Es tan poco lo que nos queda

Voy a recorrer ligeramente tres ciudades que para mi representan, en lo personal, un sinnúmero de emociones encontradas y desencuentros, pero que ahora son el reflejo de la Venezuela que se siente vejada y con el llanto ahogado y aprisionado de su gente entre su pecho y espalda, causado por una indolente crisis de culpables esquivos que cada día exprime mas y mas el animo de la gente, llegando incluso a la muerte mental y física.  

El Lago de Maracaibo desemboca en el mar Caribe, en ese pedazo del Atlántico que nos corresponde del Golfo de Venezuela. Ahí se une mar y sol en la lontananza de un horizonte que pinta una paleta vespertina de colores, matizados en tonos amarillos, azules y rojizos, emulando (o será nuestra idílica percepción) el tricolor patrio. Ese bucólico atardecer es el que ven diariamente los marabinos, maracuchos o maracaiberos,  gentilicios para escoger por los nacidos en esta tierra del sol amada para identificarse. 

Pero esta prosa un tanto poética no es para describir una tierra de gracia, sino una tierra caída en desgracia. La gente de Maracaibo no tiene ahora historias bonitas, contrariando al poeta Alí Primera, porque ha sido sumergida en un marasmo que podemos patentizar en las calles asoladas por la miseria, el abandono y donde solo corren la desesperanza y el desconsuelo detrás de la angustia, aterradas y perseguidas por los espectros del hambre, la especulación, la anarquía y la descomposición de un aparato gubernamental indolente, con mas excusas que soluciones a los males que está sufriendo mi pueblo. En la tierra de los bardos gaiteros este año pasará desapercibida la bajada de los furros, porque ya no hay ganas ni de gaitear, no porque no existan motivos inspiradores, pero son tan tristes que sería someter aun más a los naturales de esta tierra, a las angustia donde no cabe un pedazo mas de desilusión. La Chinita ya no tiene como amamantar su hijo, se seco su pecho, no hay agua en Maracaibo.  Aumentan las horas de oscuridad y calor, el transporte no lleva ni trae gente, carga gasolina para el pimpinero y el bachaquero de la frontera, no sólo ante la mirada cómplice de los funcionarios, sino de la paraticipación accionaria que como socio de esa asquerosa empresa le corresponde. Hoy cada marabino se ha convertido en un pregón zuliano, pero no para ofrecer sus ingenios, sino para clamar un pedacito de ayuda porque las brisas del Zulia no traen buenas nuevas. El marabino, conocido por su gran capacidad de hacer una guasa de todos sus aciertos y vicisitudes, ya nada le provoca y era difícil ver aun maracucho que no fuera respondón, ahora se ha quedado mudo. Su forma dicharachera se ha transformado en un desanimo guiado por la supervivencia que la recorre por todas las calles, que  parecen largas escaleras todas en subida, porque la gente camina cansada, con el peso que le agobia y que cada día se le agrega mas lastre a esa carga.

Barquisimeto, la tierra del Golpe Tocuyano, de la caña clara y tambor, de Don Pío Alvarado el Gallo Pinto, del violín de Canela, de su simbólico Obelisco que ya nadie mira sólo su sombra, de los aguerridos Guaros, del Ah muundoo de Yohaly Cristina, de las agrestes y productivas tierras y de los arreboles de sus hermosos crepúsculos pintados en el confín. Pero ahora sus calles son una caravana de lamentos, gente que deambula con la pesadez de su desesperanza en sus espaldas, caminando catalépticamente con rumbo conocido pero sin destino cierto, que se paran en cualquier esquina buscando entre las miradas esquivas un brillo solidario y solo ve el reflejo de un alma atormentada. El nutrido comercio en esta ciudad que se preciaba del orden y la limpieza, ahora con sus puertas cerradas y lo que abunda es la anarquía, el hampa y la basura. Cada quien busca salvarse, la solidaridad es entre la mismas sangre y que esta sangre sea muy cercana, no por egoísmo, sino porque la fraternidad y la caridad están en pausa. Al igual que en Maracaibo, las colas es el común denominador, la vida se ha convertido en vernos las espaldas sin saber porque nos paramos unos al lado de otros aunque no hay que adivinarlo y muchas veces no tiene sentido conocernos. Estamos ahí porque la puta realidad de nuestras necesidades nos guía de manera inconsciente e involuntaria. Sólo las miradas hablan y se han quedado silentes.

Mi Mérida natal, las de mis memorias adolescentes y universitarias, la de mis amores y desamores, la de Doña Rosa y Don José, la de la mi fortificante pisca andina matutina con arepas de trigo y el aromático café negro  que nos despabilaba. La de las cinco Águilas Blancas de Don Tulio Febres hoy sin plumaje, la del frío mañanero y la tibieza solariega de la tarde, la de Milagros del Valle de los cañaverales de Ejido,  la de la ULA y el recuerdo de las batallas estudiantiles que protestaban por la injusticia contra la clase con linaje inventado, esa Mérida que se fue para no volver, esa Mérida de la Venezuela sin retorno. Hoy la Mérida serrana está desolada, sus parques en cada esquina convertidos en guaridas de la indolencia, con sus estrechas avenidas mas estrechas cada día. El bravío y sonoro Río Chama no trae ni siquiera un murmullo de los páramos, de esa gente con las mejillas rojas y tostadas por la sequedad del frío y el sol. La caballerosidad legendaria de su gente es solo un sofisma porque ha sido sustituida por el desconcierto del desespero. Las frías aguas venidas de El Vallecito, desaparecieron de las tuberías de los hogares, hoy convertidas en acechadas moradas sin luz que esconden en la obscuridad los semblantes tristes y preocupados de los que la moran. Hogares con escasos bastimentos que debe alcanzar hasta no se sabe cuando, porque el tiempo ya no les pertenece. Hay una impotencia que oprime las entrañas y que crean surcos tempranos en los rostros del merideño, marcados de manera indeleble por la calamidad en que vive. Al igual que en Maracaibo y Barquisimeto, colas impersonales, que ablandan al mas duro, donde la pena es compartida en silencio, pero no aliviada. 

Estas son ciudades que reflejan el estado de desestabilización emocional de la gente que sobrevive en diaria agonía en ellas  y que se expresa en el resto del país, donde la luna amanece alumbrando pueblo tristes, que de historias y que de penas y que de lagrimas me dicen literalmente. No es un canto de ánimo sino de languidez, con letras escritas por esta oprobiosa situación que se quedó sin ver la posibilidad de patearle el trasero para que se largue. Ojala uno pudiese escribir sobre la esperanza, pero la esperanza perdió la inspiración y lo peor del caso es que nuestro pueblo se está acostumbrando a esta situación. Y me pregunto ¿quien en su sano juicio se puede acostumbrar a esto? A esta pregunta necia una respuesta que nos la da la misma realidad circundante: hasta el juicio se nos perdió y en estos momentos está difícil hallarlo.  Ahora estamos esperando que en las frías tierras noruegas se reúnan y acuerden como salir de esto, los que no han llevado a esto, repartiéndose culpas que cada uno tienen y buscando las soluciones que a cada uno de ellos les convengan. Mientras tanto el resto de nosotros salimos a enfrentar una diaria realidad que nos gana cada día. Otra paradoja más de esta terrible historia que estamos acumulando con recuerdos, que no queremos evocar.



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Carlos Contreras


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