La lucha contra el Terrorismo, cuando los extremos se tocan

Viernes, 27 de noviembre de 2015.-


No llorar ni indignarse; sólo comprender
B. Spinoza

Al referirnos al activismo terrorista podemos identificar un conjunto de rasgos que lo caracterizan. Los mismos son expresión de la estrategia de los individuos y grupos que lo encarnan, pero también remiten a la manera en que, las acciones y reacciones de sus enemigos, contribuyen a acentuar y completar ese perfil. Señalamos, entre esos rasgos, los siguientes:

. La causa de la lucha es formulada en términos de principios imperecederos, de carácter sagrado e innegociables (similares a la causa de los irredentismos).

. La orientación ideológica a la cual responden no es única; puede derivar de un marco de valores de izquierda o de derecha, nacionalista o étnico-territorial.

. Dada la naturaleza de la causa, es posible (aunque no forzosa), la relación con componentes religiosos, los que según atestigua la experiencia pueden ser diversos (por ejemplo, católicos y protestantes en Irlanda, musulmanes en el Oriente Medio). Las religiones pueden además, tener o no, carácter integrista (es decir, constituir un sistema al que se subordina toda la cultura, o limitarse a ser un factor, entre otros, de inspiración del movimiento). La conexión con lo religioso, por otra parte, no expresa necesariamente, una identificación completa de la comunidad de creyentes con los activistas.

. En lo que constituye un elemento decisivo, se asume que el adversario es un enemigo extremadamente poderoso, incluso indestructible; no está planteada tanto su liquidación física como poner a prueba una dignidad, un imperativo moral, de ofenderlo, de actuar contra él. Bajo la conciencia, por parte del activismo terrorista, de que las fuerzas del oponente exceden con mucho las propias.

. La lucha es, de ese modo, el testimonio de una resistencia, la epopeya de un gesto. El simulacro de un desenlace cuya puesta en escena, de naturaleza trágica, se presta sin embargo a reeditarse intermitentemente, sin cesar.

. La “revolución” (o cualquiera sea la manera en que se la define), no es precisamente un proceso de acumulación de fuerzas. Lo que cuenta es el propósito de mantener vivo el ideal de la causa. En ese sentido, el terror -enfrentado a un poder monolítico, formidable, bien establecido- no es una táctica, sino que pasa a ser, en sí mismo, el objetivo.

. Los efectos más terribles (destrozos indiscriminados, creación de un estado de zozobra, crueldad, muerte de inocentes), constituyen paradójicamente, una expresión material visible de la extrema debilidad, de la impotencia en suma, que define al activismo terrorista.

. El propósito, antes que derrotar al enemigo es, así, provocar su desgarramiento, un estado de disgregación cultural. En otras palabras: patrocinar la desesperación del poder.

. El activismo terrorista no se arredra con la represión. Al contrario, la misma es parte de la lógica circular que lo mantiene vivo y le transmite fuerza, al exigir cada vez dosis mayores de heroicidad.

El activismo terrorista difícilmente puede, por sí mismo, convertir el ideal en realidad. Un auténtico debilitamiento del opresor sólo sería posible en el marco de un proceso ascendente de lucha de masas, que consiga crear las condiciones para un escenario de negociación, y replantear, en los términos de un discurso propio, las reivindicaciones pendientes. Un proceso que conllevaría la desaparición del activismo terrorista, en la medida que, por definición, este no cuenta con la posibilidad de colocarse a la cabeza de un amplio movimiento social, abierto y plural, que elabore, democráticamente, su propia plataforma de aspiraciones políticas.

Debe tenerse en cuenta que lo que confiere a ese activismo su carácter terrorista no es, necesariamente, la radicalidad o el extremismo de la causa que defiende. Una misma razón de lucha puede estar asociada a estrategias diferentes. Por ejemplo, los independentistas del Quebec, en Canadá, y, durante mucho tiempo los independentistas del País Vasco, han aspirado a lo mismo, pero mientras en el primer caso la estrategia ha podido ser pacífica, en el segundo predominó (hasta hace pocos años), la violencia como método.

En cada caso lo que hay que preguntarse es, por qué determinados contextos producen actores violentos (como el tipo de agrupaciones que se identifican con los rasgos señalados al inicio de este artículo), mientras otros, bajo banderas similares, generan tipos de protagonistas que pueden apelar a métodos cívicos de lucha (como ocurrió también, en su tiempo, con el movimiento de Gandhi para alcanzar la independencia de India).

Parece que las condiciones de suprahegemonía, en las que se ejerce el poder de determinados Estados o Imperios en diferentes épocas (como en la actualidad), con estrategias violentas, fundadas en la arrogancia, de contenido fundamentalmente militar, dificultan la creación de espacios plurales para encarar las causas que dan origen al activismo terrorista. Lo que acaba por potenciar y sostener un círculo vicioso de masacres.

Son los extremos de la intolerancia que se tocan y retroalimentan. A la manera de la dialéctica del amo y el esclavo de la que hablara Hegel, de actores atrapados en la espiral de la dominación. Intercambiando roles. Sufriendo juntos. Haciendo reverencias a la muerte.


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César Henríquez Fernández


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