Nació un 28 de julio en Sabaneta de Barinas, como se sabe, hace 62 años. A los venezolanos nos contó muchas veces que su infancia y adolescencia, sus estudios de primaria y bachillerato, fueron de la mano, cuidadosa, de su abuela Rosa Inés Chávez. Sus Cuentos del Arañero están llenos de esas referencias.
Egresó de la Academia Militar de Venezuela en 1975 como subteniente, después de licenciarse en Ciencias y Artes Militares, mención Terrestre, especialidad Comunicaciones. Confesó en muchas oportunidades que fue en la Academia Militar donde descubrió su pasión por el ideario del Libertador Simón Bolívar.
Hizo una brillante carrera militar. Ascendió al grado de Teniente Coronel en 1990.
El contacto directo con las comunidades, en el desempeño de sus responsabilidades militares, le permitieron percibir la dramática situación social y política que padecía la República de aquel entonces, en particular en los sectores más pobres y excluidos de la población. Ese contacto lo motiva a construir, de forma tenaz, una alternativa viable desde los intereses de las mayorías desposeídas ante la crisis estructural en que se debatía la nación venezolana.
En ese trajinar también demostró poseer una gran sensibilidad artística y, particularmente, una especial pasión por el béisbol. Pero, sobre todo, era un gran comunicador, construyó un enlace emotivo y permanente con el pueblo venezolano, así pudo lograr romper, como por milagro, con la rigidez establecida en la casi granítica realidad comunicacional del país y del mundo al servicio del capital.
Cuando todo parecía perdido apareció como un relámpago el 4 de febrero de 1992, nos estremeció. Su Por Ahora fue estruendo en todas partes, en cada rincón, en cada corazón.
Se metió en el alma del venezolano y a contracorriente se dedicó a reconstruirla. Fue incomprendido por muchos eruditos y por muchos de la vieja guardia revolucionaria, pero, sin embargo, fue el que por fin pudo penetrar en el sentido común de la gente, en ese coto cerrado donde los poderes imperiales dominaban a sus anchas, y, allí mismo, logró ocupar un importante espacio el cual aprovechó al máximo para devolvernos la Patria que nos legara Bolívar.
Con su apostolado alcanzó lo que parecía imposible: nos desgajamos, en gran proporción, mayoritaria, del control absoluto de la oligarquía antinacional que, para dominarnos, había casi extirpado nuestra nacionalidad con el sempiterno trabajo, servil, para el Imperio.
Comenzamos a marchar juntos por nuestro propio camino, con él al lado hecho nosotros, codo a codo. Al fin nos habíamos encontrado como pueblo. Él nos guiaba. Nos animaba con amor crístico. Avanzamos bastante.
Sin duda, el pueblo lo amaba, y lo sigue amando no sólo por su gestión como Presidente, sino por percibir en él buenas intenciones, al ser humanitario que quería de verdad a los pobres, al ocupado de los débiles.
Comprendimos que sus intenciones eran el equivalente de nuestros anhelos tantas veces postergados, burlados por el pasado, de cómo debe ser el país. Descubrimos en él una visión enérgica de vinculación de discurso moral y trascendente como dirían algunos estudiosos que saben de eso, una narrativa emotiva, que reivindica la condición popular otorgándole el reconocimiento y el protagonismo con una decisiva carga de esperanza.
Con la Revolución Bolivariana se esforzó por empoderarnos como pueblo, nos devolvió la soberanía. Alguna vez afirmó: "…aquí estamos en pleno proceso constituyente porque no se olviden que el proceso constituyente continúa, nunca termina, el poder constituyente es el poder originario del pueblo, es el poder popular".
Como padre responsable, diría mi hermano Pedro Contreras, vino aquel 8 de diciembre a dejar la casa en orden. Le encomendó a Nicolás continuar al frente de la gigantesca proeza, y a nosotros, a todos, a darle a este hermano todo el apoyo, unidos: en unidad, lucha, batalla y victoria.
Así era él, sencillamente Chávez, o Chiave como familiarmente lo llamaba el pueblo.