Hemos afirmado que los lenguajes son relevantes para abordar como se relacionan acciones y discursos en las estrategias y tácticas de signos: De allí una tesis fuerte: a partir de un uso inadecuado de los planos de la expresión y contenido de los discursos, en sus contextos de enunciación, se pueden generar aciertos o desaciertos, tanto en el juicio político como en la acción de la transformación socialista. Esto viene sucediendo, con el uso del término hegemonía en altas esferas del gobierno revolucionario sin pasar a evaluar las implicaciones de esta decisión.
No se trata de reducir la acción política a las formaciones de discurso, a palabras, a agenciamientos de enunciación omnipotentes, pero si comprender como se entremezclan constantemente acciones, discursos y contextos abiertos en las estrategias de transformación, y como se relacionan estos aspectos con los juicios de viabilidad, posibilidad y direccionalidad, así como con la dinámica fluida de las correlaciones de fuerzas.
Cuando en el campo político aparece una idea-fuerza, no solo se trata de procesos de significación y sentido en el plano denotativo o lo que comúnmente llamamos la “literalidad”, también en el plano connotativo se ponen en juego las “enciclopedias” político-filosóficas que aparecen diluidas en estereotipos, clichés y consignas de sentido común. Hay que evaluar las recepciones que los diferentes grupos, sectores y clases realizan de estas ideas-fuerza, porque el terreno ideológico y cultural es también un espacio de relaciones de fuerzas con su naturaleza específica: es el lugar donde hombres y mujeres asumen formas de conciencia e interpretación sobre los conflictos históricos.
La transición al Socialismo no es un asunto de “troche y moche”, mas si se hace bajo la tesis de una radicalización de la democracia en un sentido participativo y protagónico. El peligro es obvio, no se pueden emular experiencias socialistas burocráticas que en nombre de la revolución, en el terreno de la educación, cultura, comunicación e información, plantearon un paradigma de control político reñido con la liberación social y cultural.
El Socialismo Burocrático no es una alternativa al Capitalismo en el terreno educativo, cultural, comunicativo y de la información. El paradigma de control político del socialismo burocrático se basa en una cibernética de primer orden, en la cual los centros de conducción y control político están en manos de una capa de funcionarios estatales, sin una verdadera participación y protagonismo de las mayorías populares en los terrenos educativos, cultural, comunicativos e informativos.
Allí está el centro del debate, las alternativas en la transformación: o hegemonía educativa o la educación y pedagogías contra-hegemónicas, o hegemonía cultural o culturas contra-hegemónicas, o hegemonía comunicacional e informativa o comunicación e información contra-hegemónicas. El tema de las contra-hegemonías nacional-populares es sustantivo, implica una ruptura con la racionalidad política dominante, en tanto que racionalidad política hegemónica.
Las ideas-fuerza, como representaciones sociales, son solo efectuaciones de procesos más complejos, de la puesta en escena de genotextos y tensiones en las gramáticas de sentido, usos y acentos ideológicos. La “batalla de las ideas y los valores” es mucho más complicada que las operaciones de “apunten y fuego”, o que el condicionamiento ideológico a través de formas de propaganda que asumen las expresiones y contenidos de la violencia simbólica.
Por tanto, una estrategia contra-hegemónica requiere de otro tipo de competencias y racionalidades, que en las condiciones del siglo XXI, rebasan el empleo instrumental de las técnicas de propaganda y el imprudente uso de la psicología de masas. Se trata de otros agenciamientos de enunciación, de comprender lo que se hace cuando se dice, no lo que pretende significar exclusivamente, sino lo que se produce social e históricamente como “efecto de realidad” en la puesta en escena de texturas discursivas.
En el contexto del modo de desarrollo telemático e informacional del siglo XXI, las referencias teóricas a los clásicos del Socialismo no permiten una confrontación adecuada con las experiencias y mundos de vida de lo popular-subalterno, cruzadas como están por los dispositivos mediáticos capitalistas. Ni Lenin ni Gramsci conocieron la televisión, mucho menos la telefonía celular ni Internet. La alternativa no es eliminar la televisión, ni la telefonía celular ni Internet, sino re-significar políticamente sus condiciones de producción, sus códigos dominantes y sus usos sociales.
El Estado Bolivariano al parecer, ha caído en la trampa de las lógicas hegemónicas de enunciación. Esto conduce directamente a los fenómenos de Estadolatria, y no al fortalecimiento del poder popular contra-hegemónico. Una revolución cultural parte de otra lógica de enunciación, que desarticule efectivamente la hegemonía comunicacional e informativa de los dispositivos mediáticos capitalistas. Actualmente, quienes ejercen la hegemonía comunicacional e informativa no son los pueblos, sino los actores empresariales. Esto es sustantivo en el marco de las luchas actuales.
