El titulo de este trabajo sugiere para quienes pretenden ordenar series temporales, que estamos ante una cadena revuelta y trastocada. No habría ni orden ni concierto. Pero la coexistencia conflictiva de lo heterogéneo en discronías, marca una versión compleja de las temporalidades y lugares que se cruzan en Nuestra América. Esta coexistencia conflictiva marca un cruce de heterogeneidades simbólicas con jerarquías-asimetrías de poder. Una cartografía de estos territorios implica superponer mapas elaborados con diversos materiales de la experiencia colectiva, de la diversidad de etnias, grupos, clases, sectores y clases. La antropología dinamista de George Balandier habla de sistemas de dominación y desigualdad social para comprender no solo los conflictos de clases socioeconómicas, sino de edad, género, lengua, entre otros. Pero la palabra sistema debe ser sometida a precauciones. Se trata de sistemas abiertos y parciales, nada de totalidades clausuradas. Una matriz compleja de diferencias, desigualdades, tensiones, conflictos y antagonismos. Fue Trotsky quién agregó en el tema del desarrollo contradictorio y desigual, lo combinado. Sus seguidores transformaron esta intuición seminal en una “ley del desarrollo desigual y combinado” (que explicaba casi todo), siguiendo el gesto positivista de Engels para codificar los mundos posibles de Marx (ver Anti-Duhring). De allí, que para el marxismo burocrático fue impensable comprender que no hay secuencias evolutivas, que ni siquiera el más complicado esquema multilineal puede desprenderse del legado del evolucionismo histórico. Las “leyes del desarrollo histórico”, ¿pueden aplicarse sin mas a todos los grupos humanos y sociedades? Lo que para unos era exploración de hipótesis, para otros era justificación deductiva, era demostración y codificación. De allí en adelante, se comprenden los desvaríos. Pero en estas exploraciones hay la posibilidad de romper muchos discursos evolutivos de nuestras filosofías de la historia presupuestas. Ordenar el tiempo en cronologías, implica enfatizar lo lineal y homogéneo, como dominio de la experiencia. Pero las vivencias y signos de la psique colectiva muestran que ésta va y viene, que se descarría y se encamina, que gira en círculos y dibuja espirales, que se entrecruzan ordenes, desordenes y organizaciones (Morin). Por tanto, aventuramos la hipótesis de que todas estas etiquetas de transmodernidad, posmodernidad, modernidad y premodernizad son solo eso, nociones, conceptos y categorías provisionales para intentar organizar la distinción entre órdenes y desordenes político-culturales en Nuestra América. Hay quienes pretenden desprenderse del tiempo lineal para distinguir posmodernidad de posTmodernidad. Pero el tiempo lineal está allí porque es una condición de posibilidad del Capital. Son quienes han tomado control de sus tiempos, los que pueden borrar la cadencia de la economía-tiempo capitalista. Pero el metabolismo del capital es la pretensión de constituir una totalidad espacio-temporal dominante. Eso denominado sistema-mundo capitalista. Por esto, al lado de la frase de sociedad-mundo (Morin) hay que colocar sistema-mundo capitalista (Wallerstein). Hay que evaluar conjuntamente las articulaciones entre Modernidad y Capitalismo. No hay acumulación sin control y sometimiento del cuerpo a la cadencia del tiempo lineal y homogéneo (jornada laboral/horario de trabajo). Y esta organización temporal supone la existencia de dispositivos de disciplinamiento de los cuerpos (¡El tiempo es oro!). Ha dicho Leopoldo Zea que “Los pueblos que forman la América Latina reclamaron en el siglo XIX su independencia como condición ineludible para ingresar a la Modernidad encabezada por los grandes centros de poder capitalista en la Europa Occidental y Norteamérica”. Sin embargo, ¿Ha llegado finalmente Latinoamérica a la Modernidad, o incluso a la posmodernidad? Esta incógnita abre una brecha difícil de transitar, dentro de la agenda político-cultural latinoamericana. No es posible pasar a responder esta incógnita desligándola de la comprensión de los conflictos del capitalismo latinoamericano. ¿Habrá pasado ya el tiempo de adjetivaciones como “periférico”, “dependiente”, “atrasado”, “subdesarrollado”? Es posible que “subdesarrollo” y “atraso” sean emblemas refinados de la oposición civilización/barbarie, que sea necesario replantear eso de “periferias” y “dependencias”, para comprender las articulaciones entre nuestra “modernidad insuficiente” y los “capitalismos dependientes”. Pero no creo que todo se resuelva, como dicta el recetario modernizador, en completar la Modernidad (hay que cumplir las tareas ético-culturales pendientes del Proyecto Ilustrado) y en concretar la organización de un capitalismo ahora “independiente”, “auto-centrado”, “nacional y autónomo” (hay que cumplir las tareas político-económicas del desarrollo capitalista). ¿No están presos de la narrativa dominante, del crono-topo dominante, quienes así piensan? ¿Solo incorporándonos desde un “capitalismo independiente” a una globalización comandada por las corporaciones transnacionales y el G-7, saldremos del “atraso” y el “subdesarrollo”? ¿Solo copiando a tigres, dragones, serpientes y no se que otro zoomorfismo asiático, podremos acercarnos al Desarrollo? ¿Solo abriendo nuestras sociedades, culturas, economías y políticas a los flujos dominantes del globalismo hegemónico alcanzaremos el Desarrollo? Yo simplemente pregunto, porque cuando escucho “posmodernidad y modernidad”, sin hablar de capitalismo y de alternativas, se levantan ante mi los perfiles de los textos de la sospecha: Marx, Nietszche y Freud, junto a los testimonios del colonialismo: Fanón, Cesaire y Said, entre otros. Porque ni el desarrollo, ni la modernización ni la modernidad son términos sin el legado de las cascadas del colonialismo.