales cree, empero, cada vez menos. Despojada de su mesianismo, de su hostilidad, de su nostalgia parlamentarista, ¿le quedaría algo? Todo: sus fines y sus motivos de actuar. Para que la derecha pierda su utilidad, sería preciso que sus fines fueran alcanzados o inalcanzables, o incluso que se lograse la unanimidad acerca de ellos.
La elección del nuevo indicador de la buena gestión impone una revisión, tanto a los socialistas como a los de la oposición. Obliga a los primeros a estudiar engranajes de la producción, y a los segundos entrar en una dinámica hasta entonces extraña a su visión del país. Todos deben reconocer que un crecimiento rápido y duradero es el punto de partida de toda política, interior o exterior. No es evidente, un fin en sí. Como todo culto rendido abusivamente a los medios (sean éstos la libre empresa o el plan, la estabilización monetaria o la expansión), La religión del crecimiento conduciría al olvido de sus necesidades al pueblo.
¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los antiterroristas cubanos Héroes de la Humanidad!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!