La lucha anticolonialista es una lucha de conciencia

Todo colonialismo implica no solamente el dominio ejercido por la fuerza sobre un territorio determinado y el subsiguiente sometimiento de sus habitantes. Es también violentar la idiosincrasia y el conjunto de creencias, tradiciones y estilos de vida de quienes son reducidos a la condición segregada y racista de personas de segunda categoría, apenas dotadas de algo parecido a humanidad, pero que no son consideradas seres humanos por completo. Todo esto se resume en la destrucción sistemática de la cultura del pueblo colonizado, a tal punto de borrarle el idioma nativo y su relación directa y en armonía con la naturaleza, imponiéndole una concepción mercantilista, materialista, competitiva y egoísta con la cual pretendería igualarse a sus colonizadores.

En un mundo en apariencia modernizado y dotado, también aparentemente, de instituciones multilaterales que cuidan que se respeten los derechos humanos universales, la autodeterminación de los pueblos y el derecho internacional, observamos una renovación de los métodos de rapiña, de piratería y de conquista utilizados en África, Asia y nuestra América por las potencias europeas, ahora capitaneadas desde Washington. No obstante, como lo resume el catedrático Héctor Luis Saint-Pierre en un artículo titulado «Las reglas de la barbarie», en esta nueva cruzada colonialista: «La OTAN proporciona fuerza; la legitimidad es inducida por el control de los medios corporativos sobre una sociedad alienada; el Consejo de Seguridad, rehén de Estados Unidos, concede la legalidad. Así es como logran defender a sus amigos y poner a la opinión pública en contra de sus 'enemigos', a quienes se les impone la ley, como sanciones económicas o condenas personales. Pero, para los amigos, si es necesario, se amenaza al Tribunal Penal Internacional». De hecho, llama la atención que en el Tratado de Lisboa de 2007 de la Unión Europea se haya establecido que sus integrantes buscarán «preservar la paz, reforzar la seguridad internacional, promover la cooperación internacional y consolidar la democracia, el Estado de Derecho, los derechos humanos y las libertades fundamentales», pero en ningún caso establece respetar la soberanía de las demás naciones del mundo, sólo aquello que consideren conveniente y políticamente correcto; es decir, sólo lo que se ajuste a su visión e intereses eurocentristas.

No extraña, entonces, que el alto mando militar del Pentágono yanqui y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte hayan considerado, desde hace décadas, como sus teatros de operaciones a todas las regiones del planeta, por lo que sus ejercicios militares conjuntos, el patrullaje frecuente de sus flotas y la instalación de bases en algunas de estas regiones estratégicas tienen por finalidad asegurar y controlar dichos espacios, especialmente aquellos que tengan una importancia geopolítica y posean grandes yacimientos de minerales, todos esenciales para su economía y su estilo de vida. Así, confiada en el poder económico y militar de su nación, Laura Richardson, Jefa del Comando Sur de EE. UU., habló abiertamente en Argentina sobre la agenda neocolonial de saqueo de los recursos de América Latina como un asunto de seguridad nacional, lo cual va en total sintonía con el propósito original de la reactualizada doctrina Monroe.

El sistema-mundo globalista (dirigido, como es de todos conocido y aceptado, por el imperialismo gringo) mantiene una lucha sistemática en contra de toda iniciativa emancipatoria, por muy reducida o inocua que ésta parezca. Nada que permita eliminar las diferencias profundas creadas por el capitalismo y el neocolonialismo actuales, dando pasos hacia una democracia radicalmente distinta o apenas reformista. Para aquellos que buscan preservar la existencia de tal sistema-mundo globalista prefieren utilizar la guerra en sus diversas variantes (incluyendo la cibernética) para que esto suceda antes que aceptar que la realidad geopolítica, en un sentido general, comenzó a cambiar luego de iniciado el nuevo milenio, teniendo en los países de Abya Yala o nuestra América uno de sus mayores escenarios. La lucha anticolonialista que acá estaría librándose es, básicamente, una lucha de conciencia. En ella convergen todas las luchas encabezadas por los distintos movimientos sociales, no solamente las políticas o las económicas; desde aquellas que están relacionadas con la conservación de la tierra y demás recursos naturales (como las fuentes de agua) hasta las que corresponden a la identidad de grupos sociales específicos (como las mujeres, los indígenas o los afrodescendientes). Cada una desde su propia perspectiva podrá contribuir al logro de la principal meta que debiera motivarlos a todos: lograr el cambio de los paradigmas hasta ahora vigentes y, con ello, un modelo civilizatorio diferente y altamente signado por una democracia de contenido popular, participativa, consultiva, autogestionaria y protagónica.



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Homar Garcés


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