De la valentía como política

Estoy seguro de que Bolívar no se hubiera atrevido nunca a dirimir a golpes una disputa con Páez. La hubiera perdido, porque el entonces Centauro de los Llanos era un esforzado y valiente salvaje que, descalzo y con el torso desnudo, castigaba con sus propias manos a quien se le opusiera, sin mediar otro argumento. Los soldados peones de "el Catire", ciertamente valientes, no veían otra luz que la de su lanza dirigida por los fueros de la Independencia. Sin embargo, muchos y poco antes, había formado parte de las huestes de otro valiente salvaje, Boves, el León de los Llanos, que por rabia estamental se hizo realista hasta la muerte. Pero bien sabemos todos, el gran protagonista fue y sigue siendo Bolívar, que venció, si bien terminó vencido, y desde entonces no deja de perder. Páez rebelde, el artero y traidor Santander, y un Flores autoritario, impusieron una lógica que deshizo la unidad que soñaba. Una violencia que siempre quita más de lo que lo deja. Bolívar quizás pensó que una esperanza activa podría sobrevivirlo, pero la realidad habla más bien de un fracaso con guardaespaldas.

Van a cumplirse doscientos años de su muerte, y una extraña valentía es cualidad política de parte y parte. Se ataca con ella desde el gobierno o se alaba con la misma desde la oposición. En una precaria campaña presidencial, poco o nada se nombraron otros valores: honestidad, inteligencia, formación, generosidad, compromiso, sentido humanitario, solidaridad… ¿sindéresis?

Chávez fue un valiente perdedor del "por ahora", y fue vencedor cuando lo acompañó la mayoría del país… con votos contados. Desde muy temprano, oponiéndosele, también María Corina fue alabada por valiente. Juana de Arco tropical, sin vocación de fuego, menea su cola por los intentos pasados. Es la misma que, cuando perdía contienda, no reconocía pérdida alguna (como no reconocería una nueva), pero no necesitó desconocer ésta, porque logró capturar el descontento en río revuelto. O al menos eso es lo que dice decir a sus copias de las actas, mientras no sabemos nada de las oficiales. En medio de un marasmo que se prolonga demasiado, un poder no certificado apela a la arbitrariedad para imponer una decisión sin votos. Pero una justa auditoría mataría ciberataque. Una simple constatación, cualquier duda. El gobierno argumenta inaugurando cárceles y creando culpables para llenarlas. Las elecciones se tornan descredito de la institución que debería servir como mediadora. Como en la ruleta rusa y en la tortura china, el silencio es una cuenta regresiva.

La novedad amarillista es que el presidente Maduro ofrece subirse al ring, como un matón de barrio, con el estúpido de Milei o el prepotente de Musk. Lo acompañan sparrings-comentaristas, cuya dudosa valentía no ha probado un día de cárcel, para burlarse de las lágrimas de quienes toman presos. Es posible que haya delincuentes entre ellos, pero serán hasta valientes. A qué dudarlo. No obstante, abundan las denuncias de que se persigue a testigos del fraude, se atrapa gente humilde que se siente traicionada, desaparecen jóvenes estudiantes, se humillan trabajadores mal remunerados. Un mínimo de sensibilidad comprendería el miedo ante el horror de las armas oficiales, que deberían usarse en gestas más bolivarianas que la negación de la Constitución. Y cuando tildan a González Urrutia de cobarde, hacen que las tribunas pierdan toda dignidad, y de manera contraproducente, nombran una soga de valentía de la mujer que lo acompaña y los reta. ¿Valentía, dicen? La política está atrapada entre dos abismos, que se acercan para cavar una misma tumba.

Constatamos, con esto, la pérdida de toda significación social. José Manuel Briceño Guerrero lo resumía como de "hombres de presa que sólo conocen la pandilla como forma de organización y la astucia como virtud suprema". Valientes de una sola acepción letal. Se arriman al malandro, al pran, al sicario, que, al fondo de sus gatillos asesinos, son suicidas. En medio de esta incertidumbre tan peligrosa, es vesania la acusación cobarde de cobardía. La Venezuela igualitaria y rebelde, insumisa y libertadora, rechaza el temor/terror que busca imponerse. Pero mientras tanto…

Nadie sabe cómo terminará la violencia, pero de seguro será peor que de donde se empieza. Un enfrentamiento popular, ajeno a líderes y a la prepotencia de sus instigadores. Quizás, la destrucción misma. El país tanático que rompe el espejo. La cárcel y la represión creando odios nuevos, y la historia que juzgará, más bien temprano, al carcelero y al represor. A ambas facciones les conviene buscar otra salida, negociar sacrificios de parte y parte. Mucho está en juego, como para seguir esperando. Más se pierde, perdiéndolo todo. Ahora, la valentía que cuenta es otra: la de la convivencia, la supervivencia de la nación, la vida misma. ¿Quién detendrá la última piedra?



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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