Estas meditaciones están fundamentadas sobre todo en quienes tenemos como amigos, aún sin conocerles personalmente, porque esta última circunstancia solo es un ingrediente de los tantos que conforman la amistad. Más no es indispensable, no es lo esencial y eso bien lo sabemos. Esta es como un entretejido en el cual participan varios sensibles y delicados lazos. En nuestro caso, por ejemplo, la amistad no está sujeta a lo ideológico, pues por encima de específicas percepciones que uno se forme del mundo, el universo es tan amplio y grande que siempre habrá puntos para coincidir con los demás. Y soy de quienes cree que para coexistir en paz y cercana amistad no es necesario estar de acuerdo en todo, lo que además es un imposible.
El drama del escritor que se debate, al margen de los temas que le ocupen, entre el ser, el construirse, formarse y el deseo de ser aceptado por el público y los lectores es demasiado viejo. Pero tampoco es sólo inherente a los escritores, lo es a mucha gente como los políticos. Estos, en el deseo de ser aceptados y escogidos suelen hacer en veces hasta demasiadas concesiones y en lugar de consolidarse como dirigentes terminan siendo marionetas. Hay demasiados ejemplos. Eso de ser mayoría contiene el riesgo de dejar de ser uno mismo, hasta renunciar a lo cree o sus verdades por ganarse respaldos y consentimientos.
Llevo poco tiempo escribiendo en Aporrea, pero unos varios años leyendo esa página y este vínculo me ha permitido además observar muchas cosas que se han venido sucediendo alrededor de ella. Dias atrás, en enero, al abrir la máquina y entrar a mi correo, hallé un twitter en el cual hay un mensaje de Nícmer Evans, donde denunciaba que, a su parecer, el gobierno tendió un manto de silencio informativo acerca de la instalación de la Asamblea Nacional. Al margen de la validez y hasta pertinencia o no tal denuncia, no esencial para los efectos de lo que nos proponemos plantear, es comparar este Nícmer Evans, con aquel jovencito que comenzó a destacar justamente por Aporrea y este de ahora muy cerca de la oposición que estuvo en la MUD y ahora bajo otra denominación.
Veo en veces Aporrea como un escenario, pudiera ser rutilante, en verdad no lo sé, aunque si pudiera parecerlo a muchos, hasta a uno mismo, quienes siempre hemos pasado desapercibidos, escritores de escasa o ninguna significación, de diarios de poca circulación y donde un trabajo semanal nuestro escasamente llegaba a cien lectores, donde hay quienes le hacen demasiadas concesiones al lector y al aplauso. Más que al mensaje, la obligación de enseñar y hasta defender valores que siempre habíamos cultivado, pareciéramos atender a los gustos del lector. Esos números que miden la entrada de potenciales lectores y hasta la posición de los columnistas cada cierto tiempo según el número de entradas, parecieran en veces obnubilarnos y predisponernos a buscar estar entre los más leídos y mejor posicionados.
Hay quienes hacemos de cualquier asunto, hasta el más banal, centro de nuestra atención con tal de alcanzar los números. Hasta no nos importa adjetivar y acusar a quienes definimos como adversarios de lo que sea con tal seamos leídos. Aunque debo advertir que un asunto banal pudiera dar objeto a un trabajo de excelente valor, donde por encima del asunto en sí se impone la forma o la calidad del escritor. Es decir, el trabajo del escritor, por su calidad narrativa o poética, excelente manejo del lenguaje, creatividad, adquiere tanto valor que el tema que toca pasa desapercibido. Pero no es éste el caso. Hablamos de aquellos donde el tema insustancial no está recubierto con ningún ropaje que le haga aparecer atractivo y sustancial. Sólo se busca alcanzar los números, atrapar al lector con luces de bengala y señales emocionales. Ahora leo "Piedra de Mar", novela de Francisco Masiani, donde por lo menos hasta donde he llegado, trata un asunto intrascendente con una técnica narrativa, manejo del lenguaje e imágenes excelentes.
En ese esfuerzo por mantener los números y la atención de ciertos lectores, uno se siente tentado a escribir lo que ellos quieren y esperan. Como pretender brindar la idea que la crisis venezolana de ahora sólo se justifica y explica en Maduro. He observado a muchos compañeros de Aporrea dejarse arrastrar por lo que los lectores quieren les digan o mejor los escritores les escriban. Esto llega a tanto que estos terminan escribiendo cosas que más parecen haber sido escritas por otros, quizás los lectores, que por ellos.
Maduro, pese el rol que ahora desempeña, no es más que un accidente, una circunstancia en la lucha de los venezolanos y latinoamericanos contra el intento depredador y asfixiante. Hasta quienes tienen ganado el título de oposición, tampoco conforman nuestro enemigo principal, tanto que dentro de ella pudiera haber y de hecho hay quienes pudieran coincidir con nosotros en un programa y momento determinado. Aparte de lo que Maduro significa para muchos de nosotros, como un gobernante que pareciera no saber exactamente lo que debe hacer y cree que un discurso formalmente dirigido contra el adversario pero jugando exactamente al son que éste toca, es suficiente, no es el enemigo principal. Tampoco se justifica que por adversarlo debamos hacer causa común con quienes al mismo tiempo a Maduro le adversan hasta desde posiciones radicalmente contrarias a las de muchos de nosotros. Uno mismo, debo confesarlo, en veces traspasa esos límites porque no siempre se es lo suficientemente racional y equilibrado para mantenerse en el justo sitio. Y esto pareciera ser comprensible. Como también sabemos de presiones directas, indirectas o hasta de halagos.
Lo grave es que por buscar el aplauso el actor o escritor le haga demasiadas concesiones al público y en lugar de mantener el justo equilibrio para contribuir a despejar dudas, servir como demandan las circunstancias y el interés colectivo, termine por ceder ante el aplauso, las luces, los números y tantas tentaciones.
Por supuesto, esto sucede mientras otros se confunden de otra manera, como que por el discurso oficial dirigido formalmente contra el imperialismo se opta por darle patente de corso a un gobierno y unos gobernantes y dirigente políticos que, en el mejor de los casos, pensando de la mejor buena fe, dan rebosantes muestras de incompetencia en el cumplimientos de sus deberes, tanto en el frente gubernamental como en la construcción del partido y el manejo de las relaciones con los potenciales aliados que forman un enorme abanico.
Estas líneas están inspiradas en uno mismo pero también viendo a mucha gente talentosa y hasta con formación muy sólida, producto de un largo trabajo de aprendizaje caer en las redes de dudosa fama o, para decirlo en un viejo lugar común, del oropel. Es bueno recordar aquella vieja y muy referida anécdota del diputado alemán, viéndose aplaudido por las barras opuestas a su posición política se dijo "¿Qué habré dicho que la canalla me aplaude?
Pese lo innecesario, no debo olvidar a los hombres talentosos, llenos de virtudes, dispuestos y claros para la defensa del interés nacional como se confunden y brindan sus apoyos sin mayores y sublimes exigencias que no serían de carácter personal porque estas siempre serán de poca monta.