Los que estamos en el camino de cumplir 80 años, yo voy a cumplir 77, vemos con nostalgia las huellas dejadas atrás de tanta gente que entregó su esperanza en las manos de sus sucesores generacionales. Desde cualquier lugar donde se encuentren podrán ver con orgullo que sus luchas, sacrificios y desvelos no fueron en vano con sólo constatar que la Venezuela de hoy nos es aquella que les tocó dejar, sin haber podido presenciar, la dignidad de un gobierno revolucionario, de una mayoría de la clase trabajadora y de una FANB unidos de pie contra el imperialismo, las oligarquías latinoamericanas y criollas que no han podido arriar la bandera tricolor que ondea gloriosa en defensa de la patria, de la independencia nacional y de la libertad.
Mis ascendientes nacieron, a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX, y culminaron su ciclo vital todavía en medio de la dominación imperialista sobre Venezuela, enfrentados toda su vida a los gobiernos antinacionales sumisos y entregados a la dominación extranjera. No pudieron ver nuestros ancestros revolucionarios el gesto simbólico de la revolución bolivariana cuando se llevaron al Panteón Nacional los restos de Argimiro Gabaldón, de Fabricio Ojeda y de la Bandera de la FALN en un acto hermoso, de compromiso histórico, que puso a vibrar la espiritualidad irreductible del sentimiento nacional.
Cuanto hubiera disfrutado aquella izquierda antigomecista, fundadora del partido comunista, antiperezjimenista, contraria al Pacto de Punto Fijo si hubieran podido ser testigos de la derrota, por Chávez, de aquel pacto adeco copeyano contra los revolucionarios. Llenarse, hasta lo más profundo, sus sentidos con los millones de proletarios, desbordados en la calle, con banderas rojas dándole vivas a la revolución bolivariana y al socialismo, y condenando al imperialismo.
Ese sueño sigue vivo y no puede ser suplantado ni destruido por la invasión asimétrica, o como se le quiera llamar, del imperialismo norteamericano que pretende arrodillar al pueblo de hambre y de miseria para que traicione a su patria. Aquellos hombres y mujeres que lucharon contra Gómez, Pérez Jiménez, Betancourt, Leóni, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Herrera Campins y Lusinchi de haber podido llegar hasta nuestros días estarían, sin lloriqueos, blandiendo su acerada formación ética por encima de las pequeñeces y los miedos para resistir con dignidad revolucionaria las embestidas del capitalismo salvaje y del imperialismo. Mucha de esa fuerza moral y subjetiva de nuestra historia, con el Gigante por delante, subyace en la conciencia de nuestro pueblo que no se rinde ni da cuartel.