Que haya personas que confundan los intereses y necesidades del grupo 1BC con la defensa de la libertad de expresión, es una evidencia puntual del impacto de la hegemonía comunicacional e informativa de los dispositivos hegemónicos capitalistas. Esta construcción y equivalencia simbólica es producto de años de sedimentación de prejuicios, sentimientos, afectos, creencias e imaginarios que no se combaten con propaganda estatal.
Solo una lucha permanente de colectivos de comunicación e información contra-hegemónica, de comités de usuarios, de audiencias críticas, de formas alternativas de generar comunicación en la vida cotidiana, pueden romper con estas sedimentaciones y mentalizaciones ideológicas. El terreno de la lucha está no solo en las condiciones de producción sino en las condiciones de recepción, en las audiencias, en los públicos, en sus hábitos, gustos, formas de recepción e interpretación de los códigos, mensajes y usos mediáticos.
Por esta razón, insistimos, no se trata de hegemonía comunicacional sino de COMUNICACIÓN CONTRA-HEGEMÓNICA. De allí, las implicaciones sobre el desacertado uso del sintagma “hegemonía comunicacional” como signo de una estrategia de transformación socialista.
PRIMERA ADVERTENCIA: LOS EQUIVOCOS DE INTERPRETAR LITERALMENTE A GRAMSCI.
Hegemonía es un concepto clave en los Cuadernos de la cárcel. Se trata de un término muy utilizado todavía en las discusiones políticas y en el ámbito de la teoría política. Pero en estas discusiones no siempre se precisa el uso del concepto al que se hace referencia con la palabra.
En principio, la palabra hegemonía ha tenido una connotación militar. La hegemonía alude al predominio y liderazgo del hegemon, del conductor o guía militar, del que va a la cabeza. Y, por extensión, se suele identificar la hegemonía con el primado de un estado sobre otros en las relaciones internacionales o con la dominación de una clase o grupo social sobre otros en el interior de las naciones. Así, se habla habitualmente de la hegemonía militar de una nación en tal o cual período histórico, de la hegemonía (en sentido amplio) de los Estados Unidos de Norteamérica en el actual concierto de las naciones, de la hegemonía de la burguesía en el capitalismo o de la hegemonía de tal o cual partido político a tenor de los resultados electorales en las democracias representativas.
Todos estos usos de la palabra hegemonía connotan la idea de superioridad material sobre otros: primacía, primado, preeminencia o dominio. Este uso del término hegemonía conlleva inevitablemente la idea de coerción por la fuerza, en primera instancia política, en última instancia militar, aunque no siempre y necesariamente militar.
En la tradición socialista que cuaja en el siglo XX, y que es la de Gramsci, la palabra hegemonía se ha seguido usando en la misma acepción. La mayoría de los teóricos social-comunistas del siglo XX ha empleado la palabra para referirse a la inversión del tipo de dominación existente bajo el capitalismo, o sea, al cambio de signo social y político del poder. Así se ha podido decir que las revoluciones del siglo XX han cambiado (o han aspirado a cambiar) el signo de la hegemonía social anteriormente existente. La mayoría de los teóricos social-comunistas ha mantenido que el proletariado aspira a la hegemonía, entendiendo por ello que pretende ocupar el lugar social, económico y político que anteriormente ocupaba la burguesía.
Esta tradición ha pensado, por tanto, que la hegemonía sólo cambia de signo cuando la nueva clase, la clase subalterna, ha tomado el poder y puede ejercer la dominación sobre las otras clases sociales. Hegemonía sigue implicando, según esto, coerción estatal en el orden nuevo, sólo que con el signo social invertido: donde antes mandaba el capital mandará el trabajo; donde mandaban los capitalistas mandarán los obreros. Hegemonizar es mandar; y el mandar, con lo que tiene de coerción, es algo necesario mientras la sociedad esté dividida en clases sociales.
Este imperativo del hegemonizar como mandar continúa dándose incluso después de la revolución y de la toma del poder por la clase (o las clases) subalterna(s). Por una razón muy sencilla, a saber: porque una clase social subalterna puede conquistar el poder político (estar en el gobierno) y no tener todavía el poder económico, el cual, como se sabe, suele ser un prerrequisito básico del poder militar. Como existe evidencia histórica suficiente de que no hay clase social dominante que renuncie a sus privilegios sin resistencia, incluso después de haber sido derrotada por la revolución o en las urnas, es razonable pensar que la hegemonía así entendida, como mandar (incluida la hegemonía militar), continúa siendo un asunto clave todavía después de que la hegemonía social y política haya cambiado de signo, en lo que se suele llamar período de transición.
