Nuevas elecciones

La situación nos lleva a manos de la extrema derecha y el gobierno intenta salvarnos con artilugios autoritarios. Resulta aún más grave cuando estamos ante el espejo de Argentina con el desaforado de Milei, pero actuando a su manera. Hay que preguntarse por ese pueblo que está ahora en la calle protestando, quitándose de encima líderes y liderazgos, que no se reduce a delincuentes y sicarios, como algunos pretenden reducirlos. Preguntarnos qué pasó y cómo llegamos a tanta desesperanza. Más allá de los gestos y los improperios, es gente de a pie que dibuja su rabia, su descontento, que grita la pérdida de ilusiones recientes. Ya no es clases medias y medias altas jugando a ser revolucionarias de derechas, apretando la cartera bajo el brazo y cuidando de no mancharse con el humo de las guarimbas. Esas no han salido y no hacen falta. Son barrios de verdad los que protestan y bajan a montones. 

Es un pueblo todavía chavista que se siente traicionado. No creo que fueran ellos quienes echaron abajo los monumentos a Chávez (si bien, toda estatua es mejor cuando la derriban, que cuando la levantan), pero las dejaron caer ante sus ojos, que es bastante significativo. Es el todo se vale del maniquísmo político, del voto-contra-el-contrario, sin otra convicción: madurismo o neoliberalismo, como si no pudiéramos construir alternativas. Cuando la democracia se reduce a un mero acto de elección, no se sabe qué hacer con lo que queda de ella.

Estoy convencido de que nuestro sistema electoral “está blindado”, como se insiste. Que el Centro Carter, que avaló tantos comisios anteriores, no era comunista entonces y democrático ahora; ni chavista antes y opositor ahora, cuando pone estos últimos en remojo. Mucho dice que todavía no se tengan publicados los resultados definitivos, y apenas se haya oído el eco de una voz destemplada, que pretende sustituir una realidad tan compeja. Es deseo comprensible y petición justa que se verifiquen de una vez las actas, para acabar con las dudas creadas por tanto retraso y acciones sospechosas. Uno de los argumentos centrales de por qué no vivimos en una dictadura, es precisamente que tenemos elecciones, y éstas se hacen con adversarios. Es parte de un ejercicio soberano y compartido, aunque sea por su borde más pequeño. ¿O es que vamos a obviarlas porque “la gente se equivoca y vota mal”, como aseguraba un resentido Vargas Llosa? ¿Será que estamos volviendo a los días del menosprecio adeco del “déjenos pensar por usted”? 

Se sacó mal la cuenta, pero no la de los votos, sino la de la gente. Quizás no se imaginaron que pudiera calar la actitud antinacionalista de MCM, que abiertamente pidió sanciones e intervenciones extranjeras; propició “la salida violenta”, y fue parte de la payasada del “interinato”, junto con corruptos manipuladores y apátridas como Leopoldo López, Antonio Ledezma y Juan Guaidó, de quienes nunca se ha desvinculado públicamente. Y sí, sentimos vergüenza de que reciba la solidaridad de Trump, Bolsonaro, Duque, Milei, Abascal y del “Jefe del Capital” Elon Musk, entre otras figuras del desplante antidemocrático. Ahora se ofrece como alternativa de futuro, aunque nos anuncie la inmediata privatización de PDVSA y del resto de los recursos naturales venezolanos, que son la única garantía de existencia que tenemos como nación. 

Sin embargo, no fue ella, sino el gobierno el que nos dejó sin alternativas. No permitió candidaturas de izquierda, y poco se dice que Manuel Isidro Molina fue despojado de sus derechos electorales junto al verdadero Partido Comunista, lo que no es de poca monta. El mismo chavismo “histórico” (ya podemos llamarlo así) quedó fuera, más bien perseguido, con algunas figuras importantes dando “un paso atrás”, prefiriendo soñar una futura oposición a la extrema derecha que intentar recomponerse en el pantano ideológico del presente… Ni siquiera el presidente Maduro (equivalente a la tozudez de Biden) ofreció renovación con otro candidato, más joven y con menos excusas a las espaldas, bajo el temor de que se desestabilice el acuerdo de la cúpula. Lo que parece evidente, sea el resultado que se prefiera, es que mucho chavista votó por el candidato con mayores posibilidades opositoras, sin importarle cómo se llamara, ni de dónde viniera. 

No se muestra solución en puertas. Perseguir a MCM y su entorno, a esta altura, es arriesgar la profundización de la crisis política y propiciar un enfrentamiento popular, con grandes masas también del lado del oficialismo (que no son igualmente filmadas ni transmitidas, pero existen), pues esto dejó de ser un conflicto de clases. No es contra “esas”, que más bien esperan la cosecha. Es una responsabilidad histórica y humanitaria muy grande, como para intentar obviarla. Democracia implica negociación de convivencia, que es otra forma de elección. Pero negociar no es una alternativa entre aceptar lo impuesto por Estados Unidos, con el chantaje prepotente de sus sanciones y sus amenazas de invasión, o tener que vivir bajo un Estado policial y represivo, bajo la excusa del terrorismo. Hay que abrir caminos desconocidos, no meterse en calles ciegas.  

¿Será ya tarde para plantear nuevas elecciones con un CNE de acuerdo nacional? Una suerte de segunda ronda. Mejor con un tablero completo de posiciones, y quizás sin Maduro ni MCM, buscarle la vuelta. Nuevas elecciones excusadas por el sabotaje cibernético del que se habla, al momento de la transmisión de los resultados de las mesas. O digamos que Amoroso se equivocó o leyó mal, o sacó la suma que no era, humano al fin, amoroso de errores intencionados. Pero también habría que obviar las cuentas callejeras de la MUD, que no es institución autorizada para ello. Nuevas elecciones propuestas como una posibilidad que nos aparte de la violencia que se nos viene encima. Pudiéramos hacer al menos el intento... ¿Pudiéramos?

 


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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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