Academia y revolución

Formo parte de un contingente de revolucionarias convencidas de que los cargos directivos en la gerencia pública, deben ser ocupados por personas formadas académicamente, con integridad moral, con experiencia y compromiso con su tarea. La formación intelectual lejos de ser una tarea sucedánea o una suerte de “delito” a execrar de la revolución es una tarea insoslayable y urgente.

Estoy convencida de que los grandes vicios del proceso están siendo alimentados por la falta de criterio para seleccionar gente con el talante necesario para dar respuesta a su responsabilidad de planificación, de decisión, de liderazgo. Nuestras instituciones con frecuencia adolecen de gerentes que ocupan su cargo, bien porque han demostrado competencia en su experiencia previa, o bien porque han adquirido experticia o conocimiento formal en su área.

Por el contrario, algunas instituciones son dominadas por un personalismo perverso, por personajes que pretenden formar sectas para andar por ahí con un séquito propio. Séquito cuyos integrantes se muestran incondicionales y acríticos, deudores por haber obtenido el “favor” de su protector, sin entender que ese protector tan sólo cumplió con brindarles la posibilidad de ejercer su legítimo derecho al trabajo. Esto los torna incapaces de discernir, de comprender el sentido de las ideas, las que asocian de manera automática al que las expone, sin argumentar en contra, habituados al chisme, la maledicencia, el afán de desprestigio, sin importarles que pueden afectar la vida de otros que son indispensables para la revolución, como somos cada uno y cada una de las militantes. Necesarios y necesarias para aportar desde la buena voluntad de cada quien.

La crítica es fundamental en el proceso de gestación de una nueva República y no puede ser motivo de hipersensibilidades, ni entendida como una agresión a personas. No podemos cambiar a los ciudadanos sin cambiar las instituciones para crear una nueva cultura que transforme al anterior “funcionario” en el nuevo “servidor” que requiere la revolución.

Necesitamos planteamientos interesantes, inéditos, soluciones a los verdaderos problemas. Problemas profundos, no circunstanciales, problemas estructurales, consecuencia de la denodada inconsistencia y de las grandes carencias de formación, de conciencia, de integridad moral, de proyectos bien concebidos. Para el verdadero revolucionario las convicciones deberían valer muchísimo más que cualquier cargo, que cualquier amistad "mal administrada" traducida en complicidad. Nuestra lucha fundamental no es sólo contra la oposición en la que hay personas que probablemente no podemos convencer de acompañarnos, presos en lagunas de formación ideológica. Urgentemente necesitamos una vanguardia socialista que entienda que la solidaridad bien entendida es con los más débiles y no con emergentes circunstanciales.

En este contexto, los universitarios vivimos un proceso que nos exige un liderazgo como formadores de nuevo cuño. En la “comunidad de PSUVISTAS” que se supone conformamos, no hace falta crear caprichosamente una separación entre “académicos” y “políticos”. Porque la verdadera política es académica, la otra es politiquería. No necesitamos erigirnos en “defensores” de los que no han tenido oportunidad de formación intelectual, incitándolos a participar de un ritual sostenido por “protectores” que los colocan a su sombra. La única defensa legítima consiste en darles la oportunidad para que “tomen la palabra”. Esa es la verdadera esencia de lo protagónico. Ofrecerse ante ellos como benefactores, intérpretes, representantes, es una desviación contrarrevolucionaria que anula sus motivos y modos de formación porque siempre habrá alguien que piense por ellos. Alguien que les “dé la línea”, alguien que decide por ellos mientras les habla de participación y protagonismo.

No necesitamos militantes que se sientan únicos y genuinos y que se jacten de estar en todo, de participar en todos los eventos y movimientos, de actuar en todos los frentes, participando con frases hechas, clichés y lugares comunes. El verdadero militante tiene el deber de profundizar sus relaciones con los oprimidos, debe estudiar, reflexionar, meditar; porque el revolucionario actúa por principios morales y no por intereses. No podemos dar ejemplo de moralidad desmoralizando la esencia del proceso revolucionario.

Necesitamos en cambio desarrollar en la militancia capacidad de análisis, de búsqueda de sentido, de razonamiento lógico, sensibilidad para apreciar las más altas realizaciones del espíritu humano, visión de conjunto ante el panorama del saber propia de los estudios filosóficos, sociológicos, educativos.

La tarea de continuar el camino tiene como única vía la construcción del conocimiento compartido, la posibilidad de propiciar con prioridad los procesos vitales de convivencia, de respeto, de crecimiento humano en un marco de libertad de pensamiento. Estas posibilidades, concebidas como principios si mantienen su esencia, lejos de separarnos nos identifican.

Necesitamos menos dirigentes y más servidores dispuestos a dar lo mejor de sí para que tengamos instituciones funcionales. No liderazgos forzados, derivados del ejercicio del poder para aportar con honestidad al devenir de la revolución. El tiempo apremia.


(*) Profesora Titular ULA

serendipity@cantv.net


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Myriam Anzola (*)

Rectora UPTM ?Kléber Ramírez!

 anzolamyriam08@gmail.com

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