Esta es la base, argumentalmente razonable, de lo que Marx primero y Lenin después llamaron dictadura del proletariado (o dictadura “democrática” del proletariado). Con las expresiones “dictadura del proletariado” y “dictadura democrática del proletariado” se pretendía subrayar el vínculo necesario entre la idea de hegemonía como supremacía y la idea de coerción en una sociedad todavía dividida. Durante muchas décadas los teóricos social-comunistas han preferido estas otras expresiones al concepto mismo de hegemonía para llamar la atención sobre tres cosas:
1ª Que, independientemente de la forma política del mandar, lo que realmente existía en las sociedades capitalistas era una dictadura de clase;
2º Que lo que vendría, en una sociedad que hubiera cambiado el signo social del mandar, sería todavía una dictadura porque en ella habría estado y el estado implica siempre coerción social y política; y
3º Que esta dictadura alternativa tendría una forma sociopolítica más democrática que todas las democracias realmente existentes por el hecho elemental de que representaría el interés de la inmensa mayoría de la población (la suma de los de abajo, de los proletarios y campesinos de entonces).
De hecho, la mayoría de los teóricos social-comunistas estuvieron convencidos, por lo menos hasta los años cincuenta del siglo XX, de que aquello que ellos llamaban dictadura (o dictadura democrática) iba a ser una ampliación de la democracia representativa hasta entonces conocida (en Suiza, en Inglaterra, en EE.UU. de Norteamérica, etc.). Para entender esto en su contexto histórico hay que tener en cuenta que hasta 1919 el sufragio estuvo limitado en la mayoría de los países europeos y que, hablando con propiedad, lo que hoy llamamos reglas básicas de la democracia o eran desconocidas o no regían entonces. Basta con recordar a este respecto que antes de que la primera constitución soviética reconociera en Rusia el derecho de voto a las mujeres sólo siete países en el mundo lo habían hecho; y que estos siete países (Nueva Zelanda, Australia, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia y Holanda) contaban poco en el concierto imperialista de la época.En fin, hay que historizar y contextualizar, nada de calcos, copias o aplicaciones mecánicas de la tradición socialista.
En los Cuadernos de la cárcel el concepto de hegemonía se opone parcialmente a la idea de dominio. Gramsci distingue entre dirigir y dominar, entre una clase que dirige a otras persuadiendo y una clase que basa el mandar en la coerción y la dominación. De esta manera amplía el concepto de hegemonía más allá del ámbito militar, económico y político, y lo vincula a procesos de influencia social.
El concepto gramsciano de hegemonía incluye el primado o preeminencia cultural e intelectual en la formación económico-social o bloque histórico de que se trate. Sin embargo, la teoría de la hegemonía no es para Gramsci únicamente entendida como una teoría del consenso sino que, por el contrario, él la concibe como "un complemento de la doctrina del Estado-fuerza". Hegemonizar implica, dentro de su laboratorio mental, dirigir a los aliados (mediante el consenso y el estableciendo con ellos de todo tipo de alianzas, compromisos, transacciones y acuerdos) y ejercer la coerción sobre las clases enemigas.
La hegemonía no se reduce, al “ordeno y mando”, a la fuerza (económica y militar), sino que presupone formas de consenso social activo y, en consecuencia, la capacidad que una clase o grupo tiene para dirigir intelectualmente, y de forma sostenida, al conjunto de la sociedad. Esto implica la expansión o universalización de una ética y una nueva concepción del mundo, no de órdenes, directivas o mandatos. Se trata de persuadir, de influir, de lograr estructuras plausibles y alternativas de sentido.
La hegemonía efectiva, en el sentido de Gramsci, complementa fuerza y consenso activo, la dirección a la que se aspira en la sociedad no es sólo político-económica sino también cultural, moral-intelectual. El papel de los intelectuales, de la subjetividad y de las formas de conciencia colectivas se convierte así en un elemento central para la conformación de la hegemonía. La lucha cultural, la batalla de las ideas, valores e imaginarios sociales, la forma de organización de los intelectuales y la conformación colectiva de la propia concepción del mundo, de las creencias y de las ideologías, cobran así una relevancia que no tenían en otros teóricos contemporáneos de la hegemonía.
