La muerte del mito de las dos izquierdas

La crisis de fundamentos epistemológicos de la Modernidad Occidental no puede confundirse con su crisis de legitimación social. Aún la Modernidad Occidental sigue vivita y coleando de inercias metales, de “sentidos comunes legitimadores”, del hacer-decir fabulador cotidiano de diversos estratos, grupos, capas y clases.

Este factum tiene impactos ineludibles sobre el campo del pensamiento de izquierda. La izquierda moderna, la que el siglo XX delimitó como izquierda, nació fracturada y completamente articulada a la matriz euro-céntrica de la modernidad. Parados desde este fundamento, algunos pretendieron desarticular la unidad orgánica entre socialismo, democracia y revolución anticapitalista, desde Bernstein hasta llegar a Giddens-Blair. Su tarea política ha sido enterrar la obra de Marx, y a éste, como a un “perro muerto”.

Por otra, parte, producto del desgarramiento y la crisis de la II Internacional, y bajo los efectos geopolíticos del primer conflicto bélico entre potencias coloniales, se planteó una frontera ideológica entre la nueva vanguardia política rusa, y la influencia intelectual, moral y política de la II internacional socialdemócrata. Esta “nueva vanguardia política rusa” degeneró en lo que todos sabemos: un Stalin, por un lado; y luego, un Mao por la otra. Cada uno codificó las verdades del marxismo-leninismo.

Reformismo socialdemócrata y marxismo-leninismo son los trastornos bipolares de la vieja izquierda del siglo XX. Los debates entre Kaustky y Lenin aun resuenan en muchas polémicas estériles, que se anudan como novedades en la doxa de la izquierda. Las políticas para invisibilizar a Rosa Luxemburgo siguen haciendo estragos, y los intentos de reducir a Gramsci a una suerte de aggiornamiento del leninismo, son parte de los viejos cuentos. No hablemos de Labriola, de Adler, de Korsch o Lukacs.

Esto sería introducir el pensamiento complejo en el universo simplificador y reduccionista de tanto funcionario orgánico de aparato (del comunista y del socialdemócrata); y por tanto del universo falso, de la mitología de las dos izquierdas. De esto viven las mitologías, de simplificar, de reducir, de falsificar, de legitimar universos, en vez de dejar que los humanos, los simples humanos, se confronten con los multiversos, con la multiplicidad de las verdades, con un pluralismo intercultural que socava la idea de centro, de unidad homogénea y fundamento universal. De allí, las malas noticias que anuncia la crisis de la modernidad occidental para las apologías de lo simple.

Desde el más común y silvestre de los estalinistas hasta el más pedante socialdemócrata, ambas figuras, están patinando en el abismo que para ellos anuncia la nueva configuración epocal: condición postmoderna, para algunos, condición trans-moderna, para otros. Lo cierto es que el mito de las dos izquierdas ha muerto, y todavía algunos no se han enterado (esperamos que los intelectuales del PSUV tomen nota).

Los super-estrategas del “globalismo trilaterial” pretenden utilizar el mito como arma de división de los movimientos populares contra-imperiales, y espanta-pájaro de los fantasmas del comunismo (allí están Castañeda, Villalobos y Petkoff, haciendo su mandado en nombre de los buenos modales de la macroeconomía capitalista). Por el otro lado, desde las ruinas del viejo socialismo, envían a sus funcionarios culturales para convencernos de la irrefutabilidad de las “leyes de la dialéctica materialista”. Ambos sectores justifican en nombre de patético realismo del poder, sus fabulaciones ideológicas. Pero que nadie se engañe. Su capacidad de convencer es nula. Su inflación retórica es índice de que hay una quiebra de sus efectos performativos.

Estas movidas lucen en stricto sensu, ridículas. Que Lenin dijo que Kaustky era un “liberal adocenado”, y que Kaustky acusó a Lenin de fundar una nueva dictadura unipersonal, todo esto es una bomba de humo que no tiene utilidad alguna para enfrentar la verdadera crisis del Planeta: no habrá nuevo socialismo contra la barbarie, desde las coordenadas mentales de la Modernidad Occidental. Se acabó el cómodo gusto de los marxistas-leninistas y de los reformistas por la flojera intelectual y moral.

Hay que pensar críticamente la mutación existencial por venir, no solo rumiar terminologías. Hay que renovar los marcos mentales de la crítica socialista, comprender las coordenadas-otras de pensamientos-otros, otras formas de decir-hacer socialismo, democracia y revolución. Y en este retorno de lo diferente, hay que comprender las implicaciones prácticas, existenciales, de las ligaduras entre poder popular protagónico y revolución democrática en todos los órdenes, en una nueva configuración epocal.

El estalinismo fue la muestra evidente de que esa “revolución socialista” se parecía muy poco a una democracia sustantiva. Los experimentos reformistas de la socialdemocracia mostraron que el movimiento no lo es todo y que descartar el “sentido del fin” como ideal regulativo, podía ser el “fin del sentido”, que las conquistas sociales del Estado de bienestar no conducían a ninguna revolución social y que la sociedad burocrática de consumo dirigido fue todo, menos liberación personal y social. En todo caso, las reformas del bienestar cultivaron estómagos felices en una tercera parte super-privilegiada de la humanidad, a costa de un tercer mundo, que ahora los invade con todo derecho a reclamar su cuota-parte de “desarrollo”.

Estos experimentos fueron mascaradas para apuntalar la regulación capitalista, ahora desplegada a los cuatro vientos en nombre del fin de la historia, el choque de civilizaciones y los estados-fallidos. Ambas izquierdas fracasaron en las tareas comunes de construir socialismo con democracia.

Ciertamente, todavía existen algunos jurásicos, de cuerpo, mente o espíritu, con argumentos cazabobos, tratando de convencernos de que el “marxismo-leninismo” (que en cuatro platos es estalinismo) o la “democracia social” (que en cinco platos es capitalismo neoliberal con algunos operativos sociales) son los planteamientos para la izquierda: una radical y otra moderada. Lo cierto es que todo esto es mitología, falsificación, ritual, desierto intelectual y moral.

Desde allí no podrán enfrentarse los cinco desafíos de la crisis civilizatoria en la que habitamos: la cuestión ambiental, la cuestión social, la cuestión democrática, la cuestión intercultural y la mutación existencial de la calidad del trabajo-de la producción-reproducción de la vida. Ni las elucubraciones de nuestros operadores reformistas ni de nuestros marxistas-leninistas podrán lograr lo que Gramsci denominó, una “reforma intelectual y moral”.

La crisis civilizatoria del socialismo burocrático y del capitalismo neoliberal decretó la muerte del mito de las dos izquierdas: ¿Acaso nuestros fabuladores se habrán enterado?


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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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