La juventud es ímpetu cuya huella refleja la acción lozana, libertaria y creativa. Sólo en un mundo diseñado por atolondrados la pasividad o pereza tendría alguna proximidad con esa definición.
El sábado 22 de abril del presente año, adolescentes y otros no tanto, implementaron una desafortunada iniciativa: echarse al piso, simular la muerte. Desventura que incluye el trazado de tiza, tal como lo realizan los cuerpos policiales cuando levantan cadáveres. Triste día: un tropel de inconscientes pretendiendo revindicar la vida mediante el argumento de la muerte. Allí quedó la huella del más grande recipiente de sueños y esperanzas -la silueta humana- facilitada para ser alzada como evidencia de defunción. Constatación de que una banda de adoradores de la muerte tomó por asalto la dirección de la oposición. Son las hienas del fascismo amenazando la cotidianidad del pueblo bolivariano.
Ese mismo día, en la Plaza Bolívar de Caracas, los recuerdos rebotando entre amor y reencuentro subrayaban que la existencia humana esta obligada a ejercitarse con hidalguía. Es triunfo y conmemoración de la verdad, porque es revolucionaria, republicana y bolivariana. Allí se desató la certeza abotonada en los abuelos y sus descendientes de saberse punto de referencia esencial en la lucha contra del fascismo actual.
A 70 años de la Guerra Civil Española, se comprobó que las contiendas no se ganan o pierden en los campos de batalla. Esos rostros, plenos de la hermosura que da la constancia, de miradas convertidas en inmensas charcas de lozanía y entusiasmo, son la sentencia de que los republicanos ganaron la principal beligerancia: el ajuste de cuenta con la historia, pues las sonrisas, abrazos, himnos y lágrimas no eran del franquismo, monarquía o de jóvenes convertidos en anacrónicas piezas del fascismo recostadas en el asfalto de Plaza Altamira. Gracias republicanos por esos alientos de dignidad en la lucha contra el olvido y el Imperio.
¡SOLO EL PUEBLO, SALVA AL PUEBLO!
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