Hegemonía es, antes que nada, primado moral y civil derivado de una reforma moral e intelectual en la que jugarán un papel sustancial los intelectuales que, como educadores y persuasores, contribuyen a crear una nueva tradición, la socialista. La supremacía social, o sea, la hegemonía en el sentido tradicional, dependerá de hasta qué punto haya calado en la sociedad este otro primado moral e intelectual. Y esto implica, nuevas prácticas político-culturales. Se trata de desmontar las sedimentaciones históricas del capitalismo como sistema cultural, y pasar en un conflictivo proceso de transición a elaborar una alternativa viable que logre ser una fuerza intelectual, moral e imaginaria expansiva. Si no logra universalizarse a través de capilares procesos de influencia social, la alternativa quedará bloqueada.
Gramsci no vivió ni presentó esta reflexión suya sobre el concepto de hegemonía como una ruptura o desviación respecto de la línea principal u ortodoxa del comunismo de la época, respecto de lo que entonces se llamaba “leninismo”, sino como una traducción del pensamiento político del último Lenin, motivada por el hecho diferencial que representa la relación entre sociedad civil y estado en los países occidentales y por el cambio de fase que se produjo en la segunda mitad de la década de 1920.
Su reelaboración del concepto de hegemonía es paralela y simultánea a la prospección de una vía revolucionaria para la Europa occidental, distinta de la que se había seguido en la Rusia de 1917. La derrota de las revoluciones europeas entre 1919 y 1924 había sido para Gramsci “un puñetazo en el ojo”. Y su reflexión sobre hegemonía y subalternidad está determinada por la conciencia de lo que representaba la consolidación del fascismo en Italia y el ascenso de otros movimientos similares en Europa.
Los escritos de Gramsci sobre la lucha hegemónica fueron hechos en un clima de encierro y vigilancia fascista. Esto ha implico muchas precauciones en el momento de expresar de palabra y por escrito su pensamiento. Por eso algunos pasajes de los Cuadernos de la cárcel, aquellos precisamente que se refieren a la estrategia política en relación con el momento concreto que se estaba viviendo, son sólo alusivos, analógicos o alegóricos. Están condicionados: por la necesidad de burlar la censura carcelaria.
Ya sabemos que Gramsci distingue entre dominio y hegemonía, entendiendo al primero expresado en formas directamente políticas y, en tiempos de crisis, coercitivas, y al segundo, la hegemonía, como una expresión de influencia ideológico-cultural, pero desde un "complejo entrecruzamiento de fuerzas políticas, sociales y culturales".
Si se trata de campos culturales y formaciones ideológicas, la hegemonía relaciona los procesos ideológicos, culturales, comunicacionales e informativos con las distribuciones específicas del poder y la influencia. Lo que resulta decisivo no es solamente el sistema consciente de creencias, significados y valores impuestos, es decir la ideología dominante, sino todo el proceso social vivido, organizado prácticamente por estos valores y creencias específicos.
La ideología constituye un sistema de significados valores y creencias relativamente formal y articulado, de un tipo que puede ser abstraído como una concepción universal o una perspectiva de clase. Habitualmente el concepto de hegemonía se vincula a estas definiciones, sin embargo, debe diferenciarse en lo que refiere a su negativa a igualar la conciencia práctica con el sistema formal articulado que es la ideología. Esto no excluye los significados, valores y creencias que propaga la clase dominante, pero no se iguala con la conciencia, no se reduce la conciencia a la ideología dominante, sino que comprende las relaciones de dominación y subordinación según sus configuraciones asumidas como conciencia práctica, como una saturación efectiva del proceso de la vida en su totalidad; no solamente de la actividad económica y política, no solamente de la actividad social manifiesta, sino de toda la esencia de las identidades y las relaciones vividas a una profundidad tal que las presiones y límites de lo que puede ser considerado en última instancia un sistema cultural, político y económico nos dan la impresión a la mayoría de nosotros de ser las presiones y límites de la simple experiencia y del sentido común.
Las experiencias históricas del llamado "socialismo real", son una muestra práctica de la no-comprensión de la profundidad de los procesos hegemónicos. No se trata de imponer una nueva ideología dominante, porque la hegemonía no es solamente el nivel superior articulado de ideología y sus formas de control y dominio, sino que esta constituye todo un cuerpo de prácticas, imaginarios y expectativas en relación con la totalidad de la vida: nuestros sentidos y dosis de energía, las percepciones definidas que tenemos de nosotros mismos y del mundo que nos rodea. La hegemonía político-cultural es entonces un "sentido de la realidad", es una forma cultural dominante, que implica una estructura de sentimientos, de narraciones y fabulaciones, de imaginarios donde se asegura la vívida dominación y subordinación de clases particulares.
Cuando Gramsci insiste en la necesidad de la creación de una hegemonía alternativa, y desarrolla su idea del pase de la guerra de maniobras a la guerra de posiciones, está entendiendo que con el desarrollo de las sociedades no se podía seguir con las mismas formas de lucha. La incorporación del concepto de hegemonía cultural al análisis político conduce a un "sentido de la actividad revolucionaria mucho más profundo y activo que en el caso de los esquemas persistentemente abstractos derivados de situaciones históricas sumamente diferentes".
La apropiación de este concepto, implica un modo completamente diferente de pensar y comprender la actividad cultural como tradición y como práctica. Desde esta perspectiva, el trabajo y la actividad cultural no constituyen de manera habitual una superestructura. Por el contrario, ahora se hallan entre los procesos básicos de la propia formación, y vinculadas a un área de realidad mucho mayor que las abstracciones de experiencia económica. El pueblo utiliza sus recursos físicos y materiales en lo que una sociedad define como "ocio", "entretenimiento" y "arte". Desde esta óptica, todas estas experiencias y prácticas culturales activas, que integran una parte importante de la realidad de una sociedad y de su producción cultural, pueden ser comprendidas tal como son, es decir, sin ser reducidas a otras categorías y sin la característica tensión necesaria para encuadrarlas como reflejos o mediaciones dentro de otras relaciones políticas y económicas determinadamente manifiestas.
Una hegemonía existente es siempre un proceso, nunca algo estático, inmóvil o inmodificable. Es un complejo efectivo de experiencias, relaciones y actividades que tiene límites y presiones específicas y cambiantes. Y por otra parte, nunca se da de modo pasivo como sistema de dominación: es continuamente renovado, recreado, defendido y modificado. Es por esto que, pegado al concepto de hegemonía, encontramos al de contrahegemonía y al de hegemonía alternativa.
Desde un sentido político y cultural, la realidad de toda hegemonía es que, mientras por definición es siempre dominante, nunca lo es de modo absoluto o exclusivo. En todo momento las formas de oposición o alternativa de la cultura y la política constituyen elementos significativos de la relación de fuerzas general de la sociedad, entendiendo lo alternativo u opuesto como formas que han tenido un efecto decisivo en el propio proceso hegemónico.
Los desafíos para la cultura revolucionaria son inmensos, la hegemonía cultural instalada en nuestra sociedad aún tiene bases muy firmes y gran capacidad de renovación, la ideología dominante está en crisis, debemos hacer tambalear también la hegemonía cultural, más sutil, más vivida prácticamente, más metida en nuestros cuerpos, representaciones, discusos e imaginarios.
El desarrollo de la estrategia de poder popular nos desafía a potenciar los embriones de contra-hegemonía, a construir, alternativas de significación y sentido del bloque popular en un bloque potencialmente contra-hegemónico. La constitución de un nuevo bloque histórico nacional-popular implica la construcción de una contra-hegemonía cultural alternativa que se define en el terreno cultural y en el campo de la construcción política. La lucha política, la lucha por el poder, es un complejo proceso histórico en donde del entrecruzamiento de fuerzas sociales, políticas y culturales, nace un sistema de fuerzas tal, capaz de oponer alternativa en todos los terrenos en donde el bloque dominante realiza su hegemonía. Saber dirigir los esfuerzos, en cada momento político, en cada terreno en el que se manifiesta la lucha, es un desafío intelectual y práctico, que no puede sustraerse de iniciativas populares más que de decisiones estatales.
La estrategia contra-hegemónica es una lucha permanente para socavar y desmontar el sentido común legitimador de la hegemonía capitalista, que parte actualmente, menos de formatos ideológicos y doctrinarios formalizados, de fábulas, narraciones, imaginarios, sentimientos, afectos e identificaciones. Se trata de todo un conformismo social, de una sedimentación de prejuicios, percepciones y mentalidades que los dispositivos mediáticos capitalistas han articulado a empresas capitalistas de publicidad, mercadeo, comunicación e información y seguridad. La hegemonía capitalista se ha hecho cultura vivida, sentido de la vida, conciencia práctica, hábitos.
Para transformar esta roca resistente a la propaganda coyuntural se requiere un vasto esfuerzo de los sectores populares, por tomar la iniciativa en la construcción de una forma de sentir, comprender, elaborar significados y sentidos del mundo que cuestionen desde nuevas audiencias populares movilizadas, un proyecto alternativo de comunicación e información controlado de manera participativa y protagónica en un proceso de democratización.